La semana pasada en una entrevista, la administradora del
panteón de los Sanjuanes declaró que ya no había espacios para sepultar a los
difuntos. Solamente se iban a respetar las fosas que se pagaron con
anterioridad. Y la pregunta que nos hicimos todos es ¿adónde irán los
familiares a sepultar a sus seres queridos?
Desde luego existe una opción: el panteón de Jardines del
Recuerdo al sur de la ciudad. O, y esta es una solución más viable, ordenar la
cremación y colocar las urnas con las cenizas el alguna de las iglesias de
nuestra ciudad, como se ha venido dando en los últimos años.
Independientemente de las ideas de cada quien, creo que
debemos respetar nuestras tradiciones,
aquellas en las los deudos van a visitar la tumba de sus muertos para llevarles
flores y atestiguar con su presencia que no los olvidan. Por eso, es urgente
que las autoridades municipales atiendan este problema y encuentren un lugar
adecuado para el tercer panteón.
Y mire como se repiten los problemas. En 1903, el presidente
municipal, Gastón J. Vives, previendo el crecimiento poblacional de la ciudad
de La Paz, aprobó la donación de un terreno para acondicionarlo como panteón.
Se localizó en la rinconada de los San Juanes limitado por los cerros del Barro
y de La Cantera.
A principios del siglo XX La Paz tenía cerca de cinco mil
habitantes y contaba con un panteón y otro complementario. El primero se
localizaba sobre la calle quinta, en la actualidad conocida como Valentín Gómez
Farías, entre las calles Reforma e Independencia. El segundo, conocido como El
Cementerio, estaba sobre la calle Constitución, en el extremo noreste, en las
manzanas 282 y 284, más o menos donde se construyó el estadio Guaycura.
Lo anterior lo comprobó una brigada de Teléfonos de México
cuando estaban instalando la red subterránea sobre la calle Félix Ortega y la
Constitución. Estaban abriendo una zanja, cuando de pronto, a uno de los
trabajadores que estaba cavando se le fue la barra en un hoyo el que, después
de ampliarlo, resultó que era una tumba. Y así a todo lo largo de doscientos
metros.
Cuando, en el año de 1907, se clausuraron los panteones del
centro de la ciudad, se inhumaron los cuerpos o lo que quedaba de ellos, pero
aquellos que habían fallecido a causa de la fiebre amarilla no se trasladaron
al nuevo panteón de los San Juanes, por disposición de la autoridad municipal.
Desde luego es dable pensar que las familias que ocuparon esos terrenos no corrían peligro de
infectarse.
Es interesante la justificación que dio el ayuntamiento para
ordenar la clausura de los panteones. El 14 de julio de 1906 emitió un acuerdo
que entre otras cosas decía: --“Los panteones deben estar fuera de las
poblaciones e importa su traslación cuando por el ensanche de la ciudad quedan
dentro del perímetro habitado. Por eso, el panteón viejo de la ciudad y las
condiciones en que se encuentra favorecen su traslación. Porque es contrario a
la higiene y por su estado ruinoso que presenta, constituye dicho lugar un
adefesio que afecta el ornato de la comunidad”.
Por lo demás, cuando el panteón de los San Juanes deje de
prestar sus servicios, siempre será un lugar visitado porque en él se
encuentran los restos de mujeres y hombres distinguidos que hicieron mucho por
nuestra entidad. Políticos, artistas, profesionistas, promotores sociales y
culturales que tienen en ese panteón su descanso eterno.
Pero, además, el resto de los que ahí se encuentran, con
raras excepciones, siempre estarán esperando la visita de sus familiares los
que, en un acto de devoción y recuerdo, les llevarán hermosos ramos de flores
como símbolos del amor que les tuvieron en vida.
Y una de esas familias será la nuestra porque ahí descansan
mis padres, un hermano y nuestro hijo primogénito Guillermo. De modo que el
panteón de los San Juanes, aunque ya no reciba personas fallecidas, siempre
formará parte de la historia de la ciudad de La Paz.
Marzo
21 de 2016
ustify;text-indent:14.2pt;line-height:normal'>¡Ah! Y también una cicatriz en mi nariz producto de un
accidente en el jeep, ocasionado cuando se le ocurrió visitar la colonia de su
antiguo romance. Mal le fue, porque el vehículo quedó inservible y tuvo que
dedicarle mucho tiempo para ponerlo en condiciones de uso.
Así era Romo. Y cuando alguien me pregunta el porqué de mi
cicatriz, les contesto:--“Es la presencia de mi compadre Juan, el atrabancado.
Marzo
18 de 2016.