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La
Malinche |
En su libro “Historia de las
Indias y conquista de México”, Francisco López de Gómara dice de
Hernán Cortés
que “fue muy dado a las mujeres y dióse siempre”. Y es que desde su juventud en
España comenzó sus lances amorosos, uno de ellos con riesgo de su vida, pues
tuvo que saltar de una ventana para evitar enfrentarse con un marido celoso al
que le quería poner los cuernos.
Mal le fue, porque todo
desquebrajado perdió la oportunidad de embarcarse rumbo a las Indias como era
su deseo. Muchos meses después pudo llegar a Santo Domingo, la isla que Colón
llamó San Salvador. Llegó como quien dice con una mano adelante y otra detrás,
muerto de hambre y sin un céntimo en el bolsillo. Pero para su buena suerte el
gobernador Don Frey Nicolás de Ovando lo envió a un pueblo llamado Azúa donde a
los pocos meses logró el empleo de escribano público. Además, se le ayudó con
una granjería de 150 indios con los que se dedicó a cultivar sus tierras.
Cuando arribó a La Española
Diego de Velázquez recién nombrado Capitán General para conquistar y poblar la
isla de Cuba, invitó a Cortés como tesorero del rey. La conquista fue fácil lo
que le permitió apropiarse de tierras que comenzó a hacerlas producir, de tal
forma que su vida ya la tenía asegurada. Pero su afición a las féminas no
disminuyó, pues pronto se hizo de una querida de nombre Catalina Suárez Marcaida,
con la que vivió varios años.
Como parecía que la cosa iba en
serio, Diego Velázquez ahora convertido en gobernador de Cuba, le insistió para
que se casara con ella. Sin embargo Cortés amaba su soltería y se negó a
formalizar sus relaciones con Catalina, lo que ocasionó en enojo del gobernador
y lo puso preso aprovechando un delito de armas que cometió. Al final, y ante
el peligro de su situación económica contrajo matrimonio y el perdón de
Velázquez.
En los primeros meses de 1518,
llegaron noticias por parte de los exploradores Juan de Grijalva y Pedro de
Alvarado acerca de una gran isla llamada Yucatán y que sus habitantes decían
que tierra adentro había un gran imperio y muchas riquezas. Entusiasmado
Velázquez organizó una armada integrada por once navíos y la puso al mando de
Cortés a quien designó comandante general de la misma. En el trayecto hacia
esas tierras, llegaron a la isla de Cozumel y allí encontraron a un náufrago
español que había sido cautivo de los indios durante ocho años. Se llamaba
Jerónimo Aguilar y hablaba la lengua de sus captores, lo cual fue una gran
ventaja para Cortés.
Días después llegaron a la
región de Tabasco y tuvieron que enfrentarse a un numeroso grupo de nativos que
no les permitieron desembarcar, lo que obligó a los españoles a combatir contra
ellos. Derrotados los indígenas, uno de los principales caciques les regaló,
además de objetos de oro, a 20 doncellas ataviadas con lujosas prendas. Eran de
una raza distinta a los aborígenes de las islas pues eran más altas, con buenas
proporciones y de buen ver.
Por supuesto, fueron repartidas
entre los capitanes y pilotos y la más hermosa se la cedió a su primo Alonso
Hernández Püertocarrero. Todas fueron bautizadas por el padre Olmedo y a esta
última le puso el nombre de Marina sustituyéndolo por su original que era
Malintzin, mejor conocida como Malinche.
Pronto se enteró Cortés de la
ayuda de esta indígena. Ella era de una familia que vivió en una de las
comarcas que estaba bajo el dominio de los aztecas y por eso hablaban en
náhuatl. Marina lo aprendió, lo mismo que la lengua maya cuando llegó a
Tabasco.
En su recorrido rumbo al imperio
azteca, unos emisarios de Moctezuma le llevaron regalos, pero Cortés no
entendió lo que le decían. Tampoco Jerónimo Aguilar pues no era maya la que
hablaban. Doña Marina que estaba cerca ofreció su ayuda para servir de intérprete
y al escuchar a los emisarios traducía su mensaje en maya a Jerónimo y este lo
daba a conocer a Cortés en castellano.
Con el tiempo doña Marina
aprendió el lenguaje de los españoles y continuó como interprete,
convirtiéndose en una persona inseparable de Cortés, hasta la conquista de
México Tenochtitlan en 1519. Desde luego esa cercanía tuvo sus resultados pues
a la amante le nació un hijo bautizado con el nombre de Martín Cortés. Alejada
un tanto del conquistador, en 1524 contrajo matrimonio con Juan Jaramillo. Tres
años después murió y fue sepultada en la capilla de Santa María la Redonda, en
la ciudad de México.
Un biógrafo de Cortés dijo de la
Malinche: “Doña Marina fue pieza clave para la conquista; la llave que abrió
las puertas de México”. El mismo Hernán en una de sus Cartas de Relación
escribió: “Después de Dios, debemos la conquista de la Nueva España a Doña
Marina”.
Cuando Hernán Cortés llegó a
Tenochtitlan y fue bien recibido por Moctezuma convivió varios meses con los
habitantes de esa gran ciudad, de su esplendor y muchas de las costumbres de
los aztecas. Para congraciarse con él, Moctezuma le ofreció a su hija Tecuichpo
de quien Cortés tuvo una hija. Mediante el bautismo, el padre Olmedo le puso el
nombre de Isabel Moctezuma y así fue conocida por los españoles.
Isabel formó parte activa en la
defensa de la ciudad al lado de Cuauhtémoc y por eso presenció la destrucción y
conquista de México-Tenochtitlan en el año de 1521. Casada varias veces, con el
último apellidado Cano tuvo cinco hijos que formaron parte de la aristocracia
de la Nueva España e incluso uno de ellos obtuvo el título de Conde de
Moctezuma y un escudo de armas con motivos mexicas.
El novelista Eugenio Aguirre
dice de Tecuichpo: “Fue el símbolo del mestizaje, de la resistencia cultural,
pero también pasados los siglos, bien podría sintetizar la necesidad urgente de
reconciliación de los mexicanos contemporáneos consigo mismos, sobre todo con
miras al futuro”.
En el año de 1528. Cortés viajó
a España con el fin de entrevistarse con el emperador Carlos V. Fue bien
recibido por el monarca y se le hicieron honores como el de ser nombrado
Capitán General y Marqués del Valle de Oaxaca. Durante su estancia en ese país
conoció y se enamoró de Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga, más conocida como
Juana de Zúñiga. Contrajo matrimonio —el segundo— y con su bella esposa regreso
a la Nueva España, a Cuernavaca, para vivir en el palacio que hizo construir en
1526. Con ella tuvo seis hijos, uno de ellos, Martín heredó el título de
Marqués del Valle de Oaxaca.
Por supuesto con su fama del gusto por las mujeres
tuvo muchas amantes, entre españolas e indígenas, pero que la historia no
registra. En cambio a varios de sus hijos los protegió hasta donde pudo, entre
ellos los dos Martín, hijos de La Malinche y de Juana de Zúñiga.
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