Lejos ha
quedado Santa Rosalía mi lugar de origen. Y la escuela primaria Ignacio
Allende, y la escuela secundaria Morelos, y el Valle de Santo Domingo generador
de mi vida profesional como maestro. Su recuerdo se va esfumando con el tiempo
como las nubes pasajeras.
Cuando el
cardiólogo me operó de las arterias coronarias me dijo: “Quedó muy bien, le doy
diez años de vida” y le contesté: “doctor, hágamela buena con tres”. Han pasado
ya cinco años y aún me quedan otros cinco según el diagnóstico del cirujano.
Nomás que los
esfuerzos físicos y las dietas me restringen a veces más de la cuenta. Los
primeros debo evitarlos y las segundas me prohíben los placeres propios de las
buenas comidas, con manteca y condimentos. Pero como dijo un jurisconsulto no
muy honesto: “las leyes se hicieron para violarlas.
Hace poco el
estimado amigo Luis Rosas Meza, encargado de los talleres gráficos del
municipio, me obsequió una copia del poema de Jorge Luis Borges al que tituló INSTANTES,
el que por cierto comienza con una frase que dice “si pudiera vivir nuevamente
mi vida”. Esa frase la utilizó años antes Nadine Stair en su poema que empieza
“If I had my life to live over again”. Los dos poemas tienen semejanzas y son
extraordinarios.
Bueno, pero lo
que quiero decirles es como termina el poema de Borges: “Si pudiera volver a
vivir/comenzaría a andar descalzo a principios/de la primavera/y seguiría
descalzo hasta concluir el otoño/. Contemplaría más amaneceres,/y jugaría con
más niños/ si tuviera otra vez vida por delante/. Pero ya ven, tengo 85 años/y
sé que me estoy muriendo/.
El poema de
Borges me hizo recordar otro de Amado Nervo titulado En Paz que concluye así: “Amé, fui amado, el sol acarició mi
faz/¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”. Por coincidencia los dos
murieron fuera de su país. Nervo en Montevideo, Uruguay. Borges, en Ginebra,
Suiza.
Dos grandes
poetas latinoamericanos que hablaron sobre la vida y la muerte. Tenían derecho
a hacerlo por la existencia fecunda que llevaron y porque dieron prestigio a la
literatura del continente. Su obra, por imperecedera, merece recordarse en toda
ocasión.
Los ochenta y
cinco los disfruté con mi familia. Por la mañana un sabroso menudo que preparó
mi hija Virginia, Y en el transcurso del día las felicitaciones de muchas
amigas y amigos a través de Facebook y otros por la vía telefónica. Regalos
pocos pero muy significativos, entre ellos un hermoso arreglo floral enviado
por mi compadre el profesor Ricardo Fiol Manríquez.
Pero el más
emotivo fue el de uno mis nietos más pequeños cuando me preguntó: “¿Abuelito,
no te vas a morir pronto, verdad? Y es que cuando se quiere de verdad los
deseos de permanencia ocupan un lugar preferente.
Del 12 de septiembre
a este día son ochenta y cinco años y tres días, “ai la llevamos”, como dijo el
ranchero. Pero lo cierto es que a pesar del tiempo transcurrido, aún me quedan
energías para escribir, para soñar, para tratar de realizar cosas que he dejado
pendientes. Y claro, cuando todo acabe —espero que no sea tan pronto— quedará
inconclusa mi pregunta: ¿Valió la pena mi paso por este mundo?
Por lo demás,
mientras el cuerpo aguante seguiré con lo que ha sido mi pasión. Leer mucho y
escribir, como las crónicas que semana tras semana aparecen en el periódico El
Sudcaliforniano. Para que quiero más, aparte del amor de mi familia.
Septiembre 15 de 2015.
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