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Gral.
Francisco Villa |
En uno de los cursos de verano
de la Escuela Normal Superior de esta ciudad, impartía la materia Literatura
Mexicana a maestros de diversos lugares de la república. Fue allá por el año de
1983. Al término del curso, después de seis semanas de aprendizaje, mis alumnos
me obsequiaron el primer tomo de la obra “La novela de la Revolución Mexicana” que
contenía varios cuentos y novelas relacionadas con esa etapa de la vida
nacional.
Recuerdo entre ellas El águila y la Serpiente de Martín Luis
Guzmán, Los de Abajo, de Mariano
Azuela y Vámonos con Pancho Villa, de
Rafael F. Muñoz. Me interesaron las que se referían a este revolucionario y fue
por eso que en la primera ocasión compré el libro Memorias de Pancho Villa, una novela de Guzmán. La leí y después la
regalé a un amigo también inclinado en conocer la vida de este personaje.
Han pasado muchos años y
siempre, cuando rememoro los sucesos de esa etapa de la Revolución, aparece la
figura de Villa, al igual que Zapata, Carranza, Álvaro Obregón y otros más que
lo acompañaron. Y es que esa etapa de nuestro país es muy interesante, desde
que el presidente Porfirio Díaz tuvo que abandonar el poder y después, cuando
la Revolución acabó con Victoriano Huerta, el hombre que mandó asesinar al
presidente Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez.
Y luego, cuando se realizó la
Soberana Convención de Aguascalientes y a raíz de ella se dividieron las fuerzas
revolucionarias, Carranza por un lado y Villa por el otro. Por cierto en esa
reunión estuvo presente nuestro paisano Félix Ortega Aguilar, el hombre que se
había rebelado contra el gobierno usurpador de Huerta. Y que, cuando hubo de
definir su posición política, se puso de lado del gobierno emanado de la
Convención, es decir, apoyó al bando de Francisco Villa.
Hace unos cinco años, con motivo
de la Feria del Libro, estuvo por acá el escritor Paco Ignacio Taibo II, quien
presentó algunos de sus libros, en especial el que tituló “Pancho Villa, una
biografía narrativa” que se editó en el año de 2006. Lo iba a comprar, pero
cuando lo escuché en una plática que dio en una de las tardes, frente a
numeroso público, me abstuve de adquirirlo. Y es que como intelectual me
decepcionó, pues en su disertación incluyó majaderías y mentadas ante la
situación política que vivía nuestro país en ese entonces. No le importó que
hubiera niños escuchándolo.
Pasó el tiempo. Este año nos
desayunamos con la noticia de que este escritor había sido nombrado como director
del Fondo de Cultura Económica y aunque está impedido por la ley aun así lo
impusieron. Pero lo mal hablado no se le quita. Dicen que su frase favorita es
“Nos la pelaron” refiriéndose a las últimas elecciones presidenciales. Bueno,
pero su nombre me volvió a recordar su libro sobre Villa.
Los últimos días del año pasado
me la pasé enfermo, primero de gripe y luego de bronquitis. A mi nieta Martha
quien me visitaba en esos días, le comenté del libro de Taibo y la intención de
adquirirlo. “Yo se lo voy a regalar” fue su respuesta. Y en efecto, a los pocos
días me lo entregó. Aproveché los días de enclaustramiento forzoso y lo leí de
cabo a rabo. No obstante que es una obra de 860 páginas. Y ahí relata el
asesinato de Villa en la ciudad de Parral y el fin que tuvo su cabeza.
Francisco Villa fue un personaje
central en la Revolución Mexicana. Con su caballería montada de miles de
hombres al frente de la División del Norte, fue un elemento clave para la
derrota de Porfirio Díaz y Victoriano Huerta. Al triunfo del movimiento
revolucionario y después de desconocer al gobierno constituido, dando por
resultado serios enfrentamientos armados en los que salió derrotado, Villa
solicitó la amnistía y se la aceptaron, dándole entre otras concesiones la
Hacienda de El Canutillo, como su lugar para vivir.
En ese lugar compartió la estancia
con su familia y un grupo numeroso de los Dorados. Con ellos levantó la hacienda,
hizo producir la tierra, instaló talleres e incluso fundó una escuela. Para
hacerse de insumos viajaba regularmente a la ciudad de Parral distante 80
kilómetros. Fue en uno de esos viajes cuando sufrió el atentado que lo costó la
vida.
Pancho Villa no fue, como se
dice, un ángel de Dios. Durante la Revolución fue un jefe implacable con sus
enemigos muchos de los cuales los condenó al fusilamiento, no uno sino muchos
al mismo tiempo. En las ciudades ocupadas exigía tributos a las personas
acomodadas lo que le trajo enemistades y resentimientos. Así pasó en Parral y
por eso de la creencia que ellos fraguaron su muerte, aunque dicen que el
presidente de nuestro país en ese entonces, Álvaro Obregón tuvo que ver en
ello.
Cuando Villa acompañado de
varias personas salía de Parral rumbo a Canutillo, un grupo de asesinos
apostados en una de las calles donde pasaría el automóvil, disparó sus
carabinas y pistolas, causando la muerte instantánea de él, de Trillo su
secretario y la mayor parte de sus acompañantes. Fue el 20 de julio de 1923. Al
día siguiente fue sepultado en el panteón de esa ciudad, ante la sorpresa y el
desconcierto de toda la nación.
Pasados tres años, en 1926, un
piquete de soldados acatando órdenes superiores, una noche entró al panteón y
violó la tumba del guerrillero. Iban con la orden de hacerse de la cabeza y así
lo hicieron. Y como nadie quiso hacerse responsable de ese despojo, un jefe
militar dispuso que la colocaran en una caja vacía de parque y la llevaran a
enterrar. A un lado del camino entre Parral y Jiménez, en un hoyo improvisado,
quedó la cabeza del famoso revolucionario.
Pero la cosa no quedó allí. Al
desconocer su paradero, con el paso del tiempo, se tejieron muchas
interrogantes respecto al destino de la cabeza. Se dijo que había ido a parar
al circo Ringling Brothers donde podían verla. Que estaba en el Museo de
Historia Natural de Nueva York. Que había sido trasladada a los Estados Unidos
en un vehículo con un tanque de gasolina de doble fondo. El fin…
Hasta la fecha nadie ha podido
recuperar la cabeza de Pancho Villa, aunque muchos aseguran que todavía
permanece en el lugar donde la enterraron. Mientras tanto, la figura legendaria
del guerrillero permanece en el imaginario colectivo de los mexicanos.