Ayer desayuné con Rubén González
González y con Jesús Manuel Flores Díaz Bonilla. Son dos alumnos que estuvieron
en la escuela primaria del poblado Santo Domingo, allá por los años de los
cincuenta. Los atendí en el quinto y sexto años junto con otros compañeros de
su generación. Después de muchos años los volví a frecuentar ya convertidos en
jefes de familia y dedicados a ganarse la vida de la mejor manera.
Rubén, hijo de un pionero del
Valle de Santo Domingo, don Salvador González Moreno, es ahora un próspero
agricultor y empresario. Jesús Manuel, por su parte, estudió la carrera de
maestro y ahora ya jubilado obtuvo una licenciatura en psicología. Su tiempo lo
dedica a impartir conferencias relacionadas con la enfermedad de la diabetes, a
la par que es un activista del Club de Leones del cual ha sido unos de los más
activos promotores.
Son desayunos del recuerdo: de
un maestro rural que inició su trabajo en el poblado Sebastián Allende de la
colonia Jalisco y después, durante cuatro años, en el poblado de Santo Domingo.
Del internado que daba cobijo a muchos niños de comunidades alejadas
permitiéndoles terminar su instrucción primaria a fin de acceder a estudios
superiores. Del celo y dedicación del profesor Ricardo Fiol Manríquez, director
de la escuela y del internado, que hacía maroma y teatro con tal de conseguir
los alimentos para los albergados.
Y el tiempo pasó. Rubén inició
sus estudios de secundaria en la ciudad de La Paz, pero antes de concluirlos
regresó al Valle. Jesús Manuel, después de un tiempo en el que ayudó a su
padre, don Manuel Flores, en la distribución de bebidas refrescantes en toda la
región de Santo Domingo, se inscribió en la Escuela Normal Urbana de La Paz y
cuando terminó sus estudios lo comisionaron al estado de Sinaloa. Al jubilarse
regresó a nuestro Estado y ahora radica en nuestra ciudad capital.
Rubén y Jesús Manuel son
personas importantes en su medio. Pero aparte de eso, tienen vivencias de su
estancia en el Valle de Santo Domingo que recrean toda una época en la que, con
el esfuerzo y sacrificio decidido de sus colonizadores, lograron convertir una
región agreste y olvidada, en una donde la agricultura fue la fuente económica,
no solo de ellos, sino que también de toda la entidad bajacaliforniana.
Con el paso de los años la
amistad entre nosotros tres se ha ido afirmando. Cada ocasión en que Rubén
viene a La Paz nos habla por teléfono para saludarnos e invitarnos a tomar un
café para hablar de los tiempos idos. Y también de los presentes. Hace unos
meses, nos presentó una colección de fotografías a color tomadas por él, en las
que aparece gran parte de la flora que existe en la región del municipio de
Comondú. Por su calidad lo ayudamos para que fueran exhibidas en la galería de
arte Carlos Olachea y parece que dentro de poco también se expondrán en el
Instituto Tecnológico de Ciudad Constitución o en otros lugares del municipio y
del Estado.
Jesús Manuel es un gran
conversador y rememora sucesos de su juventud ocurridos en el Valle de Santo
Domingo. En ocasión del VIII Encuentro de Escritores Sudcalifornianos efectuado
en el mes de julio del año pasado, Rubén
y Jesús Manuel participaron en una mesa redonda donde hablaron de su vida de
estudiantes en el poblado de Santo Domingo, de sus compañeros del internado, de
sus maestros y en lo particular, del que los atendió en sus últimos años de
estudios. Y es que ese Encuentro fue dedicado a mi persona.
Los dos amigos me guardan un
gran respeto que es correspondido por todo lo que significa haber sido su
maestro y hoy es su amigo. Cierto, hay diferencias de edades, pero al compartir
esos momentos agradables el tiempo desaparece y solamente queda, para el
recuerdo, tres seres que se niegan a olvidar su paso por esta vida, aquella
donde dos alumnos y un educador reconocen mutuamente el valor de la amistad y
el reconocimiento.
Enero 27 de 2016.
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