Para Carlos
En la plaza de San Jacinto en
San Ángel de la Ciudad de México, se encuentra una lápida conmemorativa con 71
nombres y a un lado en el jardín está un busto de John Riley. Cada 12 de
septiembre se recuerda a los integrantes del Batallón de San Patricio, un grupo
de irlandeses que al lado del ejército mexicano se enfrentó al ejército
norteamericano en la guerra de 1846 a 1847 y fue la causante de que nuestro
país perdiera más de la mitad de su territorio, incluyendo Texas. California,
(la Alta), Arizona y Nuevo México.
Dentro de los contingentes
armados que defendieron la soberanía nacional tuvo un papel destacado el
Batallón de San Patricio, integrado por soldados irlandeses quienes libraron
combates en la región norte del país, y después en la defensa de la región
comprendida entre el estado de Veracruz y la Ciudad de México.
Con una resistencia llena de
valor temerario, los irlandeses defendieron a sangre y fuego los sitios de Palo
Alto, La Resaca de Guerrero cerca de la ciudad de Matamoros; estuvieron
presentes en el asedio de los norteamericanos en Monterrey y luego, cuando los
mexicanos se retiraron a Saltillo y después a San Luis Potosí ellos los
acompañaron. Hicieron lo mismo cuando se abrió otro frente de guerra en la
región de Tampico y Veracruz.
Cuando las tropas invasoras
llegaron al valle de México en su afán de apoderarse de la capital, el Batallón
de San Patricio junto con los defensores de los sitios de Padierna y
Churubusco, opusieron una férrea resistencia y en los que murieron muchos de
ellos. En Churubusco, luego de la rendición de una gran parte del ejército
mexicano cayeron prisioneros los valientes irlandeses.
Ellos, de alguna manera, fueron
testigos de la humillación y agravio de ver ondear la bandera de las barras y
las estrellas en lo alto del mástil del Palacio Nacional de nuestro país, ya que
con el enfrentamiento en el Castillo de Chapultepec, las fuerzas invasoras
vencedoras pudieron apoderarse de la Ciudad de México. Pero, ¿cuál fue el
origen del Batallón de San Patricio?
La historia nos los da a
conocer, no sin antes referirnos a sus antecedentes.
En los años de 1824 a 1860, el
país de Irlanda sucumbió ante una crisis alimentaria, una hambruna, que causó
miles de muertos. Fue la causa por la que familias enteras emigraran a otros
países de Europa y sobre todo a los Estados Unidos. Aunque en este último país
fueron mal recibidos a causa de sus creencias religiosas —eran católicos
mientras que los habitantes de esa incipiente nación eran protestantes—, eso no
impidió que se adaptaran a esa nueva forma de vida, sirviendo en los más
ínfimos y mal pagados empleos, y siempre con el repudio de los anglosajones.
Durante muchos años esas familias vivieron en la pobreza y con muchas
penalidades.
Fue por eso que muchos de ellos
prefirieron darse de alta en el ejército regular de los Estados Unidos como un
medio para mejorar sus niveles de vida. Con los años algunos de ellos lograron
hacer carrera, entre ellos John Riley que obtuvo el grado de teniente. Como tal
participó en las refriegas contra las tribus indígenas que asolaban vastas
regiones del sureste del país, en especial de las tierras de Texas donde el
gobierno mexicano permitió la colonización, ofertando 500 mil hectáreas para
ello.
Entre los años de 1826 a 1828 ya
había mil familias anglosajonas en Texas, que formaba parte del estado de Tamaulipas.
Ante la avalancha de colonos, el gobierno de México decretó suspender la
colonización y convertir a Texas como un estado más de la federación. Sin
embargo, las ambiciones imperialistas del entonces presidente Andrew Jackson
por apoderarse de esa extensa y prometedora región, hizo la propuesta de su
compra por cinco millones de dólares.
Por supuesto, con el apoyo del
gobierno estadounidense los colonos continuaron llegando con total desprecio a
las leyes mexicanas. Y más aún cuando podían comprar cuatro mil acres de tierra
por 40 dólares. Así, en el año de 1827 ya habían doce mil familias en esa
región y diez años más tarde, en 1837, las familias de colonos sumaban un poco
más de treinta mil, mientras que los pobladores mexicanos escasamente llegaban
a ocho mil residentes.
Cuando el gobierno de México
dispuso el pago de impuestos por la propiedad de la tierra y la prohibición de
establecer nuevas colonias incluso la portación de armas, los nuevos residentes
se negaron iniciando una rebelión que fue encabezada por Sam Houston, un
vividor y mercenario de la peor ralea. Este ruin personaje en 1836 se atrevió a
proclamar la independencia de Texas poniéndose al frente de un grupo
paramilitar que se conoció como los Rangers de Texas, un cuerpo policíaco causante
de asesinatos, despojos y violaciones de las familias mexicanas.
A causa de esa situación y ante
la negativa del gobierno de México de reconocer la separación de ese estado,
fueron constantes las agresiones a las autoridades y las familias mexicanas lo
que dio origen a enfrentamientos armados en lugares conocidos como San Jacinto
y El Álamo. Por desgracia, el ejército de nuestro país fue derrotado, además de
que el presidente de México Ignacio López de Santa Ana cayó prisionero y
obligado a firmar un acuerdo por el que aceptaba la segregación de Texas en
favor de los Estados Unidos.
Para asegurarse de ese pacto el
nuevo presidente de los Estados Unidos James Polk de inmediato declaró la
anexión de Texas a su país. Pero ante esa declaración oportunista y falaz del
mandatario norteamericano, el gobierno de México respondió que la anexión sería
considerada como una declaración de guerra. Y así fue. Y todavía Polk tuvo el
descaro de ofrecer cinco millones de dólares por el estado de Nuevo México y 25
millones por el estado de California.
Ese día de la declaración de la
guerra entre México y los Estados Unidos, los soldados irlandeses habían
desertado para unirse y combatir al lado de los mexicanos. Al principio eran 48
pero después se les unieron polacos, alemanes, italianos y negros, más de cien
que por decisión propia adoptaron el nombre de Batallón de San Patricio y así
fue reconocido por el gobierno de nuestro país. Su insignia fue una bandera de
color verde, con las imágenes bordadas de San Patricio, el arpa celta y el
trébol de tres hojas, con una inscripción abajo que decía: ERIN GO BRAGH, que
significa Irlanda por Siempre
Justificaron su decisión debido
al maltrato hacia ellos por ser irlandeses, pero sobre todo porque se dieron
cuenta de las injusticias cometidas con la población mexicana y el despojo de
su tierra. Y aún más, por tener que soportar las acciones criminales de los
Rangers de Texas, amparados por el gobierno gringo.
Declarada la guerra, los
invasores lo hicieron por tres frentes: el ejército al mando del general Kerney
atacó en la Alta California, Zacarías Taylor por Tamaulipas y Winfield Scott
por el lado de Veracruz. Y entre los defensores estuvo presente el Batallón de
San Patricio como responsable de la artillería mexicana.
En la lápida de la plaza San Jacinto se recuerda
también el 12 de septiembre de 1848, fecha en que los sobrevivientes del
Batallón de San Patricio fueron sentenciados y sacrificados por medio del
ahorcamiento, acusados de traidores por los Estados unidos, pero héroes por
nuestro país. Lo merecieron. Uno de ellos se salvó de la muerte, el capitán del
ejército mexicano John Riley. Después de varios años de vivir en la ciudad de
Veracruz, su cuerpo fue hallado en la calle víctima del alcoholismo. Quizá en
el más allá se haya reencontrado con sus compatriotas y gritar en coro, IRLANDA
POR SIEMPRE.