Con
motivo de los 300 años de la muerte del padre Juan María de Salvatierra, en las
últimas semanas se han organizado diverso actos conmemorativos, entre ellos una
seria de conferencias y la colocación de una placa alusiva en una de las
esquinas de la calle que lleva su nombre. Además de las presentaciones de
libros referentes al periodo misional jesuita en la Baja California, destacando
el que refiere al sacrificio de dos misioneros a manos de los indígenas
pericús, en el año de 1734.
Al
margen de la vida y la obra de Salvatierra, la historiografía reciente revela
muchas de sus inquietudes espirituales durante su estancia entre los antiguos
habitantes peninsulares. En particular, su actitud mística y la defensa de Dios
ante las amenazas del diablo. Y, desde luego, la salvación de las almas a
través del purgatorio.
Sobre
el particular, entre los años de 1304 a 1321, Dante Alighiere escribió su
famoso poema “La Divina Comedia” en el que, acompañado de Beatriz y el poeta
Virgilio, viajan a través del infierno, el purgatorio y el paraíso. En las
diversas esferas o círculos, el paraíso representa el saber y la ciencia divina;
el infierno representa al ser humano frente a sus pecados y sus funestas
consecuencias; el purgatorio, la lenta purificación de sus culpas hasta la
liberación.
Salvatierra
en incontables ocasiones hizo mención de los pecados cometidos por el hombre y
la intervención del maligno para evitar su conversión a la fe de cristo y de la
virgen María, representada por los jesuitas en las figuras de las vírgenes de
Loreto, del Pilar y de Los Dolores. Y en sus homilías a los indígenas insistía
en la salvación de las almas las cuales, por su inclinación al demonio, permanecían
en el purgatorio.
Es
interesante pensar de que medios se valían los misioneros para que los neófitos
comprendieran los conceptos de infierno, purgatorio y paraíso. Corre la
anécdota de cuando el padre Juan de Ugarte trataba de adoctrinar a los indios
sobre sus pecados que los llevarían al infierno. “En ese lugar, donde existe un
fuego infernal —les decía— están todos los que no obedecen los mandatos de
Dios” Y entonces uno de los oyentes —era el mes de diciembre— le replicó: “ Hu,
pues entonces es mejor estar allá, porque aquí hace un frío de los demonios”.
Salvatierra,
por su parte, no se olvidó de las almas de los difuntos, porque se lamentaba
que éstas quedaban encerradas en las cárceles del purgatorio y se hayan quedado como a la mitad del camino, sin poder ayudarse
ellos mismos. En cada oportunidad rezaba el oficio de difuntos y les cantaba la
misa de réquiem.
Pero
la advocación del purgatorio tenía para Salvatierra otra intención. En la
religión católica todo creyente que moría quedaba en suspenso, es decir, entre
el infierno y el paraíso. Y sólo mediante las oraciones dirigidas al Ser
Supremo era posible que esas almas llegaran al paraíso. Por eso, cuando un
benefactor de las misiones californianas moría, Juan María se apresuraba a
oficiar misas a fin de que su estancia en el purgatorio fuera breve y por consecuencia
bendecido por Dios para su llegada al paraíso. Con ese ejemplo, los
consiguientes aportadores de dádivas no dudaban en ayudar a los jesuitas, ya que
así aseguraban su paso al reino celestial.
El
historiador español Salvador Bernabeu Albert refiriéndose a la evangelización
de los indígenas californios y de la presencia ominosa del diablo causante de
su estancia en el purgatorio, dice: “Es necesario que Dante visite California,
pues, como acertadamente lo señala Bolívar Echeverría, la idea de los jesuitas
es la de hacer que la gente viva todo el tiempo en el límite, en el borde entre
lo terrenal y lo celestial…”.
Julio 21 de 2017.
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