Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

martes, 28 de mayo de 2019

ERIN GO BRAGH, Irlanda por siempre

Para Carlos

En la plaza de San Jacinto en San Ángel de la Ciudad de México, se encuentra una lápida conmemorativa con 71 nombres y a un lado en el jardín está un busto de John Riley. Cada 12 de septiembre se recuerda a los integrantes del Batallón de San Patricio, un grupo de irlandeses que al lado del ejército mexicano se enfrentó al ejército norteamericano en la guerra de 1846 a 1847 y fue la causante de que nuestro país perdiera más de la mitad de su territorio, incluyendo Texas. California, (la Alta), Arizona y Nuevo México.

Dentro de los contingentes armados que defendieron la soberanía nacional tuvo un papel destacado el Batallón de San Patricio, integrado por soldados irlandeses quienes libraron combates en la región norte del país, y después en la defensa de la región comprendida entre el estado de Veracruz y la Ciudad de México.

Con una resistencia llena de valor temerario, los irlandeses defendieron a sangre y fuego los sitios de Palo Alto, La Resaca de Guerrero cerca de la ciudad de Matamoros; estuvieron presentes en el asedio de los norteamericanos en Monterrey y luego, cuando los mexicanos se retiraron a Saltillo y después a San Luis Potosí ellos los acompañaron. Hicieron lo mismo cuando se abrió otro frente de guerra en la región de Tampico y Veracruz.

Cuando las tropas invasoras llegaron al valle de México en su afán de apoderarse de la capital, el Batallón de San Patricio junto con los defensores de los sitios de Padierna y Churubusco, opusieron una férrea resistencia y en los que murieron muchos de ellos. En Churubusco, luego de la rendición de una gran parte del ejército mexicano cayeron prisioneros los valientes irlandeses.

Ellos, de alguna manera, fueron testigos de la humillación y agravio de ver ondear la bandera de las barras y las estrellas en lo alto del mástil del Palacio Nacional de nuestro país, ya que con el enfrentamiento en el Castillo de Chapultepec, las fuerzas invasoras vencedoras pudieron apoderarse de la Ciudad de México. Pero, ¿cuál fue el origen del Batallón de San Patricio?

La historia nos los da a conocer, no sin antes referirnos a sus antecedentes.

En los años de 1824 a 1860, el país de Irlanda sucumbió ante una crisis alimentaria, una hambruna, que causó miles de muertos. Fue la causa por la que familias enteras emigraran a otros países de Europa y sobre todo a los Estados Unidos. Aunque en este último país fueron mal recibidos a causa de sus creencias religiosas —eran católicos mientras que los habitantes de esa incipiente nación eran protestantes—, eso no impidió que se adaptaran a esa nueva forma de vida, sirviendo en los más ínfimos y mal pagados empleos, y siempre con el repudio de los anglosajones. Durante muchos años esas familias vivieron en la pobreza y con muchas penalidades.

Fue por eso que muchos de ellos prefirieron darse de alta en el ejército regular de los Estados Unidos como un medio para mejorar sus niveles de vida. Con los años algunos de ellos lograron hacer carrera, entre ellos John Riley que obtuvo el grado de teniente. Como tal participó en las refriegas contra las tribus indígenas que asolaban vastas regiones del sureste del país, en especial de las tierras de Texas donde el gobierno mexicano permitió la colonización, ofertando 500 mil hectáreas para ello.

Entre los años de 1826 a 1828 ya había mil familias anglosajonas en Texas, que formaba parte del estado de Tamaulipas. Ante la avalancha de colonos, el gobierno de México decretó suspender la colonización y convertir a Texas como un estado más de la federación. Sin embargo, las ambiciones imperialistas del entonces presidente Andrew Jackson por apoderarse de esa extensa y prometedora región, hizo la propuesta de su compra por cinco millones de dólares.

Por supuesto, con el apoyo del gobierno estadounidense los colonos continuaron llegando con total desprecio a las leyes mexicanas. Y más aún cuando podían comprar cuatro mil acres de tierra por 40 dólares. Así, en el año de 1827 ya habían doce mil familias en esa región y diez años más tarde, en 1837, las familias de colonos sumaban un poco más de treinta mil, mientras que los pobladores mexicanos escasamente llegaban a ocho mil residentes.

Cuando el gobierno de México dispuso el pago de impuestos por la propiedad de la tierra y la prohibición de establecer nuevas colonias incluso la portación de armas, los nuevos residentes se negaron iniciando una rebelión que fue encabezada por Sam Houston, un vividor y mercenario de la peor ralea. Este ruin personaje en 1836 se atrevió a proclamar la independencia de Texas poniéndose al frente de un grupo paramilitar que se conoció como los Rangers de Texas, un cuerpo policíaco causante de asesinatos, despojos y violaciones de las familias mexicanas.

A causa de esa situación y ante la negativa del gobierno de México de reconocer la separación de ese estado, fueron constantes las agresiones a las autoridades y las familias mexicanas lo que dio origen a enfrentamientos armados en lugares conocidos como San Jacinto y El Álamo. Por desgracia, el ejército de nuestro país fue derrotado, además de que el presidente de México Ignacio López de Santa Ana cayó prisionero y obligado a firmar un acuerdo por el que aceptaba la segregación de Texas en favor de los Estados Unidos.

Para asegurarse de ese pacto el nuevo presidente de los Estados Unidos James Polk de inmediato declaró la anexión de Texas a su país. Pero ante esa declaración oportunista y falaz del mandatario norteamericano, el gobierno de México respondió que la anexión sería considerada como una declaración de guerra. Y así fue. Y todavía Polk tuvo el descaro de ofrecer cinco millones de dólares por el estado de Nuevo México y 25 millones por el estado de California.

Ese día de la declaración de la guerra entre México y los Estados Unidos, los soldados irlandeses habían desertado para unirse y combatir al lado de los mexicanos. Al principio eran 48 pero después se les unieron polacos, alemanes, italianos y negros, más de cien que por decisión propia adoptaron el nombre de Batallón de San Patricio y así fue reconocido por el gobierno de nuestro país. Su insignia fue una bandera de color verde, con las imágenes bordadas de San Patricio, el arpa celta y el trébol de tres hojas, con una inscripción abajo que decía: ERIN GO BRAGH, que significa Irlanda por Siempre

Justificaron su decisión debido al maltrato hacia ellos por ser irlandeses, pero sobre todo porque se dieron cuenta de las injusticias cometidas con la población mexicana y el despojo de su tierra. Y aún más, por tener que soportar las acciones criminales de los Rangers de Texas, amparados por el gobierno gringo.

Declarada la guerra, los invasores lo hicieron por tres frentes: el ejército al mando del general Kerney atacó en la Alta California, Zacarías Taylor por Tamaulipas y Winfield Scott por el lado de Veracruz. Y entre los defensores estuvo presente el Batallón de San Patricio como responsable de la artillería mexicana.

En la lápida de la plaza San Jacinto se recuerda también el 12 de septiembre de 1848, fecha en que los sobrevivientes del Batallón de San Patricio fueron sentenciados y sacrificados por medio del ahorcamiento, acusados de traidores por los Estados unidos, pero héroes por nuestro país. Lo merecieron. Uno de ellos se salvó de la muerte, el capitán del ejército mexicano John Riley. Después de varios años de vivir en la ciudad de Veracruz, su cuerpo fue hallado en la calle víctima del alcoholismo. Quizá en el más allá se haya reencontrado con sus compatriotas y gritar en coro, IRLANDA POR SIEMPRE.

martes, 14 de mayo de 2019

La Llorona

Cihuacóatl
“The history of La Llorona (the weeping Woman) has many originis, but one I feel to have great authenticiy is that concerning Marina la Malinche, the faithful companion of Hernando Cortés. She reportedly died of a broquen heart, and is a from this sorrowful end that the legend of the weeping woman began. The history traveled to many parts of the Word, changing with time, and was eventually told in Nuevo México in the following form”.

Así empieza la leyenda que Paulette Atencio incluyó en su libro “cuentos de mi niñez” en el año de 1991 y editado por el Museo de Nuevo México. Según la tradición, la historia de La Llorona se originó por el año de 1800 en el pueblo de Santa Fe y relata el matrimonio de María con Gregorio, con el que procrearon dos hijos. Felices por algunos años, el esposo comenzó a distanciarse de ella hasta que la abandonó. Desesperada María y en un arrebato de locura culpó a los niños de su desgracia, los arrastró hasta el río cercano y los arrojó a sus aguas. Al recobrar la lucidez y al darse cuenta de su horrible acción comenzó a dar gritos llamando a sus hijos, pero al correr por la orilla del río tropezó y se golpeó la cabeza con una piedra. Así murió. Al poco tiempo muchas personas del pueblo escucharon los lamentos de La Llorona.

Por supuesto existen muchas versiones de La Llorona en varios estados de nuestro país, incluso en la Ciudad de México donde se dice nació la leyenda en el pueblo de Texcoco. Guanajuato y Querétaro tienen diferentes versiones de ese fantasma de mujer. El primero narra la desgracia de una familia de buena posición económica que tenía una única hija, de incomparable belleza. Un día de tantos no la hallaron en su alcoba, pero se dieron cuenta que del balcón colgaba una soga que daba a la calle. Por más que la buscaron no dieron con ella. Pasó el tiempo y una noche en una de las calles aledañas a un río, apareció una mujer vestida de blanco que llevaba en sus brazos un niño cubierto de harapos el que deja en el pórtico de una casa. Entonces, arrepentida de su infame acción exhala gritos escalofriantes que llena de susto a quienes los escuchan.

Por su parte, la leyenda de La Llorona en Querétaro cuenta que "tiene una cabellera larga y oscura, que por la espalda le llega a la cintura, que siempre viste de blanco y que de espaldas se puede adivinar a una mujer hermosa, pero que si la miras de frente, detrás de su velo, te puedes topar con el rostro violento de la muerte".

En Querétaro se habla de una mujer llamada Rosalía a quien su esposo llevado por los celos la asesinó, junto con sus hijos pequeños. Y ahora muchos transnochadores aseguran verla por las calles con su cabellera larga y revuelta emitiendo gritos desgarradores buscando a sus hijos.

La leyenda refiere la experiencia de una señora de avanzada edad que tuvo un encuentro con La Llorona. Platicó ella que no la escuchó lamentarse pero sí de su llanto y tuvo la sensación de que la estaba observando por detrás. En esos momentos de su llanto los perros no dejaron de aullar como si presintieran la presencia de un alma en pena.

En la ciudad de México la leyenda es un poco parecida a la de Guanajuato, pues narra la historia de una bella mujer indígena que por celos, venganza y desesperación al creer que su esposo, de ascendencia española la dejaría por una dama de la alta sociedad, ahogó a sus tres hijos en un río cercano donde vivía. Después, arrepentida, se quitó la vida. A partir de esa tragedia su alma vaga por las calles a media noche, con un lamento desgarrador: ¡Ay, mis hijos!

Estas versiones de La Llorona se cree que tuvieron su origen en la época prehispánica, más concretamente referidas a la mitología mexica, en la figura de la diosa Cihuacóatl, la mujer serpiente. Ella era la protectora de las mujeres fallecidas y recolectora de las almas. Dice el cronista Fray Bernardino de Sahagún que estando cautiva, gritaba y aullaba por las noches.

Cuenta la leyenda que cuatro sacerdotes en una noche de luna llena escucharon de pronto un alarido lastimoso. Era un alarido sobrecogedor. Un sonido agudo como escapado de una mujer en agonía. El grito se fue extendiendo hasta llegar al palacio del emperador Moctezuma.

Los sacerdotes subieron a lo más alto del templo y pudieron ver una figura blanca, arrastrando o flotando una cauda de tela vaporosa. El grito y sus ecos se perdieron a lo lejos, por el rumbo del señorío de Texcocan.

Como bien lo dice Talía Román Cerón, autora de las leyendas de Querétaro, el mito de La Llorona ha trascendido con el tiempo, hasta convertirse en una leyenda que provoca a la vez curiosidad y a la vez miedo, ya que es parte de nuestra riqueza cultural. 

miércoles, 8 de mayo de 2019

Las mujeres de Hernán Cortés

La Malinche
En su libro “Historia de las Indias y conquista de México”, Francisco López de Gómara dice de
Hernán Cortés que “fue muy dado a las mujeres y dióse siempre”. Y es que desde su juventud en España comenzó sus lances amorosos, uno de ellos con riesgo de su vida, pues tuvo que saltar de una ventana para evitar enfrentarse con un marido celoso al que le quería poner los cuernos.

Mal le fue, porque todo desquebrajado perdió la oportunidad de embarcarse rumbo a las Indias como era su deseo. Muchos meses después pudo llegar a Santo Domingo, la isla que Colón llamó San Salvador. Llegó como quien dice con una mano adelante y otra detrás, muerto de hambre y sin un céntimo en el bolsillo. Pero para su buena suerte el gobernador Don Frey Nicolás de Ovando lo envió a un pueblo llamado Azúa donde a los pocos meses logró el empleo de escribano público. Además, se le ayudó con una granjería de 150 indios con los que se dedicó a cultivar sus tierras.

Cuando arribó a La Española Diego de Velázquez recién nombrado Capitán General para conquistar y poblar la isla de Cuba, invitó a Cortés como tesorero del rey. La conquista fue fácil lo que le permitió apropiarse de tierras que comenzó a hacerlas producir, de tal forma que su vida ya la tenía asegurada. Pero su afición a las féminas no disminuyó, pues pronto se hizo de una querida de nombre Catalina Suárez Marcaida, con la que vivió varios años.

Como parecía que la cosa iba en serio, Diego Velázquez ahora convertido en gobernador de Cuba, le insistió para que se casara con ella. Sin embargo Cortés amaba su soltería y se negó a formalizar sus relaciones con Catalina, lo que ocasionó en enojo del gobernador y lo puso preso aprovechando un delito de armas que cometió. Al final, y ante el peligro de su situación económica contrajo matrimonio y el perdón de Velázquez.

En los primeros meses de 1518, llegaron noticias por parte de los exploradores Juan de Grijalva y Pedro de Alvarado acerca de una gran isla llamada Yucatán y que sus habitantes decían que tierra adentro había un gran imperio y muchas riquezas. Entusiasmado Velázquez organizó una armada integrada por once navíos y la puso al mando de Cortés a quien designó comandante general de la misma. En el trayecto hacia esas tierras, llegaron a la isla de Cozumel y allí encontraron a un náufrago español que había sido cautivo de los indios durante ocho años. Se llamaba Jerónimo Aguilar y hablaba la lengua de sus captores, lo cual fue una gran ventaja para Cortés.

Días después llegaron a la región de Tabasco y tuvieron que enfrentarse a un numeroso grupo de nativos que no les permitieron desembarcar, lo que obligó a los españoles a combatir contra ellos. Derrotados los indígenas, uno de los principales caciques les regaló, además de objetos de oro, a 20 doncellas ataviadas con lujosas prendas. Eran de una raza distinta a los aborígenes de las islas pues eran más altas, con buenas proporciones y de buen ver.

Por supuesto, fueron repartidas entre los capitanes y pilotos y la más hermosa se la cedió a su primo Alonso Hernández Püertocarrero. Todas fueron bautizadas por el padre Olmedo y a esta última le puso el nombre de Marina sustituyéndolo por su original que era Malintzin, mejor conocida como Malinche.

Pronto se enteró Cortés de la ayuda de esta indígena. Ella era de una familia que vivió en una de las comarcas que estaba bajo el dominio de los aztecas y por eso hablaban en náhuatl. Marina lo aprendió, lo mismo que la lengua maya cuando llegó a Tabasco.

En su recorrido rumbo al imperio azteca, unos emisarios de Moctezuma le llevaron regalos, pero Cortés no entendió lo que le decían. Tampoco Jerónimo Aguilar pues no era maya la que hablaban. Doña Marina que estaba cerca ofreció su ayuda para servir de intérprete y al escuchar a los emisarios traducía su mensaje en maya a Jerónimo y este lo daba a conocer a Cortés en castellano.

Con el tiempo doña Marina aprendió el lenguaje de los españoles y continuó como interprete, convirtiéndose en una persona inseparable de Cortés, hasta la conquista de México Tenochtitlan en 1519. Desde luego esa cercanía tuvo sus resultados pues a la amante le nació un hijo bautizado con el nombre de Martín Cortés. Alejada un tanto del conquistador, en 1524 contrajo matrimonio con Juan Jaramillo. Tres años después murió y fue sepultada en la capilla de Santa María la Redonda, en la ciudad de México.

Un biógrafo de Cortés dijo de la Malinche: “Doña Marina fue pieza clave para la conquista; la llave que abrió las puertas de México”. El mismo Hernán en una de sus Cartas de Relación escribió: “Después de Dios, debemos la conquista de la Nueva España a Doña Marina”.

Cuando Hernán Cortés llegó a Tenochtitlan y fue bien recibido por Moctezuma convivió varios meses con los habitantes de esa gran ciudad, de su esplendor y muchas de las costumbres de los aztecas. Para congraciarse con él, Moctezuma le ofreció a su hija Tecuichpo de quien Cortés tuvo una hija. Mediante el bautismo, el padre Olmedo le puso el nombre de Isabel Moctezuma y así fue conocida por los españoles.

Isabel formó parte activa en la defensa de la ciudad al lado de Cuauhtémoc y por eso presenció la destrucción y conquista de México-Tenochtitlan en el año de 1521. Casada varias veces, con el último apellidado Cano tuvo cinco hijos que formaron parte de la aristocracia de la Nueva España e incluso uno de ellos obtuvo el título de Conde de Moctezuma y un escudo de armas con motivos mexicas.

El novelista Eugenio Aguirre dice de Tecuichpo: “Fue el símbolo del mestizaje, de la resistencia cultural, pero también pasados los siglos, bien podría sintetizar la necesidad urgente de reconciliación de los mexicanos contemporáneos consigo mismos, sobre todo con miras al futuro”.

En el año de 1528. Cortés viajó a España con el fin de entrevistarse con el emperador Carlos V. Fue bien recibido por el monarca y se le hicieron honores como el de ser nombrado Capitán General y Marqués del Valle de Oaxaca. Durante su estancia en ese país conoció y se enamoró de Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga, más conocida como Juana de Zúñiga. Contrajo matrimonio —el segundo— y con su bella esposa regreso a la Nueva España, a Cuernavaca, para vivir en el palacio que hizo construir en 1526. Con ella tuvo seis hijos, uno de ellos, Martín heredó el título de Marqués del Valle de Oaxaca.

Por supuesto con su fama del gusto por las mujeres tuvo muchas amantes, entre españolas e indígenas, pero que la historia no registra. En cambio a varios de sus hijos los protegió hasta donde pudo, entre ellos los dos Martín, hijos de La Malinche y de Juana de Zúñiga.

viernes, 3 de mayo de 2019

Esteva y La Concha del Diablo

José María Esteva
Durante muchos años, desde que nuestro país se hizo independiente a partir del año de 1821, la mayoría de los jefes políticos y gobernadores de la Baja California fueron designados por el gobierno central, así como también a funcionarios que debían encargarse de los diversos aspectos de la administración pública.

Muchos de estos funcionarios pasaron sin pena ni gloria durante su estancia y a la menor oportunidad regresaron a la ciudad de México arguyendo las pésimas condiciones de la ciudad, sus pocos habitantes y la lejanía de la capital de la república. Es por eso que sus nombres han quedado en el olvido. No fue el caso de dos de ellos quienes se recuerdan por sus acciones en favor de los habitantes de esta región de nuestro país.

En la década cincuenta del siglo pasado cuando el coronel Rafael Espinoza era el jefe superior político llegó a La Paz el agrimensor Ulises Urbano Lassepas quien traía el encargo de ser el agente del Ministerio de Fomento en la ciudad. Fue en tiempo, en 1857, cuando el presidente Ignacio Comonfort expidió un decreto por el cual todos los terrenos vendidos a partir del año de 1821 serían considerados nulos y sin ningún valor en tanto no fueran legalizados por el gobierno.

La medida no surtió efecto, pero fue el pretexto para que Lassepas publicara un libro criticando esa arbitraria disposición. La obra titulada “Historia de la colonización de la Baja California y Decreto de 10 de marzo de 1857” es un verdadero tratado de geografía y de historia, además de una fuente bibliográfica importante para los investigadores de nuestro pasado. Además ofreció sus servicios para trasladarse a la ciudad de México en busca de las escrituras originales de los rancheros y logró rescatar cerca de 300 títulos expedidos en diferentes años a partir de 1821.

En 1856 llegó a La Paz el señor José María Esteva en su calidad Visitador General de Rentas y al año siguiente ocupó temporalmente el puesto de Jefe Político. Durante su estancia tuvo la oportunidad de conocer a los funcionarios de esa época y enterarse de los problemas económicos y políticos de la región, así como el grado de desarrollo cultural de sus habitantes. Dotado de experiencia política lograda en su estado natal, Veracruz y en la ciudad de México, pronto intervino en los asuntos internos del territorio, siendo uno de los firmantes de adhesión al Plan de Ayutla que desconocía a Ignacio López de Santa Ana como presidente de la república.

Esteva aprovechó su estancia en La Paz para escribir una memoria sobre la pesca de la perla en la península de la Baja California y un Decreto para ordenar la explotación de los placeres de concha perla. No le dio para más, pues a mediados de 1857 regresó a la ciudad de México siempre con su cargo de Visitador General de Rentas.

Cuando leí el libro de Adrián Valadés titulado “Historia de la Baja California, 1850-1880”, en una parte de su contenido hace mención de este personaje lo que me motivó para saber más de su obra y su vida. En eso estaba cuando una amiga veracruzana, doña Carmen Boone Canovas, me platicó que tenía parentesco con él y podía darme información al respecto.

En efecto, José María Esteva, además de funcionario público de importancia, fue un escritor reconocido a nivel nacional, autor de poemas, cuentos y novelas. Y por lo que se refiere a nuestra entidad, en 1894 publicó la novela “La campana de la misión”, cuyo argumento se ubica en Loreto y la isla Ángel de la Guarda. Por cierto esta obra está considerada como la primera novela escrita sobre Baja California.

La misma doña Carmen radicada en la ciudad de México, tuvo la gentileza de enviarme una fotocopia de otra novela corta con el nombre de “La Concha del Diablo” cuyo original se encuentra en la universidad de California, Estados Unidos. Al leerla recordé la leyenda escrita por Adrián Valdez titulada “El Mechudo” que forma parte ya del imaginario colectivo de los sudcalifornianos. Nomás que la primera fue escrita en 1869, en la Habana Cuba y la segunda a finales del siglo XIX y publicada en un folleto del mismo autor en el año de 1912.

“La Concha del Diablo” relata la vida de un viejo pescador que encontró por casualidad un rico placer ubicado en la punta del Mechudo. Buceando en ese lugar encontró tres hermosas perlas que regaló a los padres de la misión de Loreto para que adornaran la imagen de la virgen. Días después desapareció y nunca pudieron encontrarlo y ni tampoco el lugar donde se encontraba el placer. Pasaron poco más de veinte años y en el puerto de Guaymas un joven recibió de su abuelo moribundo la confesión de la situación exacta donde se localizaba el rico tesoro. Con una armada compuesta de varias canoas e indígenas yaquis llegó al lugar y se dispusieron a la pesca de las conchas perleras. Y fue en ese momento cuando uno de los indios lanzó el reto de que iba a sacar una perla para el diablo.

Así nació la leyenda de El Mechudo. Así también el recuerdo para el escritor que llegó a la Baja California y dejó para la posteridad su presencia como un funcionario, que a través de sus creaciones literarias, quiso mostrar su admiración por esta región de nuestro país.