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José María Esteva |
Durante muchos años, desde que
nuestro país se hizo independiente a partir del año de 1821, la mayoría de los
jefes políticos y gobernadores de la Baja California fueron designados por el
gobierno central, así como también a funcionarios que debían encargarse de los
diversos aspectos de la administración pública.
Muchos de estos funcionarios
pasaron sin pena ni gloria durante su estancia y a la menor oportunidad
regresaron a la ciudad de México arguyendo las pésimas condiciones de la
ciudad, sus pocos habitantes y la lejanía de la capital de la república. Es por
eso que sus nombres han quedado en el olvido. No fue el caso de dos de ellos
quienes se recuerdan por sus acciones en favor de los habitantes de esta región
de nuestro país.
En la década cincuenta del siglo
pasado cuando el coronel Rafael Espinoza era el jefe superior político llegó a
La Paz el agrimensor Ulises Urbano Lassepas quien traía el encargo de ser el
agente del Ministerio de Fomento en la ciudad. Fue en tiempo, en 1857, cuando
el presidente Ignacio Comonfort expidió un decreto por el cual todos los
terrenos vendidos a partir del año de 1821 serían considerados nulos y sin
ningún valor en tanto no fueran legalizados por el gobierno.
La medida no surtió efecto, pero
fue el pretexto para que Lassepas publicara un libro criticando esa arbitraria
disposición. La obra titulada “Historia de la colonización de la Baja
California y Decreto de 10 de marzo de 1857” es un verdadero tratado de
geografía y de historia, además de una fuente bibliográfica importante para los
investigadores de nuestro pasado. Además ofreció sus servicios para trasladarse
a la ciudad de México en busca de las escrituras originales de los rancheros y
logró rescatar cerca de 300 títulos expedidos en diferentes años a partir de
1821.
En 1856 llegó a La Paz el señor
José María Esteva en su calidad Visitador General de Rentas y al año siguiente
ocupó temporalmente el puesto de Jefe Político. Durante su estancia tuvo la
oportunidad de conocer a los funcionarios de esa época y enterarse de los
problemas económicos y políticos de la región, así como el grado de desarrollo
cultural de sus habitantes. Dotado de experiencia política lograda en su estado
natal, Veracruz y en la ciudad de México, pronto intervino en los asuntos
internos del territorio, siendo uno de los firmantes de adhesión al Plan de
Ayutla que desconocía a Ignacio López de Santa Ana como presidente de la república.
Esteva aprovechó su estancia en
La Paz para escribir una memoria sobre la pesca de la perla en la península de
la Baja California y un Decreto para ordenar la explotación de los placeres de
concha perla. No le dio para más, pues a mediados de 1857 regresó a la ciudad
de México siempre con su cargo de Visitador General de Rentas.
Cuando leí el libro de Adrián
Valadés titulado “Historia de la Baja California, 1850-1880”, en una parte de
su contenido hace mención de este personaje lo que me motivó para saber más de
su obra y su vida. En eso estaba cuando una amiga veracruzana, doña Carmen
Boone Canovas, me platicó que tenía parentesco con él y podía darme información
al respecto.
En efecto, José María Esteva,
además de funcionario público de importancia, fue un escritor reconocido a
nivel nacional, autor de poemas, cuentos y novelas. Y por lo que se refiere a
nuestra entidad, en 1894 publicó la novela “La campana de la misión”, cuyo
argumento se ubica en Loreto y la isla Ángel de la Guarda. Por cierto esta obra
está considerada como la primera novela escrita sobre Baja California.
La misma doña Carmen radicada en
la ciudad de México, tuvo la gentileza de enviarme una fotocopia de otra novela
corta con el nombre de “La Concha del Diablo” cuyo original se encuentra en la
universidad de California, Estados Unidos. Al leerla recordé la leyenda escrita
por Adrián Valdez titulada “El Mechudo” que forma parte ya del imaginario
colectivo de los sudcalifornianos. Nomás que la primera fue escrita en 1869, en
la Habana Cuba y la segunda a finales del siglo XIX y publicada en un folleto
del mismo autor en el año de 1912.
“La Concha del Diablo” relata la
vida de un viejo pescador que encontró por casualidad un rico placer ubicado en
la punta del Mechudo. Buceando en ese lugar encontró tres hermosas perlas que
regaló a los padres de la misión de Loreto para que adornaran la imagen de la
virgen. Días después desapareció y nunca pudieron encontrarlo y ni tampoco el
lugar donde se encontraba el placer. Pasaron poco más de veinte años y en el
puerto de Guaymas un joven recibió de su abuelo moribundo la confesión de la
situación exacta donde se localizaba el rico tesoro. Con una armada compuesta
de varias canoas e indígenas yaquis llegó al lugar y se dispusieron a la pesca de
las conchas perleras. Y fue en ese momento cuando uno de los indios lanzó el
reto de que iba a sacar una perla para el diablo.
Así nació la leyenda de El
Mechudo. Así también el recuerdo para el escritor que llegó a la Baja
California y dejó para la posteridad su presencia como un funcionario, que a
través de sus creaciones literarias, quiso mostrar su admiración por esta
región de nuestro país.
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