Puede ser que en los próximos
meses tengamos la oportunidad de ver anclado en el muelle fiscal de nuestra
ciudad, la réplica de un galeón que utilizó el navegante y explorador Juan
Rodríguez Cabrillo, en el año de 1542. Y eso porque el Museo Marítimo de San
Diego lo construyó atendiendo a los documentos y planos que existen en España.
Aunque tienen planeado que esa
embarcación recorra los lugares que visitó Cabrillo en el hoy estado de
California, quizá exista la posibilidad de que llegue hasta nuestra ciudad,
dado que fue el primer puerto al que llegó este navegante, a fin de iniciar su
recorrido por toda la costa del océano Pacífico.
Carlos Lascano Sahagún, autor de
un libro titulado “Más allá de la Antigua California, La navegación de Juan
Rodríguez Cabrillo, 1542-1543”, dice que al iniciar su viaje lo hizo en dos
embarcaciones más bien pequeñas, una la San Salvador que desplazaba unas 200
toneladas y la otra, una fragata llamada Victoria.
Con ellas recorrió toda la costa
de la península y llegó a la altura del puerto de San Diego. Aunque él murió en
el mes de enero de 1543, su tripulación navegó más al norte hasta llegar cerca
de los límites de los estados de California y Oregon en el paralelo 41 grados.
Después, debido al mal tiempo, el cansancio y la falta de alimentos los
obligaron a retornar al puerto de Navidad, adonde llegaron en el mes de abril
de 1543.
Ahora, con esa noticia de la construcción
del galeón, me recuerda que hace ya varios años, creo en la administración
municipal del licenciado Alfredo Porras, se hizo el intento de construir una de
las carabelas que usó Hernán Cortés cuando vino a la península y fundó el
Puerto y Bahía de Santa Cruz, un 3 de mayo de 1535.
La idea era utilizarla en ese
día todos los años, en una representación simbólica del arribo de Cortés a
tierras californianas. Pero el proyecto quedó como tal por falta de recursos
económicos y por no contar con los planos originales de esas embarcaciones. Aunque,
y eso era una posibilidad, el astillero de Abaroa lo pudo construir pues para
eso se pintaban solos.
En cambio, al menos en años
anteriores, el desembarco de los expedicionarios españoles se hacía por medio
de una panga de 24 pies o más y, aunque usted no lo crea, impulsada por un
potente motor fuera de borda. Y en la orilla lo esperaba la reina Calafia con
todo su séquito, dándole la bienvenida con cantos y danzas. Tergiversación de
la historia, no cabe duda.
Porque en la realidad no tuvieron
ningún recibimiento, pues los indios estaban resentidos con ellos, por los
abusos que cometieron Fortún Jiménez y sus hombres cuando llegaron a la
península. Lo pagaron caro, pues la mitad de ellos murieron flechados por los
pobladores de esta región.
Pero en lo que toca a Rodríguez
Cabrillo, nos parece extraordinario que en la California americana se le
recuerde de diversas maneras, como en una estampilla postal con su efigie y un
monumento en la ciudad de San Diego. Aunque también en Ensenada se le brinda
reconocimiento por haber sido el descubridor de ese lugar al que le dio el
nombre de Puerto de San Mateo.
Aquí en nuestra ciudad de La Paz
adolecemos de monumentos dedicados a los navegantes y exploradores que llegaron
a Baja California. Nos hace pensar que es una parte de la historia que no
merece recordarse. Y es al contrario: gracias a ellos fue posible conocer,
desde el siglo XVI, una región que formó parte de México y al paso de los
siglos lo sigue siendo.
Hombres como Hernán Cortés,
Francisco de Ulloa, el mismo Juan Rodríguez Cabrillo, Francisco de Ortega,
Sebastián Vizcaíno e Isidro de Atondo y Antillón merecen un lugar de honor en
nuestra centenaria ciudad.
Tendrá que llegar el momento en
que el bulevar Forjadores de Sudcalifornia justifique su nombre, cuando a todo
lo largo de él luzcan egregias las figuras de las mujeres y hombres que han
contribuido al engrandecimiento de esta tierra. ¿Será posible?
Abril
19 de 2016
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