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La Güera Rodríguez
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En el año de 1884 el agrimensor
Guillermo Benton, apoderado de los herederos de Agustín de
Iturbide, quien
fuera emperador de México en los años de 1822 y 1823, reclamó las propiedades
que les pertenecían en la península de la Baja California que sumaban la
“modesta” extensión de 200 sitios de ganado mayor equivalente a 231 mil
hectáreas localizadas en los municipios de La Paz y San Antonio y en la región
de la Magdalena lo que hoy es el Valle de Santo Domingo, las islas Cerralvo,
San José, San Marcos, Ángel de la Guarda, Cedros y parte de la frontera con los
Estados Unidos.
Los herederos de Iturbide se
apoyaban en un decreto emitido en el mes de marzo de 1852 sobre terrenos
baldíos y los títulos a su favor que fueron reconocidos por el gobierno en el
año de 1860. Desde luego, cuando la solicitud llegó a manos del Jefe Político
en busca de autorización para la mensura y deslinde de los terrenos, este de
inmediato consultó el caso al gobierno de la República respecto a la validez de
la solicitud, a la vez que protestaba por el despojo que se pretendía hacer en
perjuicio de los legítimos dueños que eran los rancheros sudcalifornianos. Afortunadamente el Ministerio de
Fomento atendió de inmediato el problema justificando el derecho de los
habitantes de la península de poseer esos terrenos y, como es común en estos
casos, le dio largas al asunto hasta quedar olvidado. De todas maneras ese reclamo
de tierras nos revela hasta dónde la Baja California ha sido codiciada por
propios y extraños.
Agustín de Iturbide es un
personaje de la historia de México porque junto con Vicente Guerrero dieron
culminación a la independencia de México, el 27 de septiembre de 1821, después
de once de años de luchas en las que murieron muchos mexicanos, entre ellos los
caudillos Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, José María Morelos y Francisco
Javier Mina. Refieren las crónicas que ese día en que entró el ejército trigarante
a la ciudad de México encabezadas por Iturbide, fueron desviadas a propósito
por una calle lateral a fin de que una hermosa dama pudiera presenciar el
desfile en tanto le arrojaba flores al orgulloso libertador.
La dama en cuestión no era otra
que María Ignacia Rodríguez de Velasco, mejor conocida en esa época como “la Güera
Rodríguez”, una mujer que en aquel tiempo figurara como principal gala y ornato
de la alta sociedad, provocando admiración y escándalos en los más encumbrados
salones de la aristocracia de ese entonces.
Como bien lo narra don Arturo
del Valle- Arizpe, doña María Ignacia era muy popular y prodigaba simpatía y
belleza. La capital estaba llena de su presencia y no había en la ciudad quien
no la admirase. Era el centro de todas las miradas y todos los deseos. Cuentan
que en una ocasión un fulano feísimo, tuerto y con una horrible cicatriz en el
rostro, se enamoró perdidamente de la “Güera” y por eso le pidió al diablo que
se la consiguiera a cambio de su alma. A lo que Luzbel le contestó: “Oye tú, no
me ofrezcas tu alma que ya es mía por tantos pecados que tienes. Y en cuanto a
la Güera Rodríguez para mí la quisiera, tuerto desgraciado”.
Y es que la dama en cuestión,
asediada por su belleza, no era indiferente a los acosos masculinos tanto, que
en tuvo fama por los numerosos amoríos que tuvo en su vida. El libertador Simón
Bolívar cuando visitó México no fue inmune a sus encantos, así como el barón de
Humboldt quien llegó a nuestro país en 1803. Se dice que también tuvo
relaciones íntimas con algunos prelados de la iglesia y que se valió de sus
encantos para que los virreyes la protegieran y le concedieran favores.
Pero por lo demás fue una mujer
que respaldó los intentos independentistas de los mexicanos, con riesgo de ser
acusada ante la Inquisición. Ella tuvo la oportunidad de conocer a don Miguel
Hidalgo y siempre se tuvo la creencia de que ayudaba económicamente a ese
movimiento libertario. Mujer valiente y altiva, pregonaba su entusiasmo por los
hombres que luchaba por liberarse del dominio de España y no fueron pocas las
veces que lo hizo en la corte virreinal.
María Ignacia Rodríguez de
Velasco fue una figura relevante en los años finales del virreinato en el que
ella matizó con su belleza esa época de la historia de México. Pero, además,
está considerada como una de las mujeres que puso a disposición de la causa de
la independencia parte de sus bienes y eficaz promotora de los ideales
insurgentes, al lado de Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario, Gertrudis
Bocanegra, Mariana Rodríguez del Toro, Carmen Camacho, Luisa Martínez y otras
más.
De la familia de Agustín de
Iturbide hay mucho que decir, como el hijo que dieron en adopción a Maximiliano
y Carlota, para educarlo como futuro emperador de México… pero esa es otra
historia.
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