En el año de 1966 compré un
libro de los que ahora llaman de bolsillo, en 6 pesos. Lleva por título “Cristóbal
Colón, Marino”, y su autor es Samuel Eliot Morison. Fue la primera edición en
español y por eso ocupa un lugar preferente en mi biblioteca.
Morison no es un historiador
cualquiera. En 1942 ganó el premio Pulitzer por su biografía en dos tomos de
este navegante. Y años antes apoyado por la Universidad de Harvard recorrió la
ruta que en 1492 realizara Cristóbal Colón. De esa experiencia dice: “Mi punto
de vista es, sencillamente, de un marino que expone las hazañas de otro al que
considera uno de los más grandes navegantes, si no el más grande todos los
tiempos”.
Pero, además, en la última parte
del libro insertó la primera carta que Colón envió a la reyes de España,
Fernando e Isabel, los que, como se sabe costearon el viaje rumbo a las Indias.
En ella narra sus primeras impresiones y describe las islas a las que puso
nombres: San Salvador, Fernandina, Isabela, Juana, la Española…
Da cuenta de una isla poblada
solamente de mujeres —la actual Martinica— y de otra donde los indígenas eran
caníbales. Uno de sus capitanes, Alonso de Ojeda le tocó corroborar esa
costumbre en la isla mencionada. Cuenta que desembarcó en ese lugar en busca de
sus pobladores, pero solo encontraron abandonada una aldea y los cazos de la
comida en la lumbre. Como tenían hambre se dispusieron a aprovecharla y
entonces se dieron cuenta que lo que había en el recipiente eran brazos,
piernas y la cabeza de un ser humano…
No está de más recordar ese
acontecimiento histórico: El 6 de septiembre de 1492, venciendo temores e
ignorancias, el marino genovés Cristóbal Colon zarpó de un puerto del viejo
mundo rumbo a la India, China y el Japón. Al mando de tres carabelas, la Niña,
la Pinta y la Santa María recorrió durante más de un mes el llamado mar
tenebroso —el océano Atlántico— hasta llegar a la isla de San Salvador a la que
los indios llamaban Guanahaní, el día 12 de octubre de 1492.
“Allí, —dice Morison— sobre la luminosa playa
de coral blanco, tuvo lugar el famoso primer desembarco de Colón. El Capitán
General (entonces ya con el consenso de todos llamado Almirante) fue a tierra
en el bote insignia, desplegando al viento el real estandarte de Castilla: los
dos capitanes Pinzón, en sus respectivos botes, flameando la bandera de la
expedición, de color verde coronada sobre campo blanco. “Y habiendo dado todos
gracias a Nuestro Señor, hincados de hinojos, besando la tierra y llorando de
dicha por la inconmensurable merced que habían alcanzado, el Almirante se
levantó y dio a la isla el nombre de San Salvador”.
Colón realizó cuatro viajes a la
tierra descubierta. En el último recorrió las costas de Nicaragua, Honduras y Costa
Rica. Pero ese viaje estuvo lleno de dificultades y peligros. Después de esa
expedición regreso a España para informar al rey de sus descubrimientos. Sin
embargo a éste no le interesaron los informes de Colón. Enfermo, desilusionado
del poco interés de la corte, el llamado Almirante del Gran Océano, murió en la
ciudad de Sevilla, el 20 de mayo de 1506.
Lo que ocurrió el 12 de octubre
de 1492 más que un descubrimiento fue el encuentro de dos mundos que dio origen
a una nueva etapa en la historia universal, con transformaciones sociales,
económicas y culturales, tanto en España como en el continente americano.
Desde luego, esta conmemoración
tiene sus interpretaciones. En la ciudad de México, con motivo del Día de la
Raza, los grupos indígenas lo recuerdan como el inicio de una conquista que
destruyó las civilizaciones autóctonas, aniquilando todo resto de las culturas
que durante miles de años existieron en nuestro país y en el resto de América.
14 de octubre de 2015.
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