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Gral. Álvaro Obregón |
Hace muchos años atrás leí dos
novelas de aventuras en el mar; la primera se llama La isla de Tesoro del autor escocés Robert Louis Stevenson y la
segunda Moby Dick del escritor
estadounidense Herman Melville. En ellas aparecen dos personajes principales
que tiene una característica común,
son cojos.
John Silver apodado El Largo, es
el cocinero del barco que los conduce a una isla en la que, según un mapa
encontrado en el baúl de un bucanero, se encontraba un gran tesoro. No obstante
su cojera participa en diversas acciones durante la travesía. En la otra novela,
el capitán cojo Ahab, al mando del buque ballenero Pequod, va en busca y
persecución de un cachalote blanco, en las heladas aguas del Ártico.
Con seguridad a través de la
historia de la humanidad se registran muchos hechos realizados por personas con
impedimentos físicos, como es el caso de Miguel de Cervantes Saavedra, autor de
la inmortal novela Don Quijote de la
Mancha, quien en una batalla en el golfo de Lepanto una bala le destrozó la
mano izquierda dejándolo tullido, aunque es común decir, cuando se refieren a
él como el “manco de Lepanto”.
El personaje que si fue cojo
además de manco y tuerto fue el general español Blas de Lezo al que a los
quince años le amputaron una pierna y después durante un combate en Gibraltar
una esquirla de una bala le dejó ciego un ojo. Aun así continuó al servicio de
las armas hasta que en otra acción de guerra en Gibraltar, un bala de mosquete
le dio en el antebrazo izquierdo por lo que tuvieron que amputarlo. No obstante
estos impedimentos, al frente de las tropas españolas defendió la ciudad de
Cartagena de Indias del asedio de la armada naval inglesa en el año de 1741.
En nuestro país existieron
personajes cojos y mancos. Uno de ellos fue el general Antonio López de Santa
Ana quien en la llamada “guerra de los pasteles” contra los franceses, en 1838,
una bala de cañón le destrozó la pierna derecha dejándolo cojo. Como era el
presidente ordenó que la parte amputada se le hicieran honores y un cortejo la
llevó a inhumar en el panteón de Zempoala. Poco tiempo después la desenterraron
y con la misma parafernalia la trasladaron a la ciudad de México. En 1844,
durante una revuelta, un grupo de capitalinos sacó la pierna de su tumba y la
arrastró por las calles de la capital. Fue cuando la ira popular le compuso
unos versos que dicen: “Santa Ana quiere corona/ se la haremos de hojalata/
porque la corona de oro/ le ha de costar la otra pata”.
Durante la Revolución Mexicana,
algunos militares de alto rango sufrieron heridas que los dejaron tullidos o
mancos, como el valiente general villista Tomás Urbina quien tenía una mano
seca. Pero el caso más renombrado fue el del general Álvaro Obregón, jefe del
ejército carrancista cuando en la batalla de La Trinidad contra los villistas,
en 1915, los fragmentos de una granada le arrancaron un brazo. Contaron los
testigos que al verse herido con su pistola trató de matarse, pero
afortunadamente el arma se encasquilló. Un ayudante se la arrebató y con ello
le salvó la vida. Lo llevaron al campamento donde lo operaron de emergencia.
También cuentan, y esto no pasa
de ser una broma —se la achacan al mismo Obregón— que cuando buscaban en el
campo de batalla lleno de muertos el brazo cercenado del general, fueron a
decirle que no lo encontraban, entonces les recomendó “tomen una moneda de oro
y aviéntenla entre los cadáveres”. Así lo hicieron y ante la sorpresa de todos,
de pronto saltó el brazo y la mano se apodero del metal dorado.
Obregón tenía fama de bromista y
era muy ingenioso en sus pláticas. Cuando en 1920 salió electo presidente de
México fue informado que algunos funcionarios se servían con la cuchara grande
y a dos manos —ya había corrupción— respondió: “Todos roban, pero yo robo la
mitad” haciendo alusión a su brazo mocho.
Todos estos personajes, los de
ficción y los reales superaron sus impedimentos físicos, sin que complejos de
inferioridad les hayan impedido triunfar y llevar una vida normal. Claro que
ser cojo o manco conlleva una vida un tanto singular dentro de la sociedad
donde se desenvuelve, pero sus buenas acciones opacan o hacen olvidar esos
defectos.
Por cierto aquí en nuestra
entidad hubo un gobernador manco, y aunque no perdió el brazo en una
confrontación armada sino en una campaña política, cuando la hélice de un avión
se lo destrozó, supo superar la desgracia y gobernar a su pueblo con buenos
resultados. También estuvo al frente de nuestra entidad el general Bonifacio
Salinas Leal que tenía un brazo inutilizado a causa de una herida de bala
durante una insurrección en el centro del país.
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