Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

domingo, 18 de diciembre de 2016

La Paz, ciudad limpia

Para los que caminamos por las calles de nuestra ciudad nos da gusto observar a las brigadas de trabajadores del ayuntamiento los que, con escobas, rastrillos, palas y carretillas, se dedican a limpiar de escombros, basura y el zacate que nace en los intersticios de las banquetas, además de recoger las ramas que quedan después de la poda de los árboles.

Llevan un buen tiempo dedicados a esa tarea, pero los resultados son excelentes. Algunas calles por desidia de las personas que habitan en ella, no se mantienen limpias o bien porque es más fácil tirar la basura en la calle que guardarla para después depositarla en los botes que para ese propósito tienen en cada hogar.

Pero el problema es más serio en las esquinas donde las familias esperan el camión urbano. En ellas es común encontrar todo tipo de desperdicios: vasos de plástico, botellas de refrescos, envolturas de golosinas, restos de comida y diversas bolsas de plástico. Y ahí quedanpor días y semanas hasta que las brigadas de trabajadores los recoge.

Es increíble la cantidad de basura que existe en nuestra ciudad. Los camiones recolectores diariamente llevan cientos de toneladas al basurero municipal. Y creo que no se dan abasto. Y eso que muchos particulares ayudan a resolver el problema llevando la basura de sus hogares en sus carros particulares. Pero ni así.

Hace algunos días me dirigí a los “yonques” que se encuentran por la carretera que va a Los Planes. En uno de sus tramos ascendentes se encuentra un terraplén utilizado por los conductores para revisar sus vehículos. Bueno, lo usaban, porque personas inconscientes lo llenaron de basura, incluyendo restos de animales y diversos materiales. Al pasar por ese lugar teníamos que subir los vidrios por la pestilencia del lugar. Y claro, ni pensar que los automovilistas se detuvieran.

Ahora, gracias a una brigada de trabajadores, ese lugar se encuentra limpio, pero no tardará en estar sucio de nuevo. Como las calles y banquetas que han sido atendidas que no tardarán en estar como antes. Y ante este dilema, ¿cuál es la solución a este problema social?

Una solución elemental sería la de continuar con las brigadas e incluso aumentarlas. Pero desde el punto de vista económico no es posible. Sería un desgaste para el ayuntamiento que no se puede permitir. Colocar recipientes en las esquinas pudiera tener buenos resultados, siempre y cuando las personas se habituaran a ellos. Sin embargo la fuerza de la costumbre hará que los desperdicios se tiren dondequiera.

En una ocasión una hija mía iba detrás de un individuo que arrojó sobre la banqueta el envoltorio de una golosina que iba comiendo. Lo recogió, alcanzó al individuo y le dijo: “Señor, señor, se le cayó esto”. Seguro comprendió su falta pues se lo guardó en su bolsillo. Pero, me pregunto ¿cuántos de nosotros hacemos lo mismo cuando tiran la basura a la calle?

Y todo lo anterior tiene estrecha relación con los hábitos que se adquieren desde la infancia y que permanecen durante toda la vida. Y en ellos la familia y la educación juegan un papel importante. Pero, además, la adquisición de valores humanos como la solidaridad para las buenas obras y también, porque no, de amor por nuestra ciudad, una ciudad que es el reflejo de sus habitantes. Una ciudad ordenada, limpia, segura, con servicios públicos excelentes y con unos habitantes orgullosos del lugar donde viven.

17 de diciembre de 2016. 

domingo, 11 de diciembre de 2016

Una aventura intelectual

Diecisiete años no son cualquier cosa. En 1999, un reducido grupo de amigos con inclinaciones literarias fundamos una agrupación que recibió el nombre de Escritores Sudcalifornianos, con el carácter de asociación civil. Fue en el mes de abril de ese año y todos pensamos que iba a ser una aventura que no pasaría de unos pocos meses.

Pero no. Con el entusiasmo de tener un medio donde se podía dar a conocer la creatividad literaria de los socios el tiempo fue pasando, las reuniones se hicieron mensuales y las actividades culturales produjeron el reconocimiento de una parte importante de la población sudcaliforniana. Y lo mejor, la asociación fue reconocida por las instancias oficiales, en especial del Instituto Sudcaliforniano de Cultura que siempre nos ha brindado su apoyo incondicional.

A lo mejor fue por la calidad de nuestros compañeros escritores. A lo largo de esos 17 años, hemos tenido socios de gran relevancia en el mundo de las letras, como lo son, sin duda, Leonardo Varela, Omar Castro Cota, Fernando Vega Villasante, Alejandro Magallón Cosío, Raúl Antonio Cota y Juan Melgar Sánchez los que, por cierto, fueron socios fundadores de ESAC.

En los primeros años hicimos una atenta invitación a uno de nuestros mejores poetas, Néstor Agúndez Martínez para que formara parte activa de nuestra asociación, pero no aceptó, por lo que se le dio el nombramiento de Socio Honorio. Fue el mismo caso de Armando Trasviña Taylor, escritor de renombre internacional, que forma parte de ESAC.

No es cosa fácil mantener durante tantos años una asociación cultural como la nuestra. La cultura en cualquiera de sus manifestaciones, es un reflejo callado de las manifestaciones humanas que tiene que ver con las formas de ser y actuar de las personas o sociedades. Pero, por ello, es un pilar que identifica y le da sentido al desarrollo de los pueblos, como en su momento es la educación.

Las artes, cómo la literatura y otras afines, han acompañado a los mexicanos desde los tiempos antiguos, pasando por la época de la colonia, de la vida independiente y las etapas de la revolución. Netzahualcoyotl, Sor Juana Inés de la Cruz, Joaquín Fernández de Lizardi, Manuel Payno, Amado Nervo, Ramón López Velarde, Martín Luis Guzmán, Jaime Torres Bodet y Juan Rulfo, fueron poetas, novelistas y autores de cuentos que reflejan al México de todos los tiempos.

Y aquí, en Baja California Sur, aunque su historia no ha corrido pareja con el resto de la república, sí tenemos escritores de la talla de Leopoldo Ramos, Filemón C. Piñeda, Francisco Cota Moreno, José Alberto Peláez Trasviña, Guillermo Arambidez y Francisco Arámburo Salas.

Pero no todos los escritores sudcalifornianos se han dedicado al género literario. En la asociación tenemos historiadores de prestigio como Eligio Moisés Coronado y Gilberto Ibarra Rivera, cronistas como el que escribe, Rosa María Mendoza Salgado y Martín Avilés. Y tenemos también editores de revistas como en su tiempo Raúl Antonio Cota con La Cachora y en la actualidad Victaliano Sánchez con su revista digital “Puerto”.

Son muchos años los que ha vivido Escritores Sudcalifornianos, A. C. y de seguro serán muchos más si continúa el entusiasmo de sus integrantes. Ahora, con el aumento de su membresía, entre los que se cuentan noveles escritores como Juan Pablo Rochín, Jorge Chaleco, Raúl Cota Álvarez y Lourdes Anguiano y otros que tienen años en el ejercicio escritural como Boby García, Antonio Gil Flores, Elizabeth Acosta Mendía y Jesús Chávez Jiménez, ESAC continuará siendo parte de la gran cultura sudcaliforniana. Además el escritor y extraordinario promotor cultural, Rubén Sandoval, se integró recientemente como Socio Honorario.

Al menos por ahora, su dirigencia que está en manos de los compañeros Francisco López Gutiérrez, Víctor Ramos Pocoroba y Ernesto Adams Ruiz, su activismo permeará en la población de Baja California Sur.


10 de diciembre de 2016.

viernes, 2 de diciembre de 2016

La isla de Tenerife

Le debo las gracias al estimado amigo Luis Rosas Meza por sus atenciones al enviarme por internet la novela “El rey del Taoro”, escrita en 1941 por el novelista alemán Horst Uden. Es una novela histórica que recrea la conquista de la isla de Tenerife por el ejército español en el año de 1496.

Poblada por el grupo aborigen de los “guanches” desde tiempos remotos, siempre se habían opuesto a todo tipo de dominación hasta que, en 1494, el capitán general Alonso Fernández de Lugo, al mando de tres bergantines y un contingente de 2,660 castellanos trató de someterlos. Pero no contaban con la fuerza guerrera de los guanches los que, en una emboscada les mataron 2,300 de ellos. Esa derrota a manos de los indígenas la historia le ha llamado La batalla de Acentejo.

Resalta en la novela el personaje llamado Bencomo, el rey de los Guanches, quien siempre opuso una férrea resistencia a los invasores invocando a su dios Acorán. Pero, a pesar de sus esfuerzos, las tropas castellanas lograron someterlos y poner la isla a disposición de los reyes católicos Fernando e Isabel. Por supuesto, con la implantación de la religión católica y el olvido de sus dioses.

Tenerife forma parte del archipiélago de Las Canarias y desde mucho tiempo atrás fueron conocidas por los navegantes portugueses y españoles. Cristóbal Colón, en su primer viaje en busca de las indias —1492— recaló en esas islas antes de navegar rumbo a lo desconocido.

En uno de los capítulos de la novela se narra que el 3 de mayo de 1493, el capitán Fernández de Lugo clavó una cruz de madera en la playa al lado de un altar erigido adornado con flores y hierbas olorosas. Ese día se celebraba por primera vez en esa isla la fiesta de la Santa Cruz, después de mil cien años desde que Santa Elena, la madre de Constantino el Grande, encontró la cruz de Cristo en Jerusalén. Y fue así como, desde esos tiempos, el mundo se vio protegido con la más preciada de todas las reliquias.

En otro 3 de mayo, pero de 1535, otro navegante español, Hernán Cortés, llegó a la península de California y el lugar donde hoy se encuentra la ciudad de La Paz lo bautizó con el nombre de Puerto y Bahía de Santa Cruz. No se sabe, porque las crónicas no lo dicen, si los sacerdotes que lo acompañaban hayan colocado una cruz en el lugar del desembarco e incluso oficiando una misa en señal de gracias.

Lo que sí aseguran las crónicas es que el almirante don Isidro de Atondo y Antillón cuando arribó a la península en 1683, mandó levantar una cruz la que se colocó en lo alto de un pequeño cerro cercano a un lugar conocido como Santa Cruz. Ese sitio se encuentra frente a la isla de Cerralvo y todavía muchos años después la cruz permanecía en ese lugar.

Y existe otra coincidencia entre la novela que estamos comentando y la historia de nuestra entidad. El capitán general don Alonso Fernández de Lugo nació en la ciudad de Carmona de la provincia de Sevilla, España. El escudo de armas de la ciudad está conformado por “diez castillos en campo de gules y diez leones en campo de plata encierran el fondo azur de las armas, en cuyo centro luce una estrella de oro con la leyenda Sicut lucifer lucet, como el lucero de la mañana.

El escudo de armas de nuestro Estado tiene rasgos españoles pues contiene gules, plata, oro, azur y campos. Se ha dicho que nuestro escudo data de la época de la colonia, pero no existen referencias verídicas al respecto. Más bien creemos que ante la necesidad de una representación simbólica de la entidad, el artista plástico Diego Rivera, al estar adornado una de las paredes de la Secretaría de Educación Pública con los escudos de los Estados, al no contar con el nuestro lo inventó dándole las características de la heráldica española, allá por el año de 1923.

En la actualidad el escudo mencionado no tiene nada que ver con el significado de nuestra entidad. Vale la pena pensar en sustituirlo.

Diciembre 01 de 2016.

lunes, 21 de noviembre de 2016

La memoria del país en crisis

Dos buenos amigos, Francisco López y Carlos Lazcano, me han enviado por Facebook dos artículos referentes al proyecto de la nueva Ley General de Archivos que ya se encuentra para su aprobación en el Congreso de la Unión. Son artículos que revelan —en caso de que se autorice— el enorme peligro de prohibir la libertad de expresión y el acceso a la información.

Ahora, con la aprobación por la Cámara de Senadores de la Ley General de Datos Personales, que considera como confidencial todo documento que contenga datos de esta naturaleza, deben protegerse indefinidamente. Y aquí es donde la puerca torció el rabo, pues eso significa el impedimento de acudir a los archivos en busca de información mucha de ella relacionada con las personas que la originaron, habida cuenta que la ley ya no lo permitirá.

Así, por esa ley absurda, —dice un artículo— “nos arrebatarán la posibilidad de construir nuestro futuro sobre el conocimiento cierto del pasado, a través de documentos que generaciones de mexicanos ha dejado detrás a lo largo de siglos, resguardados en los archivos históricos…”.

La historia —dice el segundo artículo— requiere acceso a las fuentes primarias, cartas, circulares oficiales, documentos gubernamentales o de la sociedad civil, títulos de posesión, expedientes migratorios, inquisitoriales, etc. Sin este acceso será imposible hacer historia sobre fuentes originales, salvo las que se encuentran en archivos fuera de México…”.

Y vaya que algunas instituciones ya están poniendo en práctica esas disposiciones. Se comenta que a un estudiante que acudió a una hemeroteca en la Ciudad de México, le entregaron una copia del artículo solicitado con nombres y caras tachados. Por supuesto esta es una muestra de lo que puede suceder si se aprueba la ley en cuestión.

Muchas voces se han levantado en contra de esa absurda disposición, sobre todo de los historiadores y de las instituciones dedicadas a la investigación de nuestro pasado. Sería conveniente por no decir urgente, que los investigadores de la UABCS, de los que acuden a los archivos, entre ellos el Archivo Histórico Pablo L. Martínez, en busca de información, eleven una protesta ante el Congreso a fin de que esa ley no se apruebe y se formule una nueva más acorde con el momento actual que permita conocer lo que hemos sido en el pasado.

En nuestro existen varias instituciones archivísticas que contienen documentos importantes de la época de la colonia, la independencia y los regímenes revolucionarios. Aunque un poco desorganizados y la falta de personal, se cuenta con el de Santa Rosalía, en el municipio de Mulegé; con el de Loreto, en el municipio del mismo nombre; el general del municipio de La Paz y, con una organización excelente y edificio moderno y funcional, el archivo histórico Pablo L. Martínez.

El archivo general municipal de nuestra ciudad tiene ocho años de fundado, pero por falta de un local adecuado no ha podido cumplir sus funciones ni terminar con los inventarios, catalogación y depuración de documentos, muchos con más de 40 años de antigüedad. En su acervo resguarda lo que se ha generado por las administraciones de los ayuntamientos a partir de 1993.

Pero tanto los unos como los otros, estarán impedidos de proporcionar información sobre los datos personales que aparecen en los documentos, debido a la Ley General de Archivos que esperamos no sea aprobada. Aunque, en honor a la verdad, serán pocas las instituciones que cumplan esas normas, sobre todo las que dependen de los gobiernos de los estados y de los municipios debido a que pueden ejercer su soberanía y continuar ofreciendo sus servicios como lo han hecho hasta la fecha. El pueblo de Baja California Sur no puede echar en el pozo del olvido su pasado.

Noviembre 22 de 2016.

viernes, 18 de noviembre de 2016

No estamos solos

El lunes pasado tuve la oportunidad de saludar a Vico Caballero, poeta y promotor cultural de la región de Los Cabos. Tiene una librería en la segunda planta del centro comercial Walmart en Cabo San Lucas. Por varios años fue el director de cultura de esa delegación municipal.

En este año de 2016, el Instituto Sudcaliforniano de Cultura le publicó su poemario “Al cabo canto” que es una elegía al pueblo que le ha dado cobijo en los últimos años. Aunque, con mucha razón, su prologuista Leonardo Varela, dice que esta obra poética es “antes que otra cosa un registro de las tensiones y asimetrías monstruosas entre una sociedad extraviada y el individuo que busca su camino…” Y Varela afirma: --“Vico Caballero utiliza un lenguaje directo que sirve a la intención de reflejar crudamente los sentimientos encontrados de quien se descubre extranjero en su propia tierra…”.

Caballero participó en una antología de escritores de Los Cabos en la que incluyó fragmentos de su poemario, un cuento y un artículo titulado “Los Miserables”. En éste, narra la visita de una familia a esta región y su estancia en un condominio contratado con anticipación. Pero cuando sus hijos utilizaban la alberca, un turista gringo les llamó la atención diciéndoles que estaba prohibida bañarse en ella porque era exclusiva de los extranjeros. 

Extrañado por esa prohibición, el padre le pidió explicaciones al gringo en cuestión, quien le afirmó que esos condominios sólo podían ocuparlos los turistas de otros países. Y para colmo, una francesa que se acercó también puso su granito de sal diciendo: --“ni perros, ni mexicanos, ni gatous…”. Total, la familia buscó otro alojamiento donde no había discriminación. 

De unos años acá somos muchos los que hemos alertado sobre la invasión silenciosa a nuestra tierra por extranjeros, sobre todo norteamericanos. Y de capitalistas mexicanos asociados a inversionistas de otros países llevados por el afán de lucro. Todos ellos han construido hoteles de lujo, condominios, centros comerciales y, no conformes con eso, han adquirido grandes extensiones de tierra muchas de ellas junto a las playas. Y claro, también se ha convertido en agentes inmobiliarios revendiendo las propiedades de sudcalifornianos que adquirieron a bajo precio.

Por eso nos parece oportuno escuchar la voz de un poeta que no teme decir la verdad. Hoy, ante la amenaza constante del capitalismo extranjero y la transculturación que lentamente debilita la identidad de los habitantes de la región de Los Cabos—y de otras regiones—es urgente iniciar una campaña de reivindicación de lo nuestro comenzando por prohibir el uso del término BajaSur para denominar a nuestra entidad.

El gobierno del estado tiene en sus manos la solución. Basta con que se aplique con rigor lo establecido en el decreto vigente y que no sabemos porque causas no se ha ejercido. Y que sean las autoridades municipales, sobre todo las del ayuntamiento de Los Cabos, las que defiendan el nombre correcto de nuestra entidad: Baja California Sur.

En cada municipio existen personas valiosas como los responsables de la cultura, los cronistas, los historiadores, los escritores, los periodistas, los maestros, que en un frente común exijan y publiciten los derechos de los sudcalifornianos para preservar lo que las pasadas generaciones les heredaron. Y no me refiero solamente a la propiedad de la tierra, sino también a sus costumbres, a sus tradiciones, a todo aquello que los identifica y les da derecho a vivir en esta tierra generosa que tiene que seguir siendo genuinamente mexicana.

Noviembre 17 de 2016.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Los árboles de la India

Huracán de 1959.
Ahora, con eso de la remodelación del malecón por el gobierno y la iniciativa privada, un buen amigo me preguntó de los árboles de la India que embellecían buena parte del paseo Obregón y los que, supuestamente por las anteriores remodelaciones, han desaparecido. Hube de explicarle que todavía en la década de los cincuenta del siglo pasado formaban parte del malecón.

No sé a ciencia cierta quien los sembró, aunque es probable que haya sido durante el gobierno de Carlos M. Esquerro cuando en 1926 se inauguró el malecón. Aunque, por otro lado, existen fotografías de principios del siglo donde se observan esta clase de árboles, sobre todo en la antigua calle Comercio la que actualmente lleva el nombre de ese gobernante.

En el año de 1959 un ciclón causó severos daños en algunos estados de la costa de Pacífico y la muerte de 1,500 personas, además del hundimiento de 150 barcos. Y cuando llegó a nuestra entidad, sobre todo en La Paz, causó bastantes destrozos, aunque no hubo víctimas. Pero algunas de las embarcaciones que se encontraban en la bahía, la fuerza del viento y el oleaje las arrojó a la playa. Una de ellas fue El Arturo que quedó enterrada en la arena a varios metros de la orilla.

El malecón quedó destrozado en varias partes y de las palmeras que adornaban la calzada muchas de ellas solamente les quedó el tallo, pues sus hojas fueron arrancadas por la fuerza del viento. Los cauces de los arroyos que cruzan la ciudad rebosantes de agua, causaron daños irreparables como fue el caso de la empresa INALAPA dedicada a empacar y procesar el algodón proveniente del Valle de Santo Domingo.

Fue tal la fuerza del viento originado por el ciclón de 1959, aunado a la lluvia que reblandeció la tierra alrededor de los árboles de la India, que casi los arrancó, por lo que las autoridades optaron por quitarlos de la calzada. Fue muy triste presenciar a esos frondosos árboles ladeados y con sus raíces a flor de tierra. Desde la calle 16 de Septiembre hasta el entronque con el muelle fiscal fueron no menos de quince los que desaparecieron debido a ese fenómeno meteorológico.

Y también —eso nos lo recuerda Elino Villanueva en su libro “El ciclón Liza”— por causa del ciclón los ocho grandes álamos que adornaban el paseo en el tramo comprendido del muelle a la calle Manuel Márquez de León fueron derribados, impotentes ante la fuerza incontenible del viento. Ellos, al igual que los árboles de la india fueron destruidos por las autoridades de ese tiempo.

Después ya no se reforestó el paseo Álvaro Obregón. Con el paso de los años y en forma paulatina fueron despareciendo los llamados también laureles de la India, sobre todo los que estaban en el centro de la ciudad, por las calles 16 de septiembre, Carlos M. Esquerro y varios tramos del malecón. Hoy esos espacios los ocupan banquetas de cemento muy a tono con el grado de desarrollo de nuestra capital. Pero se añoran esos hermosos árboles.

Ya no se han vuelto a sembrar esos laureles. En su lugar, en muchas calles de la ciudad se ha esparcido otra clase también originaria de la India conocida como “Min”. Estos árboles tienen la ventaja de que crecen muy rápido y con una fronda que da cobijo en los meses de verano. Además se tiene la creencia que sus hojas son un buen antídoto contra los zancudos.

En el presente, cuando recorra la ciudad, encontrará de pronto algunos árboles de la India, como aquellos que en épocas pasadas adornaban el malecón de nuestra ciudad.

Noviembre 12 de 2016.

jueves, 3 de noviembre de 2016

El catrín de la fachenda

Acompañado de mi nieta Marta, su esposo Carlos y de su hija Romina, el día primero de este mes visité por la tarde noche los altares de muerto que se exhibían en la explanada del Teatro de la Ciudad y presencié una parte de las actuaciones artísticas que el Instituto Sudcaliforniano de Cultura había preparado esa víspera del Día de Muertos.

Ante un numeroso público sentado y de pie, los grupos de danza folclórica interpretaron los bailables tradicionales de nuestra tierra y de otras regiones del país. Y ya más tarde se presentaron las catrinas luciendo sus hermosas vestimentas, maquilladas tal como la imaginó José Guadalupe Posada, el artista grabador de principios del siglo pasado.

¿Por qué les llaman catrinas? me preguntó Romina. ¿Y por qué su cara parece una calavera? En esos momentos no le pude contestar dado el ambiente que reinaba en el lugar debido a la música que se escuchaba y la voz de los conductores del festival. Y como después ya no tuve oportunidad de hacerlo, aproveché este medio escrito para hacerle llegar mi respuesta.

A fines del siglo XVIII y principios del XIX (1776-1827) vivió en la ciudad de México un periodista y escritor llamado José Joaquín Fernández de Lizardi. Escribió dos libros sobre las costumbres pintorescas de esa época a los que llamó “El periquillo sarniento” y “El catrín de la fachenda”. De este último se ha dicho que tiene mucho de su vida.

Le dio el nombre de catrín a un personaje que siempre estaba muy bien vestido, elegante de pies a cabeza que surgió en la época del porfiriato. El mismo presidente Díaz daba una imagen de lo que era el catrín. Usaba un traje a rayas, su imprescindible bastón y en su cabeza el bombín. Y le llamó de la fachenda por vanidoso y orgulloso.

Por cierto, uno de los juegos más populares, la lotería, incluye en sus cartas una imagen del catrín el que, cuando aparece , lo identifican gritando: “aquí viene con garbo y galanura… el Catrín. Es más, el conjunto musical Café Tacuba tiene una canción dedicada a este personaje que empieza así: “Caminando por la calle va el Catrín / estampa de lotería gritada en juego…”.

¿Cómo nació La Catrina? En la segunda mitad del siglo XIX vivió un artista que se especializó en los grabados y en las caricaturas, llamado José Guadalupe Posada. Por medio de calaveras y esqueletos impresos en papel o cartulina y con mensajes, criticó la vida social de esa época, sus lacras y miserias. Nada se le escapó. Y para burlarse de la clase acomodada de los tiempos del porfiriato, no halló otra manera que inventar a la catrina la que, por cierto, le llamó inicialmente “la calavera garbancera”.

Muchos años después, el gran pintor mexicano Diego Rivera incluyó a la catrina vestida con elegancia en un gran mural, misma que es representada el día de muertos. Esa es la catrina que todos conocemos, la que personificaron más de una treintena de mujeres paceñas, entre ellas varias niñas, en la pasada conmemoración del Día de Muertos.

Pasan los años pero el interés por la tradición mexicana no decae, antes al contrario creo que se ha incrementado. Al menos así lo demostró Romina —iba maquillada con rasgos de calavera— cuando le pidió a su papá la fotografiara a un lado de las catrinas que iban llegando al evento cultural. Con ese interés no dudamos que dentro de algunos años ella sea una de las catrinas más atrayentes que se presenten en esa ocasión. Y claro para recordar a los que hicieron posible esa tradición: José Joaquín Fernández de Lizardi y Diego Rivera.


Noviembre 03 de 2016