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Misión Santa Gertrudis la Magna.
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Los oasis en Baja California
siempre han sido fuentes de vida. En una región desértica como lo es la
península californiana el agua adquiere un valor especial sobre el que gira la supervivencia
y el desarrollo de sus habitantes. Por eso, los primeros poblamientos de la
península y después durante el establecimiento de las misiones religiosas, los
oasis han dado origen a varias poblaciones y muchas rancherías a todo lo largo
y ancho de esta región.
Desde la fundación de la Misión
de San Bruno en 1683 por el padre jesuita Eusebio Francisco Kino, fueron 17
centros religiosos fundados por esta orden y siempre alrededor de lugares donde
existían oasis. Pero encontrarlos fue extremadamente difícil, lo que obligó a
los padres jesuitas a efectuar grandes recorridos, por lo regular a cientos de
kilómetros, hasta descubrir las fuentes de agua donde establecer sus misiones.
Así fundaron, a partir de 1697,
las misiones de Loreto, San Javier, Mulegé, Comondú, La Purísima, San Ignacio,
San Luis Gonzaga, La Paz, Todos Santos, Santiago y otras más. Debido a las
dificultades económicas y la falta de misioneros, las fundaciones fueron
espaciadas de tal manera que necesitaron 70 años, hasta 1767, para lograr sus
propósitos evangelizadores.
En los últimos años de su
estancia en la península, los padres jesuitas fundaron las misiones de San
Francisco de Borja, Santa Gertrudis La Magna y la última Santa María de los
Ángeles, en 1776. Estas tres misiones localizadas un poco más allá de los
límites del actual estado de Baja California Sur, fueron atendidas en su
momento por los padres de la misión de San Ignacio.
La historia de la misión de
Santa Gertrudis La Magna es muy interesante. La mayoría de los historiadores,
entre ellos Miguel León Portilla y Pablo L. Martínez apoyados en las crónicas
del padre jesuita Miguel del Barco, aseguran que la misión fue fundada en 1752
por el padre Jorge Retz. En cambio, Carlos Lazcano dice que en realidad fue el
sacerdote Fernando Consag el primero en establecerla en 1737, cuando el padre
visitador de los jesuitas de la California, Andrés García, lo comisionó para
establecer una nueva misión en la parte norte.
Lazcano aclara que la confusión
se debe a que los primeros 14 años, antes de que estuviera en su sitio actual,
a esta misión se le apoyaba desde San Ignacio y se le conocía con el nombre de
Nuestra Señora de los Dolores. Y aunque Fernando Consag fue el que la cambió a
su sitio actual, quien la empezó a atender fue el padre Retz a partir de 1752.
A poco de establecerse en la
misión de Santa Gertrudis —narra Carlos Lazcano— el padre Retz dio principio a
los trabajos agrícolas que le permitieron a su misión cierta autonomía.
Encontró un manantial un poco más amplio y el construyó un canalito para regar
la poca tierra de cultivo que se disponía. Pero igual acarreó tierras de otras
partes a fin de obtener mejores siembras. Construyó acequias y pilas que le
permitieron sembrar y cosechar en poco tiempo. El maíz y el trigo florecieron,
junto con frutales como olivos, higos, granadas, uvas y dátiles. Con las uvas,
el padre Retz elaboró los primeros vinos del norte peninsular, tradición que se
conserva hasta nuestros días.
El padre Retz hizo florecer esta
misión, algo notable ya que se encontraba en medio del desierto central de la
península, con una de las geografías más hostiles de la península. Cuando el
padre Consag entregó la misión al padre Retz, ésta contaba con alrededor de mil
indígenas cochimíes bautizados. Para 1762 la población era de 1735 y ya cuando
los jesuitas fueron expulsados de California quedaban mil en la misión. Después
las epidemias fueron reduciendo la población indígena, hasta que la misión fue
abandonada en 1822.
Al abandonarse la misión la
custodia quedó en manos de los habitantes del lugar. En la actualidad la
atendía el señor Eugenio Ceseña Urías, quien tenía a su cargo organizar los
festejos en honor de la virgen, todos los 17 de noviembre de cada año.
Quien desee conocer el oasis y
la hermosa y bien conservada misión de Santa Gertrudis la Magna, debe viajar a
la población de Vizcaíno y de allí al lugar conocido como El Arco. De esa
comunidad se recorren 33 kilómetros a través de tramos arenosos y pedregosos,
por lo cual es necesario vehículos de doble tracción. El recorrido de realiza
en un tiempo aproximado de una hora con cuarenta minutos. El edificio se
localiza en una meseta al pie de una gran sierra; un arroyo corre alrededor de
la misma. La vegetación es escasa, con árboles frondosos en el lecho del
arroyo. Vale la pena visitarla porque los oasis contribuyeron a la
evangelización de los indígenas de Baja California.
Diciembre
14 de 2015.
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