Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

jueves, 21 de noviembre de 2019

De pronto se perdió

En el rancho Los Laureles localizado a 40 kilómetros al oeste del poblado de San Pedro, la familia de Enrique Romero Angulo y su esposa Patricia Verdugo veneran a San Judas Tadeo, el santo de los perdidos, y le han construido una pequeña capilla en la parte alta del terreno, frente a su casa.

Allí, en ese lugar, fue el punto de concentración de un numeroso grupo de personas que acudieron el día 17 de este mes de noviembre con el fin de emprender la búsqueda de mi hijo Agustín, conocido familiarmente como Guty. Un día antes, por la mañana, tres cazadores, Johan, Francisco el Piquín y él habían acampado unos quince kilómetros adelante del rancho y se prepararon para la cacería. Esa amplia zona, aparte de dos arroyos que la cruzan, es de vegetación alta y tupida. Además ese día estaba nublado y se pronosticaban lluvias originadas por la depresión tropical Raymond. Aun así se internaron en el monte en busca de venados. Después de varias horas dos de ellos regresaron al paraje menos Agustín. Pasó el tiempo y entonces lo buscaron pero no dieron con él. Al anochecer regresaron a La Paz y dieron la noticia: ¡El Guty se había perdido!

Los días 17,18 y 19 recorrieron la zona compañeros del club Gavilanes, antiguas amistades, familiares, miembros de las policías estatal y municipal, del grupo Calafia, bomberos de El Centenario, apoyados con vehículos de doble tracción y cuatrimotos. Incluso brigadas entraron por el kilómetro 35, atravesando el rancho de Raúl Olachea y la estación nacional de cría. Pero mi hijo no aparecía. Y mientras tanto en Los Laureles Teresita su esposa y sus hijas Patricia y Valeria esperaban, esperaban, mientras las horas transcurrían y la angustia crecía.

El día 19, por mañana, como a las diez horas dieron la noticia: una avioneta de la Dirección de Protección Civil del gobierno del estado, lo había localizado caminando en un ramal del arroyo conocido como El Cenizo. Por coincidencia, cuando nos dirigíamos al rancho en el vehículo de mi nieta Tania —la acompañaban mi esposa y mis hijas Ana María y Marta Patricia— hicimos un alto en un guardaganado donde se encontraba Patricia, la hija mayor de Agustín, quien en esos días había hecho guardia para orientar a las personas que se dirigían al rancho. La encontramos sentada al lado de su automóvil, resignada pero con la esperanza de que su padre aparecería. Mis hijas la saludaron y en ese instante recibió una llamada por su celular avisándole que su padre ya lo habían localizado. Ya se imaginarán la sorpresa y después la alegría que nos inundó. Abrazos, felicitaciones, mientras que en el interior del vehículo una madre conmovida hasta las lágrimas daba gracias a San Judas Tadeo por haberla escuchado.

Llegamos al rancho con la recomendación que detuvieran la búsqueda mientras esperábamos su rescate. Por fin, como a las cuatro de la tarde nos avisaron que en un picap de Protección Civil lo llevaban rumbo a La Paz por una brecha que entronca con la carretera transpeninsular a la altura del kilómetro 35, conocido como La Virgencita. Regresamos de inmediato a la ciudad, a la casa de Agustín, donde lo encontramos como se dice “salvo y sano”.

Pero, ¿cómo fue que dieron con Guty? Ricardo, un hijo de Luis Reyes, mi sobrino, platica los pormenores: “El día 19, cumplido el protocolo de las 72 horas, la Dirección de Protección Civil implementó las estrategias de la búsqueda y se apoyó en el ejército, la marina y las policías del estado y del municipio de La Paz. En una avioneta donde iba Carlos Godínez León, director de esa dependencia y Ricardo, invitado por conocer la región, sobrevolaron la zona y descubrieron a Guty que iba caminado a través del arroyo. Le hicieron señales para que ya no se moviera y regresaron al aeropuerto donde ya los esperaba un picap de la misma dirección de Protección Civil.

De hecho, fueron los primeros en llegar al lugar donde se encontraba mi hijo, porque minutos después aterrizó un helicóptero de la Armada de México que también lo andaba buscando. Examinaron a Guty y lo encontraron en buenas condiciones de salud. Al preguntarle como sobrevivió contó que comía ciruelas del monte y pitahayas. En cuando a la sed bebía agua retenida en las hojas después de la lluvia.

Escuchaba los gritos y el sonido de una bocina —era de un correcamino que conducía Miguel, un amigo de nuestra familia— pero no pudo comunicarse con ellos. Por cierto, al tercer día encontraron un lugar donde había dormido, incluso las huellas que dejó al caminar por el arroyo. Con nuevas esperanzas recorrieron esos lugares pero no lo encontraron y la noche —otra más— llegó.

Ahora, Agustín ya está al lado de su familia. Los días pasados en soledad no se olvidarán no tanto él sino por todos los que participaron en su búsqueda. Como mi nieto Leo que el tercer día anocheciendo me dijo con lágrimas: No lo encontramos, abuelo. Y me dio un abrazo desconsolado.

—Creímos que lo íbamos a encontrar en malas condiciones físicas— me dijo Ricardo. Cuando me acerqué a él lo primero que hice fue agarrar el rifle que tenía a un lado, le quité el cartucho que tenía montado y le pregunté cómo se sentía. –Bien —me respondió— un poco de agua no me caería mal.

Uno se pregunta: ¿después de tres días con sus noches, que fue lo que lo alentó a seguir con vida? Creo, en primer lugar, que fue su experiencia de andar en el monte. Por eso no se desesperó confiado en que lo encontrarían. Pero, además, el mismo monte los impregna de valor ante lo desconocido, los hace precavidos ante los peligros y siempre tienen recursos ante situaciones imprevistas. Y ese fue el caso de Agustín. Cuando todos temíamos por su vida, caminaba y caminaba buscando rutas conocidas para llegar al paraje o a un rancho cercano.

—De pronto me perdí— confesó. Y en esos momentos comenzó el drama. No cabe duda, mi hijo tiene los tamaños suficientes para enfrentar esta clase de desafíos.

lunes, 30 de septiembre de 2019

Un libro de Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez
Cuando estudiaba en la Escuela Normal Superior de Tepic, Nay. el maestro de literatura iberoamericana me dejó como tarea leer y analizar el libro “Cien años de soledad” del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Lo compré en una librería del centro de la ciudad y me di cuenta que era la primera edición, aquella que tenía una “E” al revés en la portada. Lo guardé muchos años en mi modesta biblioteca y en una ocasión lo regalé a uno de mis alumnos de los cursos de verano de la Escuela Normal Superior. Después me arrepentí de haberlo hecho.

Con el paso de los años continué leyendo los libros de este extraordinario autor, entre ellos “La hojarasca”, “El coronel no tiene quien le escriba”, “El amor en los tiempos del cólera” y “Crónica de una muerte anunciada”. Y claro, adquirí de nueva cuenta “Cien años de soledad” de la edición conmemorativa de la Real Academia Española, además de la biografía de Gabriel de Gerald Martín, un libro de 762 páginas que hablan de la vida y la obra del premio Nobel de Literatura.
Sabía que Gabriel había sido periodista y que incluso en muchas de sus entrevistas siempre dejó constancia de ello. Periódicos de México, Colombia y de España le publicaron con regularidad muchos de sus reportajes a tal grado que vivió de ellos durante muchos años. En una ocasión la revista Newsweek dijo de él: “Gabriel García Márquez tiene un lugar especial en el corazón de los periodistas. Como Charles Dickens, Mark Twain y Ernest Hemingway, García Márquez titán de la literatura del siglo XX, pulió su capacidad literaria como reportero antes de convertirse en un célebre novelista”.

Lo de periodista no me causó mucho interés, aunque estaba enterado de que existía un libro que recopiló textos que escribió para periódicos y revistas que se llama “El escándalo del siglo”, editado en 1981 por Cristóbal Pera y prologado por Jon Lee Anderson. Tuve intenciones de comprarlo pero el precio me desanimó. Y así pasaron muchos años hasta que dos semanas atrás el estimado amigo Luis Rosas Meza me lo mando por internet. Es una versión digital autorizada el año pasado. Por supuesto me llevó unos cuantos días para leerlo y enterarme de su contenido.

En uno de sus artículos me llamó la atención de que tres de sus libros preferidos eran “Las mil y una noches”, “Moby Dick” y un diccionario de la lengua española. Y que de los cuentos, miles de ellos que se han escrito, los que más lo impresionaron por su originalidad fueron “La pata de mono” de W.W. Jacobs y “El caso del doctor Valdemar”, de Edgar Allan Poe. Por supuesto me di tiempo para leerlos y en efecto son cuentos extraordinarios.

La recopilación de 50 textos que hizo Cristóbal Pera incluye notas de prensa, crónicas, reportajes, notas de prensa y artículos de opinión. Dice él que los entresacó del libro “Gabriel García Márquez, Obra periodística” en cinco tomos de Jacques Gilard. Todos los textos son interesantes, pero varios me gustaron como “La muerte es una dama impuntual, “Desventuras de un escritor de libros”, “No se me ocurre ningún título”, “La poesía al alcance de los niños”, “María de mi corazón” y “¿Cómo se hace una novela?” Sobresale, desde luego, la narración que da origen al nombre del libro “El escándalo del siglo”.

En “No se me ocurre ningún título”, Gabriel relata su estancia en la ciudad de París junto con otros exilados, entre ellos el poeta cubano Nicolás Guillén. Hospedado en un modesto hotel y después de enterarse de las noticias del día, abría la ventana que daba a la calle y las gritaba a pulmón abierto, en especial las que se referían a los países de América. En una ocasión, los transeúntes oyeron “Se cayó el hombre” y cada quien pensó que habían derrocado a alguno de los dictadores de esos países, como Juan Domingo Perón, de Argentina, Fulgencio Batista, de Cuba, Anastacio Somoza, de Nicaragua o Rafael Leonidas Trujillo, de República Dominicana, pero el destituido fue el general Juan Domingo Perón.

En “El escándalo del siglo”, García Márquez narra el crimen de la joven Wilma Montesi cuyo cadáver apareció en una playa, pero al cabo de minuciosas investigaciones no pudieron descubrir el móvil de su asesinato. En las pesquisas se vieron involucrados personajes de la política y millonarios sin que se llegara a aclarar bien a bien su participación en este hecho de sangre. El supuesto crimen quedó sin aclarar y con el paso de los años una frase resumió ese caso: “Muerta, Wilma Montesi pasea por el mundo”.

Leer los textos que aparecen en el libro es una tarea reconfortante además de ser un tiempo bien empleado porque, además de dimensionar la calidad de periodista de Gabriel García Márquez, se adquieren conocimientos de muchos de los hechos que sucedieron en el mundo, y de los cuales él fue testigo presencial, como su visita a Cuba a raíz del triunfo de la revolución cubana encabezada por Fidel Castro.

García Márquez afirmaba que el periodismo es el mejor oficio del mundo. “Toda la vida —aseguraba— he sido periodista, mis libros son libros de periodista” Y agregaba: “No quiero que se me reconozca por “Cien años de soledad” ni por el premio Nobel, sino por el periódico…, nací periodista y hoy me siento más reportero que nunca. Lo llevo en la sangre, me tira”.

Y eso de llevarlo en la sangre le queda a la medida a los periodistas de esta ciudad de La Paz, como Jesús Chávez Jiménez, Víctor Octavio García, Alfredo González González, Luis Diveni, Armida Torres de Caloca. Algunos de ellos han escrito libros y son editores de revistas, como es el caso de Armida con “California Gráfica”.

   Y ya por último he tomado una decisión; voy a comprar el libro a pesar de su costo —540 pesos—porque lo quiero tener junto a los otros que son la herencia literaria de Gabo. Y le doy las gracias a Luis Rosas por acercarme a la producción periodística de este notable escritor colombiano.

martes, 17 de septiembre de 2019

El Quijote paceño


Arq. Gilberto Piñeda Bañuelos
Gilberto Piñeda Bañuelos, originario de la ciudad de La Paz, terminó la carrera de arquitectura en
la Universidad de Guanajuato y después los posgrados en Historia Regional, Economía Política e Historia en la UABCS y en la Habana, Cuba. En el año de 1986 ingresó como catedrático en la misma universidad local.

Después de ocho años de trabajar en la UABCS, Gilberto, conocido más como Tito Piñeda, quedó encargado del proyecto que tomó el nombre de Historia Urbana, Economía, Ciudad y Patrimonio Cultural de La Paz, Santa Rosalía y Guanajuato. Bajo ese proyecto, en 1999 se creó el Centro de Documentación de Historia Económica y Política de Baja California Sur (CEDOHEP) el que, hasta la fecha, ha sido una experiencia pedagógica universitaria en el Departamento de Economía de la UABCS.

En el presente año de 2019, este centro cumple veinte años de su creación siempre con la participación de estudiantes y bajo la guía de Tito Piñeda. En ese largo lapso de tiempo son muchas las actividades que ha desarrollado contando siempre con el respaldo de las autoridades universitarias. Del CEDOHEP se ha derivado el Colectivo de Historia Urbana.

El Colectivo se ha dado a la tarea de contar una historia de la ciudad –puerto de La Paz a través de mapas, planos y fotografías—antiguas y recientes—“que hagan conciencia de rehabilitar ahora, con sentido histórico, la parte antigua de la ciudad de antes…”. Con ese propósito el Instituto Sudcaliforniano de Cultura editó el libro “Historia gráfica de la ciudad-puerto de La Paz”, con la participación de Tito y cinco integrantes del Colectivo.

Dos años antes, el mismo Centro publicó la obra “Notas para una historia de la ciudad de La Paz” en la que también intervinieron miembros del Colectivo con sus investigaciones particulares. El libro es interesante porque hace un recorrido por el pasado de nuestra ciudad, desde los grupos primitivos hasta la época actual, haciendo hincapié en los monumentos históricos que forman parte del Centro Histórico de La Paz.

Sobre esto último, el Colectivo ha presentado estudios muy completos relacionados con la necesidad de asegurar la conservación de esos monumentos, mismos que han hecho llegar al congreso local a fin de que se expidan leyes al respecto. En el presente año de 2019 presentaron el proyecto sobre el centro histórico del panteón de los San Juanes y de la ciudad de La Paz, un estudio integral que aporta nuevos fundamentos para la autorización que se requiere.

Pero Tito Piñeda no se duerme en sus laureles. Se ha dado tiempo para publicar una serie de artículos con el nombre de “Breves Urbanas” relacionados con la antigua Casa de Gobierno, el jardín Velasco, el kiosco del malecón, el templo masónico, la tenería y el parque Cuauhtémoc. Además, ha propuesto que el antiguo edificio de la Casa de Gobierno albergue el Museo de Historia de la ciudad de La Paz.

Por si fuera poco, en el periodo de gobierno del XII ayuntamiento de La Paz, el Colectivo realizó una investigación de campo en muchas localidades del municipio finalizando con la edición de 5 tomos con el nombre de “Imágenes, crónicas y tradiciones paceñas”.

Tito Piñeda no descansa. En coordinación con la SEP, alumnos de escuelas primarias hacen recorridos por el centro histórico y él se encarga de explicarles la importancia de su conservación y la historia de ellos. Así va creando una conciencia del valor cultural de nuestro pasado.

Pero Gilberto no está solo en su terca tarea de hacer realidad sus esfuerzos en bien de nuestra ciudad. Muchos —escritores, periodistas, comerciantes, padres de familia y maestros, entre otros— nos solidarizamos con él porque creemos que tiene la razón. Y aunque muchas veces los que toman decisiones se ven influidos por otros intereses, lo cierto es que, al final, el pueblo de La Paz dará su veredicto en favor de nuestra ciudad.

Y hará bien, porque mientras no se logre, Tito Piñeda seguirá remando a contracorriente, con la firme convicción del hombre que mantiene sus convicciones por sobre todas las cosas. Como el Quijote de la Mancha que era un “enderezador de entuertos”.

sábado, 14 de septiembre de 2019

La niña de Guatemala

María García Granados y Seborío
En la historia de la literatura latinoamericana se encuentra el nombre del poeta y héroe nacional de
Cuba José Martí. Fue un escritor revolucionario que en sus discursos y proclamas defendió al pueblo cubano de la dictadura del gobierno de ese entonces. Fue un activo combatiente por la libertad de su país motivo por el que salió desterrado para refugiarse en México, en Guatemala y en los Estados Unidos.

Autor de innumerables poemas escribió uno, “La Niña de Guatemala” supuestamente dedicado a una mujer con la que tuvo un idilio, pero sin llegar a comprometerse con ella. En lo particular desconocía el origen de ese poema, aunque me gustaba leerlo de vez en cuando.

En días pasados, el estimado amigo Luis Rosas Meza me envió el libro digital “Las largas horas de la noche”, una novela de Antonio Álvarez Gil, en la que relata la estancia de Martí en la ciudad de Guatemala en los años de 1877 a 1878 y su romance con una jovencita de buena familia.

En su condición de refugiado político, José Martí encontró en esa ciudad a compañeros que estaban en las mismas condiciones que él y fueron los que le ayudaron a encontrar trabajo afín a su preparación intelectual. Dio clases de historia de la literatura y filosofía en la Escuela Normal y también en la universidad.

Dentro del círculo intelectual que frecuentaba conoció al general Miguel García Granados, expresidente de Guatemala y a su familia, su esposa y sus dos hijas, la mayor de nombre María que le llamó la atención por su belleza y candor. Poco a poco la atracción fue mutua hasta que la joven en un arrebato de pasión le confesara que estaba enamorada de él. Pero la respuesta de Martí la descorazonó, pues le explicó que estaba comprometido con una dama radicada en la ciudad de México y que tenía el propósito de casarse con ella.

En efecto, meses después abandonó Guatemala, llegó a México, contrajo matrimonio con Carmen y regreso de nueva cuenta a esa ciudad centroamericana. Y mientras tanto la familia de María vivía angustiada porque la joven se refugió en su soledad por un amor no correspondido. El desenlace fue fatal: consumida por la enfermedad murió pensando quizá en el amor de su vida, José Martí.

Por otro lado, Martí tuvo que salir de la ciudad de Guatemala cuando los conflictos políticos se agudizaron y se inició una campaña en contra de los refugiados cubanos en ese país. Le quitaron sus cátedras en la escuela normal y en la universidad y la crítica a su permanencia en esa ciudad lo obligaron a dirigirse a su país natal, Cuba. Ahí continuo con sus afanes libertarios opuestos al caudillismo por lo que lo obligaron a exiliarse. Estuvo en España y posteriormente en la ciudad de Nueva York. Y fue en ese lugar donde escribió su celebrado poema “La niña de Guatemala”. Algunos de sus versos dicen así:

“Quiero a la sombra de un ala
contar este cuento en flor,
la niña de Guatemala
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos
y las orlas de reseda
y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió casado
ella se murió de amor.”
               
En la ciudad de San José del Cabo, existe una leyenda semejante. Una joven de buena familia, Adelina tenía por nombre, contrajo matrimonio con un extranjero de origen portugués, pero por desgracia en su primer parto murió. El esposo, en su intento de no olvidarla, en la lápida de su tumba hizo grabar estos versos:

“Fría e insensible            
bajo esta losa
víctima triste de la
parca airada
una joven beldad
yerta reposa
con lágrimas
tiernísimas lloradas.
fue su muerte
temprana y lastimosa.

Mortal, si haz
conocido los amores
vierte sobre esta losa
una rosa.

   La leyenda es conocida como "La mujer que se murió de amor". Gracias a María de Jesús Ceseña Castro por esta información.

lunes, 26 de agosto de 2019

El Jorobado y las caguamas

QUASIMODO
En uno de mis primeros libros incluí una anécdota relacionada con un encargo que le hizo el dueño de un rancho ganadero a un par de trabajadores, quienes llegaron a un campamento de pescadores en busca de una caguama. Compraron una de escasos cuarenta kilos, la amarraron bien en el lomo del burro que habían llevado con ese fin y pusieron camino al rancho.


Era temprano y por eso uno de ellos invitó al otro para que se detuvieran en un rancho intermedio donde vivían dos muchachas con las que estaban quedando bien. Al burro lo ataron en el tronco de un palo verde, saludaron a la familia y platicaron largo y tendido con las jóvenes de sus amores.

Sin sentir pasaron las horas, hasta que uno de ellos le dijo al otro: “Vámonos ya, no sea que se enoje el patrón porque nos tardamos mucho”. Lo malo fue que al llegar adonde habían dejado al burro no lo encontraron y por más que lo buscaron no dieron con él. Cayendo la tarde regresaron al rancho y tuvieron que soportar la regañada por la pifia cometida.

Pasaron las semanas y un día un trabajador que andaba campeando en busca de unas vacas remontadas regresó con la noticia de que había encontrado al burro y sobre su lomo el esqueleto de la caguama. De todas maneras el incidente fue conocido por los habitantes de las rancherías de la región con las burlas correspondientes.

Ahora que está en boca de todos la catedral de Notre Dame por el incendio que sufrió, nos acordamos de un personaje que aparece en la novela de Víctor Hugo, “Nuestra Señora de París” llamado Quasimodo. Era tuerto, cojo y jorobado y trabajaba como campanero de la catedral. Y lo mencionamos por una leyenda que corre por la región de Loreto en la que se involucra un jorobado.

En efecto, un día de tantos un ranchero que andaba en el monte llegó asustado a su casa diciendo que había visto a un fantasma con una enorme joroba en su espalda y que iba corriendo abriéndose paso entre los matorrales. Pronto lo perdió de vista y con el susto no pudo seguirlo. Dio santo y seña del lugar donde se le apareció no muy lejos de la carretera donde un retén de la policía revisaba los vehículos que se dirigían al Valle de Santo Domingo.

Hubo diversas ocasiones en que otras personas divisaron al jorobado en esa zona, aunque no supieron donde desaparecía. Por si acaso de alguna desgracia, los rancheros comenzaron a rodear ese lugar cuando se internaban en el monte. Y claro, la noticia poco a poco fue conocida por los habitantes de esa región.

Hace ya varias décadas la pesca de las caguamas en los litorales de la Baja California era un negocio redondo, pero no para el consumo de su carne o aceite, sino por la piel de su pescuezo y aletas. Se dio el caso de una cooperativa de pescadores en el sur del estado que destazó miles de esos quelonios cuyos restos se amontonaban para después ser quemados. Fue por eso que el gobierno federal en buena hora prohibió su pesca y comercialización. Hasta la fecha a los transgresores se les aplican fuertes multas, el decomiso de sus embarcaciones y hasta la cárcel.

El antecedente viene al caso por el fantasma del jorobado que se aparecía en la zona agreste de la región de Loreto, porque a pesar de la prohibición de la pesca de la caguama, siempre ha habido maneras de evadir la ley y poder disfrutar de una apetitosa sopa de ese animal, una tradición culinaria de esta región de México.

El Golfo de California siempre ha sido pródigo en especies marinas, entre ellas la caguama llamada golfina. Por eso algunos vivales las transportan valiéndose de diversas estrategias. Una de ellas dio origen al fantasma del jorobado de Loreto.

Luis N. conducía su picap por la carretera que va de Loreto a Ciudad Insurgentes, acompañado de Pedro R. Unos 300 metros antes de llegar al retén de la policía, el vehículo se detuvo a orillas del camino, los dos se bajaron y una caguama que llevaban, de unos treinta kilos, Luis la colocó en la espalda de su compañero amarrándola fuertemente, inmovilizando las aletas y la cabeza de la tortuga. Le puso una camisa sobre sus hombros tapando el animal, mientras le decía: “Te espero en la curva, después que pase el retén”. 

En efecto, después de esperar una media hora vio llegar a Pedro todo sudoroso por la corrida entre el monte. Luis desató la caguama, la subieron al vehículo y partieron rumbo al pueblo donde ya los esperaban para preparar el festín. Y como toda esta artimaña se hizo en secreto, todavía hasta la fecha muchas personas juran y perjuran que vieron al jorobado correr desesperado entre los breñales. Así se forjan las leyendas en esta región de nuestro país.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Múgica y las Islas Marías

Gral. Francisco J. Múgica
El 18 de febrero del presente año —2019— el presidente López Obrador firmó el decreto mediante el cual el centro penitenciario de Islas Marías se convertirá en el Centro Recreativo y Ecológico “Muros de Agua”. Será un centro para el desarrollo de las artes y la cultura y la promoción del cuidado del medio ambiente. Lo que no cambiará es su designación como Patrimonio Natural de la Humanidad y de Islas Protegidas del Golfo de California, por parte de la UNESCO.                           

La isla María Madre —las otras dos se conocen como María Cleofas y María Magdalena— se convirtió en centro penitenciario el 12 de mayo de 1905, durante el gobierno de Porfirio Díaz. Su primer director fue el coronel Rafael M. Pedrajo, el que por cierto fue gobernador de Baja California Sur, en el periodo de 1938 a 1940. En 1928, por disposición presidencial, se hizo cargo del penal el general Francisco J. Múgica quien permaneció en la isla hasta el año de 1933.

Durante su estancia en el penal, Múgica construyó el hospital, la escuela, la biblioteca y el muelle. Y también dispuso que fuera una cárcel sin rejas, puesto que en su calidad de isla era muy difícil salir de ella. Esta disposición nos hace recordar la cárcel del pueblo de Mulegé donde también los presos tenían libertad fuera del penal teniendo como límite el pueblo. En ambos casos esa disposición tuvo buenos resultados, excepto unos pocos casos de intento de evasión.

De la vida en el penal en los primeros años la información es muy restringida, pero aun así hubo escritores que hablaron de ella, como Martín Luis Guzmán en su novela “Islas Marías”, donde relata, tal vez con un poco o mucho de ficción, el trato injusto que recibían los prisioneros, los trabajos extenuantes y los castigos a los reos incumplidos. Y de cómo, poco a poco, se fue transformando su situación dándoles la calidad de seres humanos capaces de regeneración a través del buen trato y el respeto a los derechos humanos.

Un biógrafo de Múgica escribió al respecto: “Llevó a cabo una inagotable actividad constructiva y regenerativa en el penal, donde por primera vez los infractores sociales fueron tratado como seres humanos y se les proporcionaron los beneficios sociales y culturales de los que gozaban el resto de sus compatriotas”

Las islas Marías fueron descubiertas en el año de 1526 por Diego García Colio y Juan de Villagómez dos exploradores enviados por Francisco Cortés de San Buena Aventura, gobernador de Colima. En esa expedición de conquista descubrieron los picos de una isla, pero no desembarcaron en ella. Lo único que hicieron fue consignar el descubrimiento. Se cree también que Nuño de Guzmán, el eterno enemigo de Hernán Cortés, ordenó que dos bergantines fueran a explorar la isla descubierta por uno de sus capitanes. Pero no tuvo efecto la orden porque la Audiencia de la Nueva España ordenó que esos barcos fueran entregados a Cortés. Así es que ni éste ni Guzmán pudieron tomar posesión de ella. La isla María Madre, desde su descubrimiento ha tenido varios propietarios a partir del año de 1857. El último de ellos, la señora Gila Azcona la vendió al gobierno en 150 mil pesos. Eso fue en el año de 1905. En ese mismo año las Islas Marías se destinaron como una colonia penal. Y eso ha sido hasta la fecha en que por decreto se convertirá en el centro de desarrollo artístico y cultural.

Por lo que respecta a la estancia de Múgica como director del penal, existe poca información no obstante la gran cantidad de biografías que existen sobre su vida y su obra. Sin embargo, en una libreta de notas del general escritas en los años de 1928 a 1931, da cuenta de algunos sucesos entre ellos la custodia y traslado de la Madre Conchita al penal de las Islas Marías. Así, dice en su diario: “La conocí esta madrugada a las 2.00 horas; ajena a su marcha dormía en su celda; llegamos, tocamos, tardó en despertar; previo permiso entramos. La vi por primera vez y no me es simpática; el largo mentón de su rostro es repulsivo; está tranquila y marcha serena…”.

Durante la travesía, Múgica escribe la impresión de ella: “La monja famosa se muestra obediente y las otras bravías, pero en las primeras horas de marcha están mansitas y contentas. La madre Conchita es culta, parece suave y moldeable; es vanidosa y sociable; habla bien el caló de los juanes y tiene actos de verdadero disimulo; hace gala del rigor con que la han tratado en la prisión y de los kilos que ha perdido en servicio de Dios. Se ríe de la ignorancia de los creyentes que la rodean, pero se deja decir jefa del grupo. Me ha ofrecido que escribiremos la historia de su cautiverio y ayudarme a desentrañar el fondo de verdad que haya en la tragedia de nuestro país”.

A los pocos años de estar en el penal contrajo matrimonio con el señor Carlos Castro Balda también sentenciado por la muerte de Obregón. Cuando los esposos fueron liberados en el año de 1940, regresaron a la ciudad de México y en los años siguientes la madre Conchita impartió conferencias y editó varios libros, entre ellos “Una mártir de México”. Después, en los años setenta del siglo pasado, Castro Balda llegó al Valle de Santo Domingo localizado en el estado de Baja California Sur y se dedicó a explotar un lote agrícola. Pasados algunos años regresó a la ciudad de México lugar donde murió el 17 de julio de 1986, Por coincidencia el mismo día en que cayó asesinado el general Obregón.

María Concepción Acevedo de la Llata murió en 1978, a los 87 años de edad. Jamás pudo quitarse el estigma de su participación en el asesinato del general Álvaro Obregón. Cuando falleció se permitió que fuera amortajada con su hábito de monja. 

Por su parte, el general Francisco J. Múgica fue relevado como director del penal con el objeto de ocupar la Secretaría de Economía Nacional durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas. En 1941, siendo presidente del país el general Manuel Ávila Camacho lo designó gobernador del Territorio de Baja California Sur, cargo que ocupó hasta el año de 1945.


miércoles, 3 de julio de 2019

Víctor Hugo y Notre Dame

Antonieta Rivas Mercado
En el año de 1831, el poeta y novelista Víctor Hugo publicó su novela “Nuestra Señora de París” haciendo referencia a la centenaria catedral que lleva el nombre de Notre Dame y que es un símbolo de la cultura europea y de Francia en particular. A esta obra literaria se le recuerda con motivo del incendio que devastó parte de su estructura en el reciente 15 de abril del presente año.

La trama de la novela reúne a dos personajes principales, Esmeralda, una hermosa gitana y Quasimodo, campanero de la catedral de Nuestra Señora de París. Su padre adoptivo el archidiácono Claude Frollo, conoce a Esmeralda y atraído por su belleza ordena a su hijo que la rapte. Pero la intervención de la policía evita el secuestro y Quasimodo es azotado en la plaza pública. Con el castigo y sufriendo de la sed, la gitana se acerca y le da agua lo que se convierte en agradecimiento y deseos de protegerla.

Cuando Esmeralda es acusada de asesinar a su amante y condenada al patíbulo, el jorobado Quasimodo la ayuda a escapar y la esconde en la catedral, pero Frollo la encuentra y le exige que corresponda a su pasión pues de lo contrario la denunciará para ser ajusticiada. Y como la gitana se niega, la pone en manos de la justicia que la conduce al patíbulo donde muere.

En su época la novela fue un éxito y traducida a varios idiomas. En su desarrollo Víctor Hugo aprovecha la oportunidad para referirse ampliamente a la importancia de Notre Dame en la historia de Francia, de la arquitectura gótica medieval y la influencia de ésta en la construcción de las catedrales de muchas partes del mundo.

Por otro lado, la catedral ha sido escenario de ceremonias especiales como la coronación de Enrique VI de Inglaterra en 1429, la coronación de Napoleón Bonaparte en 1804 y la beatificación de Juana de Arco en el año de 1909. En 1944 hubo una misa especial para celebrar la liberación de la ciudad de París del dominio alemán, con la asistencia de los generales Charles de Gaulle y Philippe Lecrerc.

Además, y esta fue una verdadera tragedia, en el interior de la catedral de Notre Dame el 11 de febrero de 1931 ocurrió el suicidio de la mexicana Antonieta Rivas Mercado utilizando una pistola de su amante José Vasconcelos. Así terminó la vida de una mujer que en vida fue protectora de las artes, sobre todo en la música, el teatro y la pintura. En 1928 conoció a Vasconcelos cuando iniciaba su campaña como candidato a la presidencia de la república, lo apoyó económicamente y participó activamente en el logro de sus aspiraciones. Ante el fracaso de la campaña y después de las amañadas elecciones donde salió electo Pascual Ortiz Rubio respaldado por el partido oficial, María Antonieta radicó en la ciudad de París. Vasconcelos hizo lo mismo.

En el año de 1998, la editorial Trillas publicó el libro “El Proconsulado” con las memorias de la campaña presidencial de José Vasconcelos, de su fracaso y su exilio en los Estados Unidos, Cuba y París. En esta ciudad fue el reencuentro con Valeria —así la llamaba— y conoció de cerca los fúnebres sentimientos de ella que la orillaron al suicidio.

Vasconcelos estaba enterado de los intentos de acabar con su vida de Antonieta, pero no creyó que lo haría. En la conversación con un amigo en común, así describe la tragedia:
“Subimos a su cuarto de hotel y no estaba; en mi cuarto, sobre la mesa estaba una carta, un recado de breves líneas en que avisaba como la cosa más natural del mundo: “En este momento salgo a cumplir lo que te dije; no me llevo ningún resentimiento; sigue adelante con tu tarea y perdóname, ¡Adiós!

“Al bajar, en la oficina del hotel me dijeron —tiene usted un llamado urgente del consulado de México— era el cónsul en persona Antonio Pani:
--Hace más de una hora trato de comunicarme con usted, ¿ya sabe lo de Valeria?
--No, ¿qué? Es decir, temo algo, ¿qué sucede?
A Pani le temblaba la voz y balbuceó: “Pues ya, ya, acaba de morir, me lo dijeron en una comisaría…”.
En el sepelio Vasconcelos recuerda: “En silencio frío, sin discursos y sin más bendición que el amor que del alma bajaba a su fosa, ocupó el sitio de los muertos una de las más grandes mexicanas de todos los tiempos”. 

María Antonieta Valeria Rivas Mercado Castellanos está sepultada en una fosa común en uno de los panteones de la ciudad de París. Por su parte la catedral de Notre Dame realizó una ceremonia especial y cerró sus puertas varios días, con el objeto de “limpiar” el recinto de ese sacrilegio.

viernes, 14 de junio de 2019

Hernán Cortés y California

Medalla de Cortés hecha en 1529 por Cristopher Weiditz
Cuando Hernán Cortés llegó a la península de California en 1535 ya habían transcurrido 14 años de la conquista de México Tenochtitlan por un ejército español bajo su mando. En efecto, después de sitiar la ciudad durante varios meses, con frecuentes batallas contra los aztecas, en el año de 1521 lograron vencerlos y con ello el desplome del imperio que abarcaba todo el centro de nuestro país.

De ese acontecimiento muchos cronistas e historiadores lo han descrito como es el caso de Bernal Díaz del Castillo, quien acompañó a Cortés y fue testigo de los hechos de la conquista. Con el paso de los años se publicaron muchos libros sobre el tema, algunos de ellos con nuevas fuentes documentales que complementaron la crónica de Bernal. Pero fue hasta el siglo XIX cuando dos historiadores extranjeros, William H. Prescott y Hugh Thomas escribieron los libros más completos en torno a la figura de Hernán Cortés y la conquista de la ciudad de Tenochtitlan.

Desde su aparición la obra de Prescott se convirtió en un clásico de la literatura histórica universal, sobre todo porque se fundamentaba en fuentes mexicanas y españolas. Se apoyó en escritos antiguos como las Cartas de Relación de Hernán Cortés y de los cronistas clásicos Bernal Díaz del Castillo y Francisco López de Gomara hasta las historias generales del siglo XIX.

Por su lado Thomas en su libro “Cortés and the falls of old México” utilizó fuentes primarias como la “Historia de las Indias de Nueva España”, escrita por Fray Diego Durán en el siglo XVI, y con documentos inéditos del Archivo de Indias de Sevilla. Aquí en México un historiador, José Luis Martínez, escribió uno de los mejores libros que se han escrito sobre Hernán Cortés. Respecto a la personalidad del conquistador escribió: “Cortés nos interesa siempre de manera extremosa para exaltarlo o para detestarlo. Concentramos en su persona el conflicto de nuestro origen y, frente al choque que aquel anudamiento ocasionó, unos toman el partido de considerar injusta, brutal y rapaz la acción de los conquistadores y como víctimas a los indígenas, cuya cultura se exalta como un noble pasado y otros, comenzando por justificar el derecho a la conquista: la imaginan como una sucesión de hechos heroicos cuyo protagonista es Hernán Cortés, y piensan que gracias a su victoria sobre pueblos bárbaros y sanguinarios recibimos los bienes de la cultura española y occidental”.

Otros dos historiadores, Carlos Pereyra y Christian Duverger también investigaron la vida y la obra de Cortés, haciendo alusión al descubrimiento de la península de California, aunque el primero fue más parco al hacerlo. En cambio Duverger ocupa varias páginas para referirse a los preparativos que tenían como finalidad descubrir nuevas tierras, construyendo embarcaciones en el puerto de Tehuantepec y acondicionando las flotas que explorarían la Mar del Sur. Describe la navegación de Diego Hurtado de Mendoza en 1532; la expediciones de Diego Becerra y Hernando de Grijalva en 1533, la muerte del primero a manos de los marinos amotinados y el arribo de Fortún Jiménez a tierras californianas en ese mismo año.

Tras el fracaso de las anteriores expediciones, Cortés en persona decidió explorar esos mares y regiones desconocidas. En tres navíos, Santa Águeda, San Lázaro y Santo Tomás embarcó 130 soldados y 40 jinetes con sus cabalgaduras y el 18 de abril de 1535 se hizo a la vela rumbo a la península. Fue así como el 3 de mayo de ese año desembarcó en un lugar al que le puso por nombre Puerto y Bahía de Santa Cruz.

Pero con el paso de los días Cortés se dio cuenta que en Santa Cruz no había perlas, oro ni especies; no existían templos con ídolos adornados con piedras preciosas y en toda la región explorada no había ciudades que conquistar, solo tierra desértica, carente de manantiales y raquítica vegetación. Y por si fuera poco, en sus acompañantes la decepción, el hambre y la muerte.

Después de casi un año de permanecer en Santa Cruz y a solicitud de su esposa doña Juana de Zúñiga y del virrey Antonio de Mendoza, Cortés regresó a la capital. En 1539 viajó a España con el fin de entrevistarse con el rey Carlos V y justificar su presencia en la Nueva España. Detenido por un juicio de residencia no pudo volver a México como eran sus deseos y fue por eso que el 2 de diciembre de 1547 murió en Castilleja la Vieja, una comunidad cercana a la ciudad de Sevilla.

Respecto a la conquista del imperio azteca, el historiador José Luis Martínez señaló: “Mucho se ha avanzado en el conocimiento histórico de la conquista, del mundo indígena y en general del siglo XIX, mientras que la figura de Cortés, aún después de cinco siglos de su nacimiento, con señaladas salvedades, sigue en poder de las facciones. Puesto que los mexicanos somos herederos de las dos ramas de nuestros abuelos, es deseable hacer un esfuerzo por conocer completa la personalidad de quien nos dio una doble descendencia. Acaso alguna vez consigamos liberarlo de las ideologías y estudiarlo con la cruel objetividad de la historia, para descubrir con luces y sombras una personalidad excepcional. Los tercos hechos siguen allí esperando ser conocidos y explicados…”.

Por lo que se refiere al descubrimiento de California, el mayor mérito de Cortés fue que a raíz de ello la península —fue conocida primero como isla— se incluyó en la cartografía mundial. Lo que antes era un mito y una leyenda pasó a ser un lugar conocido sobre todo en sus características geográficas de los dos litorales, el del Océano Pacífico y el del Golfo de California. Cortés abrió el camino para las posteriores exploraciones hasta culminar con la llamada conquista espiritual, obra a cargo de los misioneros jesuitas, franciscanos y dominicos.

miércoles, 5 de junio de 2019

California, las perlas y la literatura

Fue cuando se descubrió la península de la Baja California que se comenzó a hablar de las perlas. En 1535, luego de la fundación del Puerto y Bahía de Santa Cruz por Hernán Cortés, los expedicionarios las buscaron y las encontraron a tal punto que en un rudimentario mapa elaborado por Cortés aparece la isla de las perlas que no es otra que la de Espíritu Santo, cercana a la ciudad de La Paz.

En todo ese siglo y el siguiente los navegantes españoles siempre llegaron a California en busca de las conchas perleras, con excepción de unos cuantos como Francisco de Ulloa, Juan Hernández Cabrillo y Sebastián Vizcaíno, exploradores que recorrieron los mares de la península en su afán de nuevos descubrimientos.

En 1697, cuando los misioneros jesuitas comenzaron a llegar a la península la explotación de los placeres perleros continuaban con el permiso de las autoridades virreinales. Y aunque los religiosos se opusieron no pudieron contra la avaricia y el afán de riqueza de los permisionarios. Y más aún porque éstos llevados de su religiosidad, entregaban algunas perlas para adorno de la virgen de Loreto.

Y así nacieron las leyendas de esa época. El Mechudo, La Perla de la Virgen, La isla del tesoro. De ellas, la primera es la más conocida dado que trata de un indio quien al momento de tirarse al mar para bucear blasfemó “voy a sacar una perla para el diablo”, pero la virgen lo castigó y se quedó enredado en el fondo del mar. Después, cuando otros buceadores trataban de buscar ostras en ese lugar, encontraban al indio que buscaba desesperadamente la perla maldita.

Años después, cuando las “armadas” organizaban la pesca de ostras perleras en los meses de septiembre y octubre abarcando una gran parte de los litorales del Golfo de California, desde Cabo Pulmo hasta cerca de Santa Rosalía, las reseñas de la explotación de los placeres fueron divulgadas a nivel nacional e internacional. Pero la desmedida extracción de las ostras originó la decadencia de la pesca tal como denunciaron algunos historiadores y funcionarios de esa época.

En 1769, El visitador José de Gálvez, durante su permanencia en Baja California dio las primeras instrucciones para controlar la pesca de perlas nombrando a un inspector que se encargaría de cobrar el quinto real a las armadas, llevando un control de ellas. Y aunque la medida se aplicó fue difícil el cobro dado el gran número de pescadores en todos los litorales del golfo de California.

En 1789 el padre jesuita Francisco Xavier Clavijero en su libro Historia de la Antigua California anotó que “por el año de 1786 empezaron a escasear las perlas y desde entonces acá se ha ido disminuyendo la pesca en términos de hallarse absolutamente abandonada y los pocos que se han dedicado a ella, apenas han podido sacar los costos, especialmente en estos últimos años en que la economía europea ha introducido en México el uso de las perlas falsas”.

Sin embargo la explotación de la pesca de ostras perleras continuó durante todo el siglo XIX, sin que hubiera una reglamentación al respecto que evitara la depredación de los fondos marinos californianos. En 1855, el entonces presidente de México, Antonio López de Santa Ana expidió un decreto en el que imponía “un derecho de dos reales a cada quintal de concha perla o nácar en la península de la Baja California se extraiga de sus costas o de sus islas. El producto íntegro del impuesto se dedicará íntegramente al ramo de la instrucción pública en la propia península…”.

Dos años después, en 1857, José María Esteva escribió una Memoria sobre la pesca de la perla en la Baja California y expidió un decreto en el que consideraba que “la desordenada explotación que se hace de los placeres de concha perla, da lugar a que año por año se demeriten considerablemente, siendo de temer llegue el día de la completa extinción de este ramo de la riqueza pública, he decretado lo siguiente”.

También en 1858, cuando apareció el libro “Historia de la colonización de la Baja California y Decreto del 10 de marzo de 1857” que hacía referencia a la propiedad de la tierra en esta región de México, Ulises Urbano Lassépas incluyó un capítulo dedicado a la pesca de perlas describiendo sus características de forma, tamaño y valor.

Todavía a principios del siglo XX aparecieron varios libros escritos por extranjeros en que narran, aparte de las características de la población peninsular, su medio físico y su economía, la pesca de perlas. El francés León Diguet y los norteamericanos J. R. Southworth y Aurelio de Vivanco, así como el mexicano Adrian Valadés describieron la importancia de este producto marino, sus características y los procedimientos para llevar a cabo el buceo de las ostras perleras.

Por toda esta información la población de la entidad, sobre todo la de La Paz, mantuvo una visión optimista de la riqueza que abundaba en los fondos marinos y eso dio margen a que muchos escritores aficionados a la literatura, se refirieran a ella en términos elogiosos. Poetas, cuentistas, incluso compositores, les dedicaron parte de sus creaciones.

Los cuentos y novelas de Estela Davis, John Steinbeck, Scott O Dell, José María Esteva y el Doctor Atl recrean esa época de esplendor de la Baja California. Y en la poesía no son pocos los que elogian a las perlas, como Fernando Jordán, José María Garma, Filemón C. Piñeda y Dominga G. de Amao, entre otros. Pero entre los compositores las canciones relacionadas con las perlas son numerosos. Algunas de ellas son Costa Azul, Perla del Bermejo, Sudcalifornia, Paceñita, Pescadorcita de Perlas y la muy conocida Puerto de Ilusión.

A través de los años, más bien siglos, las perlas ha formado parte de las tradiciones sudcalifornianas. Y aunque el recuerdo se ha difuminado con el tiempo, cuando oímos cantar Puerto de Ilusión se reaviva el recuerdo de las perlas de California.

martes, 28 de mayo de 2019

ERIN GO BRAGH, Irlanda por siempre

Para Carlos

En la plaza de San Jacinto en San Ángel de la Ciudad de México, se encuentra una lápida conmemorativa con 71 nombres y a un lado en el jardín está un busto de John Riley. Cada 12 de septiembre se recuerda a los integrantes del Batallón de San Patricio, un grupo de irlandeses que al lado del ejército mexicano se enfrentó al ejército norteamericano en la guerra de 1846 a 1847 y fue la causante de que nuestro país perdiera más de la mitad de su territorio, incluyendo Texas. California, (la Alta), Arizona y Nuevo México.

Dentro de los contingentes armados que defendieron la soberanía nacional tuvo un papel destacado el Batallón de San Patricio, integrado por soldados irlandeses quienes libraron combates en la región norte del país, y después en la defensa de la región comprendida entre el estado de Veracruz y la Ciudad de México.

Con una resistencia llena de valor temerario, los irlandeses defendieron a sangre y fuego los sitios de Palo Alto, La Resaca de Guerrero cerca de la ciudad de Matamoros; estuvieron presentes en el asedio de los norteamericanos en Monterrey y luego, cuando los mexicanos se retiraron a Saltillo y después a San Luis Potosí ellos los acompañaron. Hicieron lo mismo cuando se abrió otro frente de guerra en la región de Tampico y Veracruz.

Cuando las tropas invasoras llegaron al valle de México en su afán de apoderarse de la capital, el Batallón de San Patricio junto con los defensores de los sitios de Padierna y Churubusco, opusieron una férrea resistencia y en los que murieron muchos de ellos. En Churubusco, luego de la rendición de una gran parte del ejército mexicano cayeron prisioneros los valientes irlandeses.

Ellos, de alguna manera, fueron testigos de la humillación y agravio de ver ondear la bandera de las barras y las estrellas en lo alto del mástil del Palacio Nacional de nuestro país, ya que con el enfrentamiento en el Castillo de Chapultepec, las fuerzas invasoras vencedoras pudieron apoderarse de la Ciudad de México. Pero, ¿cuál fue el origen del Batallón de San Patricio?

La historia nos los da a conocer, no sin antes referirnos a sus antecedentes.

En los años de 1824 a 1860, el país de Irlanda sucumbió ante una crisis alimentaria, una hambruna, que causó miles de muertos. Fue la causa por la que familias enteras emigraran a otros países de Europa y sobre todo a los Estados Unidos. Aunque en este último país fueron mal recibidos a causa de sus creencias religiosas —eran católicos mientras que los habitantes de esa incipiente nación eran protestantes—, eso no impidió que se adaptaran a esa nueva forma de vida, sirviendo en los más ínfimos y mal pagados empleos, y siempre con el repudio de los anglosajones. Durante muchos años esas familias vivieron en la pobreza y con muchas penalidades.

Fue por eso que muchos de ellos prefirieron darse de alta en el ejército regular de los Estados Unidos como un medio para mejorar sus niveles de vida. Con los años algunos de ellos lograron hacer carrera, entre ellos John Riley que obtuvo el grado de teniente. Como tal participó en las refriegas contra las tribus indígenas que asolaban vastas regiones del sureste del país, en especial de las tierras de Texas donde el gobierno mexicano permitió la colonización, ofertando 500 mil hectáreas para ello.

Entre los años de 1826 a 1828 ya había mil familias anglosajonas en Texas, que formaba parte del estado de Tamaulipas. Ante la avalancha de colonos, el gobierno de México decretó suspender la colonización y convertir a Texas como un estado más de la federación. Sin embargo, las ambiciones imperialistas del entonces presidente Andrew Jackson por apoderarse de esa extensa y prometedora región, hizo la propuesta de su compra por cinco millones de dólares.

Por supuesto, con el apoyo del gobierno estadounidense los colonos continuaron llegando con total desprecio a las leyes mexicanas. Y más aún cuando podían comprar cuatro mil acres de tierra por 40 dólares. Así, en el año de 1827 ya habían doce mil familias en esa región y diez años más tarde, en 1837, las familias de colonos sumaban un poco más de treinta mil, mientras que los pobladores mexicanos escasamente llegaban a ocho mil residentes.

Cuando el gobierno de México dispuso el pago de impuestos por la propiedad de la tierra y la prohibición de establecer nuevas colonias incluso la portación de armas, los nuevos residentes se negaron iniciando una rebelión que fue encabezada por Sam Houston, un vividor y mercenario de la peor ralea. Este ruin personaje en 1836 se atrevió a proclamar la independencia de Texas poniéndose al frente de un grupo paramilitar que se conoció como los Rangers de Texas, un cuerpo policíaco causante de asesinatos, despojos y violaciones de las familias mexicanas.

A causa de esa situación y ante la negativa del gobierno de México de reconocer la separación de ese estado, fueron constantes las agresiones a las autoridades y las familias mexicanas lo que dio origen a enfrentamientos armados en lugares conocidos como San Jacinto y El Álamo. Por desgracia, el ejército de nuestro país fue derrotado, además de que el presidente de México Ignacio López de Santa Ana cayó prisionero y obligado a firmar un acuerdo por el que aceptaba la segregación de Texas en favor de los Estados Unidos.

Para asegurarse de ese pacto el nuevo presidente de los Estados Unidos James Polk de inmediato declaró la anexión de Texas a su país. Pero ante esa declaración oportunista y falaz del mandatario norteamericano, el gobierno de México respondió que la anexión sería considerada como una declaración de guerra. Y así fue. Y todavía Polk tuvo el descaro de ofrecer cinco millones de dólares por el estado de Nuevo México y 25 millones por el estado de California.

Ese día de la declaración de la guerra entre México y los Estados Unidos, los soldados irlandeses habían desertado para unirse y combatir al lado de los mexicanos. Al principio eran 48 pero después se les unieron polacos, alemanes, italianos y negros, más de cien que por decisión propia adoptaron el nombre de Batallón de San Patricio y así fue reconocido por el gobierno de nuestro país. Su insignia fue una bandera de color verde, con las imágenes bordadas de San Patricio, el arpa celta y el trébol de tres hojas, con una inscripción abajo que decía: ERIN GO BRAGH, que significa Irlanda por Siempre

Justificaron su decisión debido al maltrato hacia ellos por ser irlandeses, pero sobre todo porque se dieron cuenta de las injusticias cometidas con la población mexicana y el despojo de su tierra. Y aún más, por tener que soportar las acciones criminales de los Rangers de Texas, amparados por el gobierno gringo.

Declarada la guerra, los invasores lo hicieron por tres frentes: el ejército al mando del general Kerney atacó en la Alta California, Zacarías Taylor por Tamaulipas y Winfield Scott por el lado de Veracruz. Y entre los defensores estuvo presente el Batallón de San Patricio como responsable de la artillería mexicana.

En la lápida de la plaza San Jacinto se recuerda también el 12 de septiembre de 1848, fecha en que los sobrevivientes del Batallón de San Patricio fueron sentenciados y sacrificados por medio del ahorcamiento, acusados de traidores por los Estados unidos, pero héroes por nuestro país. Lo merecieron. Uno de ellos se salvó de la muerte, el capitán del ejército mexicano John Riley. Después de varios años de vivir en la ciudad de Veracruz, su cuerpo fue hallado en la calle víctima del alcoholismo. Quizá en el más allá se haya reencontrado con sus compatriotas y gritar en coro, IRLANDA POR SIEMPRE.