Unos
días después de la publicación en El
Sudcaliforniano de mi crónica sobre la democracia en México, el buen amigo
Gerardo Ceja García me envió un reportaje de la BBC News Mundo relacionado con
el filósofo Platón y lo que pensaba de la mejor forma de gobierno, ideas
plasmadas en el libro VI de la República, uno de los primeros y más influyentes
textos relacionados con la justicia, la naturaleza humana y la virtud.
Platón
se refiere al ejercicio de la democracia y la importancia del voto, el cual
resultaba arriesgado “pues los electores podían ser fácilmente influenciados
por características irrelevantes, como la apariencia de los candidatos, sin
darse cuenta de que se requieren calificaciones para gobernar”.
Al
leer el artículo me acordé de Maurice Duverger, autor del libro “Los partidos
políticos” escrito en 1951 en Francia y publicado por el Fondo de Cultura
Económica en 1957. Este libro, al igual que “La democracia en América” de
Alexis de Tocqueville, contiene información valiosa para entender hasta qué
grado son importantes los partidos en el devenir político de los pueblos.
Dice
Duverge r—recuérdese que lo hizo en 1951— que “la mayor parte de los estudios
relativos a los partidos políticos se dedican al estudio de sus doctrinas y que
por ello son agrupaciones de personas que profesan la misma doctrina política”.
En general, el desarrollo de los partidos tiene como fin común la democracia,
lo que significa el sufragio popular y su ejercicio como fuente de poder. Así,
debemos considerar el valor de la política como expresión superior de la
sociedad organizada y del Estado de Derecho.
Javier
López Moreno en sus “Lecciones de ayer y de mañana” lo afirma aludiendo al voto
ciudadano: “El voto es fuente de legitimidad política. Un sistema democrático
se funda en él y por él se renueva y se prolonga. Sin democracia, sin
participación de todos en los asuntos de todos, la crisis desarticularía el
Estado y a la República. Por ello, en vez de descalificar la vía electoral hay
que desbrozarla a fin de que por ella transiten cuantos aspiren a la conducción
política de la sociedad”.
Ahora
que nuestro país atraviesa por problemas insolubles a corto plazo, de
inseguridad y de pobreza, así como la polarización que incide directamente en
los partidos políticos, una de las soluciones más viables es el ejercicio de la
democracia y, desde luego, las elecciones como fuente del poder legitimador en
México. Proclamar la identidad de gobernantes y gobernados, de los que someten
y los sometidos, es el único medio de justificar la obediencia de los segundos
respecto a los primeros.
En
un artículo reciente, Francisco Guerrero Aguirre dice cuando se refiere al
lenguaje de la democracia: “En democracia la polarización se ha transformado en
el signo de nuestra época. Antes y durante la pandemia, la calidad del debate
político se ha deteriorado de la mano de un lenguaje violento, lleno de
adjetivos incendiarios, frases efectistas y expresiones fanáticas. Por otra
parte, la pandemia nos ha enseñado que el fortalecimiento de la democracia
exige de estadistas inteligentes que una vez electos, gobiernen sin distingos
para todos. No son momentos para un lenguaje divisivo y excluyente”.
Otro
analista político afirma que cuando en México los resultados de las elecciones
ya no sean puestas en entredicho por la oposición, entonces por fin la sociedad
mexicana habrá concluido su periodo de transición política y será capaz de
consolidar su democracia y resolver sus desafíos históricos.
Uno
de ellos de suma importancia es el respeto a las leyes y al estado de derecho.
Por motivos conocidos, el actual gobierno de la república hace caso omiso de
estos compromisos constitucionales lo que deriva en una cada vez indignación ciudadana
y la alteración de la armonía social. Desconocer las leyes que nos rigen es un
principio de autoritarismo, un camino que lleva a la tiranía.
Debemos
considerar que las leyes son perfectibles por lo que las democracias modernas
crean los mecanismos necesarios para reformarlas. Por eso, cuando no se
respetan violando el derecho, se da al traste con la democracia, esa que tanto ha
costado a los mexicanos.
Octavio
Paz en su “Ogro filantrópico” acierta al decir que la democratización del país
es una de las dos alternativas en su desarrollo; la otra es la dictadura.
Cierto, —continúa— la democratización no significa la solución automática de
los problemas de México, pero es la vía, la única vía para que aparezcan a la
superficie esos problemas y sobre todo las soluciones, las posibles soluciones.
Problemas
y soluciones invocando la democracia. De ahí la importancia del voto ciudadano
el próximo 6 de junio.
Mayo 12 de 2021
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