Le
debo las gracias al estimado amigo Luis Rosas Meza por sus atenciones al
enviarme por internet la novela “El rey del Taoro”, escrita en 1941 por el
novelista alemán Horst Uden. Es una novela histórica que recrea la conquista de
la isla de Tenerife por el ejército español en el año de 1496.
Poblada
por el grupo aborigen de los “guanches” desde tiempos remotos, siempre se
habían opuesto a todo tipo de dominación hasta que, en 1494, el capitán general
Alonso Fernández de Lugo, al mando de tres bergantines
y un contingente de 2,660 castellanos trató de someterlos. Pero no contaban con
la fuerza guerrera de los guanches los que, en una emboscada les mataron 2,300
de ellos. Esa derrota a manos de los indígenas la historia le ha llamado La
batalla de Acentejo.
Resalta en la
novela el personaje llamado Bencomo, el rey de los Guanches, quien siempre
opuso una férrea resistencia a los invasores invocando a su dios Acorán. Pero,
a pesar de sus esfuerzos, las tropas castellanas lograron someterlos y poner la
isla a disposición de los reyes católicos Fernando e Isabel. Por supuesto, con
la implantación de la religión católica y el olvido de sus dioses.
Tenerife forma
parte del archipiélago de Las Canarias y desde mucho tiempo atrás fueron
conocidas por los navegantes portugueses y españoles. Cristóbal Colón, en su
primer viaje en busca de las indias —1492— recaló en esas islas antes de
navegar rumbo a lo desconocido.
En uno de los
capítulos de la novela se narra que el 3 de mayo de 1493, el capitán Fernández
de Lugo clavó una cruz de madera en la playa al lado de un altar erigido
adornado con flores y hierbas olorosas. Ese día se celebraba por primera vez en
esa isla la fiesta de la Santa Cruz, después de mil cien años desde que Santa
Elena, la madre de Constantino el Grande, encontró la cruz de Cristo en
Jerusalén. Y fue así como, desde esos tiempos, el mundo se vio protegido con la
más preciada de todas las reliquias.
En otro 3 de
mayo, pero de 1535, otro navegante español, Hernán Cortés, llegó a la península
de California y el lugar donde hoy se encuentra la ciudad de La Paz lo bautizó
con el nombre de Puerto y Bahía de Santa Cruz. No se sabe, porque las crónicas
no lo dicen, si los sacerdotes que lo acompañaban hayan colocado una cruz en el
lugar del desembarco e incluso oficiando una misa en señal de gracias.
Lo que sí
aseguran las crónicas es que el almirante don Isidro de Atondo y Antillón
cuando arribó a la península en 1683, mandó levantar una cruz la que se colocó
en lo alto de un pequeño cerro cercano a un lugar conocido como Santa Cruz. Ese
sitio se encuentra frente a la isla de Cerralvo y todavía muchos años después
la cruz permanecía en ese lugar.
Y existe otra
coincidencia entre la novela que estamos comentando y la historia de nuestra
entidad. El capitán general don Alonso Fernández de Lugo nació en la ciudad de
Carmona de la provincia de Sevilla, España. El escudo de armas de la ciudad
está conformado por “diez castillos en campo de gules y diez leones en campo de
plata encierran el fondo azur de las armas, en cuyo centro luce una estrella de
oro con la leyenda Sicut lucifer lucet, como
el lucero de la mañana.
El escudo de
armas de nuestro Estado tiene rasgos españoles pues contiene gules, plata, oro,
azur y campos. Se ha dicho que nuestro escudo data de la época de la colonia,
pero no existen referencias verídicas al respecto. Más bien creemos que ante la
necesidad de una representación simbólica de la entidad, el artista plástico
Diego Rivera, al estar adornado una de las paredes de la Secretaría de
Educación Pública con los escudos de los Estados, al no contar con el nuestro
lo inventó dándole las características de la heráldica española, allá por el
año de 1923.
En la actualidad
el escudo mencionado no tiene nada que ver con el significado de nuestra
entidad. Vale la pena pensar en sustituirlo.
Diciembre
01 de 2016.
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