El domingo pasado me invitaron a
pasar el día en un paraje en la orilla del cauce de un arroyo, allá por un
lugar conocido como El Saltito, por el rumbo del hotel Las Cruces. Cerca de la
playa nos internamos en una brecha y después de unos 500 metros llegamos al
improvisado campamento donde nos esperaba mi hija Virginia y otra familia.
Debajo de unos palos blancos
tenían las provisiones y a un lado un fogón en el que se preparaba el desayuno
y el infaltable café de talega. Al rato estábamos disfrutando de una rica
machaca de pescado acompañada de tortillas de harina y un buen trozo de queso.
Me extrañó que no hubieran
pernoctado en la playa como es común, pero como la prudencia mantiene
amistades, me abstuve de preguntar. Fue lo mejor, porque al rato Pancho, un
ranchero que nos acompañaba, y otro conocido como El Tomate, me invitaron a
conocer una poza localizada al final del arroyo.
Conforme avanzábamos el cauce se
fue haciendo angosto flanqueado por altas paredes de roca que bien medían unos
cincuenta metros de alto. Casi al llegar, pasamos por un corral construido a
todo lo ancho del cañón, --unos veinte metros— con su correspondiente portón.
Al final, entre un nido de rocas estaba la poza. Y de lo alto escurría un
delgado hilo de agua que la mantenía llena.
Y fue entonces cuando supe el
porqué del paraje en ese lugar. —“A este corral le llamamos falso— me comenzó a
explicar Pancho-- . Aquí llegan las reses alzadas a tomar agua y entonces las
encerramos para devolverlas a sus dueños”
--Pero, ¿a qué le llaman reses
alzadas? le pregunté. – Bueno —me contestó— son los animales que se van de los
ranchos y ya no vuelven. A veces pasan dos o tres años remontados e incluso
muchas vacas tienen crías que crecen sin tener dueño. A mí —continuó— los
dueños me pagan por localizarlas y éste es un buen lugar para atraparlas,
porque llegan aquí en busca de agua.
--Oye —le replique— pero el
paraje está lejos de este lugar. ¿Cómo te das cuenta cuando llegan a la poza? ---“Es
que todos los animales pasan por este lugar cuando bajan de la sierra. No hay
otro camino”. Y con esta explicación se dirigió a nuestro vehículo que nos
llevaría de regreso al campamento.
Estábamos en palique después de
la comida, cuando de pronto Pancho se levantó apresurado diciendo: --¡Ahí va
uno! Tomó una reata y corrió para alcanzar al animal. La señora que nos
acompañaba, quien es propietaria de un rancho, corrió tras él con la mala
fortuna que el toro cuando la vio se regresó y trató de embestirla.
--“Patas para que las quiero ha
de haber pensado y emprendió veloz carrera por entre la arena del arroyo. Con
el toro detrás de ella ya no corría sino volaba. Cuando parecía inminente la
cornada, de pronto apareció un perro que se interpuso y con fuertes ladridos
hizo que el animal se desviara. Era El Guante, un perro que utilizaba Pancho
para acorralar las reses montaraces.
Después de lazado, ahora sí con
la ayuda de la Güera y el Tomate, lo atrincaron en un palo verde es espera del
dueño. Era un animal bravo, por lo que costó mucho trabajo subirlo a la traila.
Pero al fin el dueño se fue con su toro pensando en los veinte mil pesos que
recuperó.
--“Valió la pena —me dije--haber
venido a este lugar”. Aunque por otro lado, me causó indignación darme cuenta
de que para llegar a ese paraje tuvimos que detenernos en un portón de recia
estructura, cerrado con un candado. Para abrirlo hay que pedirle permiso a una
familia extranjera que tiene una residencia cercana a la playa.
De regreso a La Paz, ya por la
tarde, encontramos varios vehículos que se dirigían a las playas de ese lugar.
Tuvieron que regresarse pues encontraron cerrado el paso. Es ya una propiedad
privada.
Abril
12 de 2016
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