Poco le duró el gusto, digo, si
fray Junípero Serra se enteró en el más allá, de su canonización por el papa
Francisco en estos últimos días de septiembre durante su visita a la ciudad de
Washington, Estados Unidos. Porque apenas antier, el lugar donde fue sepultado
fue dañado por vándalos que destruyeron varias lapidas y la basílica del
misionero franciscano manchada con pintura.
En una crónica que escribí el 6
de septiembre, me referí a fray Junípero y su fugaz permanencia en la Baja
California al frente de los misioneros franciscanos que sustituyeron a los
jesuitas en el año de 1768. Fugaz, porque al año siguiente, junto con el
gobernador Gaspar de Portolá, llegó a la Alta California a fin de fundar nuevas
misiones en esa extensa región.
La primera misión fundada fue la
de San Diego de Alcalá el 16 de julio de 1769 y la segunda, San Carlos Borromeo
en el mes de junio de 1770, en un lugar llamado Carmelo, cerca de la hoy ciudad
de Monterey. Hoy, el pueblo de Carmel es una comunidad de 4,000 habitantes y
tuvo su momento de fama en 1980, cuando eligió al actor Clint Eastwood como su
alcalde.
En Carmel yacen los restos de
Serra. Y en la ciudad de Washington se encuentra un monumento con su efigie en
la sala de estatuas, monumento que fue visitado por el papa Francisco. En el
solemne acto de canonización el jerarca de la Iglesia dijo de fray Junípero:
“Buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la
habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente
por el dolor que causan en la vida de tantos. Tuvo un lema que inspiró sus
pasos y plasmó su vida: supo decir pero especialmente supo vivir diciendo «Siempre
adelante»”.
Pero Serra no ha sido el único
que ha sufrido agravios. En la historia de la evangelización de las Californias
existen varios casos de misioneros que fueron objeto de represalias de parte de
los grupos aborígenes. La peor de ellas fue el asesinato de los padres jesuitas
Nicolás Tamaral y Lorenzo Carranco, de las misiones de San José del Cabo y
Santiago, en el año de 1734.
Un año después los causantes de
la rebelión —Botón y Chicori— fueron apresados y condenados a muerte.
Otro caso fue el del padre Félix
Caballero de la orden de los dominicos y fundador de la misión de Nuestra
Señora de Guadalupe, en 1834. Por supuestos abusos contra los indios de la
región, un cacique llamado Jatñil intentó matarlo. Se salvó de milagro
escondiéndose bajo las faldas de la cocinera. Como el susto no se le quitó,
pidió su traslado a la misión de San Ignacio buscando su seguridad. Pero le
falló, porque a los pocos meses murió en condiciones extrañas, quizá
envenenado.
Otro que no le fue tan bien fue
el padre dominico Eudaldo Surroca de la misión de Santo Tomás de Aquino. En
1803 lo encontraron muerto en sus aposentos y su deceso se lo cargaron a una cocinera
de nombre Bárbara, quien con dos cómplices llevaron a cabo el asesinato. Dicen
las crónicas que ella era la amante del sacerdote, pero que la tenía
incomunicada, sujeta a sus caprichos y abusos sexuales.
De modo que a fray Junípero no
le fue tan mal. La policía, eficiente de por sí en los Estados Unidos, pronto
dará con los vándalos y serán castigados con el rigor de la justicia de ese
país. Y las lápidas y la basílica donde descansa el ahora santo de la Iglesia
católica, quedarán inmaculadas, como fue la vida y la obra de este
extraordinario misionero.
Será quizá la ciudad de
Querétaro una de las primeras en edificar un templo donde se le venerará, dado
que fue en la Sierra Gorda de ese estado donde Serra dejó un recuerdo
imperecedero.
Septiembre
30 de 2015.
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