Bueno, su nombre era Juan Francisco Angulo Avilés y fue mi
compañero de estudios en la Escuela Normal Urbana de La Paz. Su familia vivía a
manzana y media de mi casa y es por eso de nuestra amistad. Pero, aparte, nos
unió la pobreza y las ganas de terminar una carrera que nos permitiera una
mejor forma de vida.
Se distinguía Juan Francisco porque era alto y muy flaco, de
tez morena, parco en el hablar y de difícil sonrisa. Era un tanto reservado
quizá por sus problemas familiares, pero el hecho de sufrir carencias
económicas no lo amilanaba. Y fue así como, a pesar de todo, logró terminar sus
estudios profesionales con excelentes calificaciones.
En los dos últimos años en la Escuela Normal nos apoyamos
mutuamente cinco amigos: Ricardo Fiol, J. Guadalupe Aguirre, Felipe Lucero,
Juan Francisco y yo. Dio la coincidencia de que éramos alumnos que teníamos
nuestro propio hogar en la ciudad, ya que los otros compañeros de estudios
estaban alojados en un internado donde recibían hospedaje y alimentación.
Lo curioso es que a Juan Francisco no le molestaba que le llamaran
gato. Como es común con los apodos que se repiten constantemente a veces se
olvidaba su nombre y entonces lo identificaban como “El Gato Angulo. Vivía con
su madre doña Lucía y dos hermanas, pues su padre se apartó de ellos. Pero de
alguna manera se acordó de él, ya que el señor se apellidaba Avilés.
Cuando terminamos nuestros estudios en la Normal, la
Dirección Federal de Educación nos otorgó plazas de maestros y nos comisionó a
diferentes lugares del entonces Territorio Sur de Baja California. Juan
Francisco comenzó su trabajo en el rancho Las Calabazas, Ricardo en Cabo San Lucas,
Aguirre en Mulegé, Felipe en una comunidad del estado de Sonora y yo en el
Valle de Santo Domingo.
Fue en el ciclo escolar 1950-1951. En vacaciones de julio y
agosto, por mutuo acuerdo, hicimos la prueba de admisión en la Escuela Normal
Superior de la ciudad de México, donde
mi amigo El Gato terminó la especialidad de matemáticas, después de seis años de asistir en vacaciones
a esa institución educativa. Su esfuerzo fue recompensado ya que consiguió
ingresar al sistema de secundarias impartiendo asignaturas en la escuela de San
José de Cabo.
Gracias a su desempeño y eficiencia en la docencia, años
después las autoridades lo designaron como director de la escuela secundaria de
Loreto. Un poco antes había contraído matrimonio con María Luisa Cañedo con la
que tuvo cinco hijos. En Loreto, una pequeña población de relevancia
histórica—ahí se fundó la primera misión jesuita en el año de 1697—la familia
de Juan Francisco vivió años felices.
Cuando venía a La Paz nos reuníamos para refrendar nuestra
amistad. Era un hombre feliz, con una buena posición social y económica gracias
a su tenacidad y fuerza de voluntad. Para facilitar sus traslados de Loreto a
la capital compró una Suburban que lucía orgulloso y en ella varias veces lo
acompañamos recorriendo nuestra ciudad, mientras platicábamos de nuestras
vidas.
Todo iba bien, hasta que en un examen médico le
diagnosticaron un crecimiento anormal en su corazón, con las consiguientes complicaciones
en su sistema cardíaco. Lo internaron en la clínica del ISSSTE, pero a pesar de
las atenciones médicas Juan Francisco no logró sobrevivir.
¡Ah!, pero que valiente y estoico fue cuando supo de su fin
inevitable. Estuvimos a su lado los últimos días y siempre nos recibía con la
sonrisa en los labios. —“Ya me voy, amigos, pero hay les encargo a mi madre y
mi familia”. Y después, con la ironía de que siempre hizo gala, nos invitaba:
“A ver cuando nos vemos por allá, para seguir platicando”.
Una efímera existencia para un hombre que luchó
denodadamente para ocupar un lugar de privilegio en la sociedad
bajacaliforniana.
Un 16 de junio de 1967 su gran corazón dejó de latir. Murió
joven pues tenía 39 años de edad. Su último deseo fue que lo sepultaran en la
población de Loreto y así se hizo. En el panteón de ese lugar, sus familiares y
los padres de familia de la escuela secundaria que él dirigió levantaron un
monumento y debajo del mismo descansan los restos del que fue un amigo querido,
cuyo recuerdo se aviva cuando mencionamos su nombre: Juan Francisco —El
Gato—Angulo.
Marzo 15 de 2016.
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