Los últimos tres días de la Semana
Santa una parte de mi familia “acampó” en una de las playas al sur de La Paz,
por el rumbo de San Juan de la Costa. Uno de esos días, el viernes para ser
exactos, me propuse visitarlos y para eso me guie por las indicaciones de mi
hija Virginia, quien me explicó: --“Unos diez kilómetros después de San Juan de
la Costa, entras por un arroyo y después de recorrer unos trescientos metros
llegas a la playa”.
El camino a ese pueblo donde se
localiza la mina de fosforita, lo había recorrido varias veces y en uno de esos
viajes llegué hasta la comunidad pesquera de San Evaristo. Fue en el año de
2002 cuando, por invitación del general Mauricio Ávila Medina, en ese entonces
comandante de la Tercera Zona Militar,
hicimos transitamos ese largo camino para llegar, después de tres horas, a ese
poblado.
Más que camino era una brecha y
con pasos difíciles en las sierras de Los Frailes y El Mechudo, lo que obligaba
a los vehículos militares a ir a vuelta de rueda. Y eso que en la
administración municipal del licenciado Enrique Ortega Romero la ampliaron con
el fin de facilitar los viajes de los camiones cargados de productos pesqueros
hasta La Paz.
Por eso, cuando el actual
presidente municipal inauguró una planta de hielo en esa comunidad, pensé que
de nueva cuenta el camino fue mejorado y que él lo recorrió para dar fe de las
condiciones en que quedó. Por aquello de tener ganas de visitarla. Aunque
ahora, con eso de las lanchas rápidas, se llega a San Evaristo en menos que
canta un gallo.
Bueno, ese día viernes salimos
para el paraje adonde llegaron mis familiares. Pasamos por El Cajete, San Juan
de la Costa y mucho más allá, pero nunca dimos con la familia. Al pasar por un
arroyo vimos a los lejos varios campamentos y hacia ellos nos dirigimos con la
mala suerte de que el vehículo se atascó en la arena húmeda. Después de varios
intentos logramos salir y volver al camino.
--“Nos vamos a regresar— le dije
a mi hijo Juan que era el chofer designado— no vamos a encontrarlos”. De vuelta
a La Paz pasamos por el lugar donde tenía su rancho Fernando Jordán, pero ahora
solo quedan las ruinas de la casa, una pila construida de piedra y varias
palmeras datileras que lloran al
ausente. —“El huracán Odile arrasó con todo”— me dijo un pescador.
En años pasados siempre habíamos
hecho paraje en la playa de El Cajete. Por su extensión es un lugar preferido
de muchas familias paceñas. En una explanada que se encuentra frente a la playa
se instalan brigadas de auxilio y venta de refrescos. Y cada vez son más las
tiendas de campaña que se instalan en ese lugar, con la consiguiente algarabía
de niños y adultos.
Por eso, muchos campistas
prefirieron buscar otras playas más allá de El Cajete. A todo lo largo del
tramo que va de este lugar a San Juan de la Costa, las pequeñas playas estaban
ocupadas con abigarradas tiendas de campaña, y los vehículos y una que otra embarcación.
Pero los que no encontraron lugar, pernoctaron muchos kilómetros después de San
Juan de la Costa, tal como lo hicieron mis familiares.
--¿Por qué se fueron tan lejos?—
le pregunté a mi hija Viki. --¡Ay, papá —me respondió— es que en Pichilingue,
Balandra, El Tecolote, Punta Arena, La Ventana y hasta El Saltito cerca del
hotel Las Cruces, todos esos lugares no cabe un alfiler. Fíjate que cada año
son más las familias que salen de la ciudad hacia las playas. Por eso la
lejanía”.
Y mientras unas salen, otras
llegan. Son los turistas nacionales y extranjeros que llegan a nuestra entidad
para disfrutar de sus playas, como El Coromuel, Pichilingue o Balandra. Que
mejor que las disfrutemos ahora, no vaya ser que con eso de la industria
turística, las playas pasen a ser propiedad privada tal como ha sucedido en el
sur del estado.
Por lo pronto me quedé con las
ganas de pasar unos días descansando en la playa. Me resigné pues habrá
oportunidad de hacerlo, pero ahora cerca de nuestra ciudad teniendo para mi
todo el espacio y la belleza de nuestro mar.
Marzo 30 de 2016
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