El lunes pasado no fue un día cualquiera. No lo fue porque
cinco amigos estuvimos compartiendo recuerdos de la época en que fuimos
estudiantes de la Escuela Normal Urbana, y después cuando ejercimos el
magisterio en diferentes lugares de nuestra entidad.
María Luisa Salcedo Morales, Estela Lizardi Agramont, Dolores
Siqueiros, Ricardo Fiol Manríquez y el que escribe, nos reunimos en la casa de
Ricardo y durante tres horas nos convertimos, por obra de la ilusión y el
pensamiento, en aquel grupo de jóvenes que escogieron una de las carreras
profesionales más nobles que existe en nuestra sociedad.
Pudiera pensarse que por nuestra edad —todos pasamos de los
ochenta— la reunión resultaría sosa y aburrida. Pero no, todo lo contrario,
desde los primeros minutos la alegría contagiosa de María Luisa nos trajo
liviandad en el alma y olvidamos los estragos de los años, para cantar melodías
del pasado y reír, con risa franca, de las anécdotas de nuestra época de
estudiantes.
Ahí recordamos a nuestros maestros como Isabel Macías que
nos impartía la cátedra de Técnica de la Enseñanza, de Juan Jiménez con sus
lecciones de Lógica, de Manuel Torre Iglesias quien nos impartió los
conocimientos literarios y de su hermano José insistiendo en la enseñanza de la
Cosmografía.
Y claro, como cosa obligada, recordamos a los compañeros que
terminaron con nosotros la carrera de profesor, entre ellos a las hermanas
Juana y Pilar Navarro, a María Esther Sánchez, a Josefina Castillo y Viola de
mismo apellido y de los hombres a Juan Francisco Angulo, Arturo Salgado y
Guadalupe Aguirre Tamayo. La mayoría ya murieron y algunos, como Felipe Lucero,
ignoramos su paradero.
A propósito, evitamos hablar de nuestros males, porque sería
un cuento de nunca acabar. Y además, lo que se ve no se pregunta: Ricardo en
silla de ruedas por un padecimiento crónico de sus rodillas; María Luisa con
bastón para guardar el equilibrio; yo, con mi inseparable audífono porque
padezco de sordera y las que más o menos están bien son Estela y Lolita.
Pero, en una reunión de amigos ¿quién se acuerda de sus
males? Con una copa de vino en la mano y saboreando botanas diversas, además de
las platicas amenas que incitaban a la risa y de vez en cuando las carcajadas
bien se podía creer que no eran personas ancianas sino más bien jóvenes si no
de cuerpo si de corazón.
María Luisa, que se pinta sola para eso de las anécdotas,
nos platicó que cuando ella trabajaba como maestra en el pueblo de Loreto,
llegó a visitarlo el presidente Miguel Alemán y uno de sus funcionarios al ver
el recibimiento que le hicieron, confesó: “yo creía que en esta parte del país
sus habitantes todavía usaban zapetas”. Así de desconocida era nuestra tierra.
En fin, la reunión de los viejos amigos resultó mejor de lo
que se esperaba. Y más aún, porque Ricardo en su calidad de anfitrión, nos
invitó a comer y saborear como postre el tradicional guayabate con queso
regional. Esto y la amena conversación hicieron una tarde inolvidable. Lástima por los demás
invitados que no asistieron. De la que se perdieron.
Por cierto María Luisa y Lolita no han perdido su buen
timbre de voz. Cuando cantaron la melodía “Desesperanza” revivieron amores
pasados: Te llegué a querer mucho/insospechadamente/ni
yo mismo me explico/ tal forma de adorar/ Y queriéndote tanto/ te me vas de
repente/te me vas sin que pueda/tus besos alcanzar…
Las buenas cosas se añoran. Por eso, cuando haya otra
oportunidad, los cinco amigos más otros que se sumen de nuestra generación,
habremos de reunirnos y evocar el pasado el que, a juicio de muchos de
nosotros, fue el mejor.
31 de enero de 2017.
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