Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

jueves, 28 de febrero de 2019

Las cargas de caballería

Francisco Villa
De siempre, a través de la historia de la humanidad, el caballo ha ocupado un lugar importante en los conflictos bélicos entre las naciones. Los cosacos que invadieron una parte de Rusia y la parte central de China comandados por Gengis Kan, fueron aguerridos jinetes cuyos caballos procedían de la estepa siberiana, con sus pelajes espesos que los defendían de los fríos glaciales de esa región asiática.

Al igual, en esos remotos años, Atila llamado el azote de dios, devastó el centro de Europa con un ejército de la raza de los hunos, utilizando como sostén de su travesía al caballo. Aunque también hubo otros conquistadores que además del caballo, echaron mano de otros animales, como fue el caso de Aníbal el cartaginés, que para lograr pasar por las montañas hizo uso de los elefantes. O de los temibles beduinos árabes montados en camellos.

La caballería estuvo presente en toda la época medieval en los países ya configurados de Europa como Francia, España, Portugal e Italia. Después, ya en los siglos XVII y XVIII los ejércitos, además de los soldados, tenían legiones de caballería como complemento de sus ofensivas en contra del enemigo. Tal fue el caso de Napoleón I, cuando invadió Egipto y se apoderó de El Cairo y Alejandría, en el año de 1798.

En 1814 a 1818 durante la primera guerra mundial, la caballería jugó un papel importante, aunque el uso de otros medios de guerra como los tanques, los camiones blindados y los aviones fueron más efectivos que el uso de los caballos. En la segunda guerra mundial, 1938-1945, ya las fuerzas montadas tendieron a desaparecer. Aun así, se dio el caso, en la defensa que hacía el ejército ruso de la invasión alemana a su país, que una brigada de caballería integrada por jinetes cosacos le hicieron frente a las fuerzas motorizadas, con resultados desastrosos; todos murieron bajo las balas de las ametralladoras del enemigo.

Lo anterior nos recuerda la película “El último samurái” donde estos legendarios defensores de su país, armados con arcos y flechas, sables y lanzas, en un acto suicida, se enfrentaron a las fuerzas del imperio japonés y a sus cañones y ametralladoras prefiriendo la muerte antes que perder su libertad.

En nuestro país, México, durante la etapa de la revolución iniciada para derrocar al dictador Porfirio Díaz, y después por los asesinatos del presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez, la caballería estuvo presente desde el inicio del movimiento armado, particularmente las que comandaba el general Francisco Villa con sus famosos “dorados”. Triunfante la revolución con la división del norte al mando de Villa y las divisiones del centro con Álvaro Obregón y Pablo González, se reunieron los representantes de todas las fuerza en la Convención de Aguascalientes a fin de concertar un gobierno que dirigiera los destinos del país por el rumbo correcto Pero como no pudieron ponerse de acuerdo, volvieron nuevamente las confrontaciones armadas, ahora entre villistas y carrancistas.

A mediados del año de 1915, dos poderosos ejércitos estuvieron frente a frente en los campos de Celaya y La Trinidad. Y en las tres batallas con miles de combatientes, las brigadas de caballería hicieron acto de presencia. Por un lado, los hombres a caballo de Villa y por el otro la caballería de Obregón, pero los dos con el apoyo de cañones, ametralladoras y soldados de infantería.

En la batalla decisiva , la de Trinidad, un lugar cerca de la ciudad de Irapuato, se enfrentaron 25 mil hombres con 19,500 jinetes del lado de Villa y 34 mil 700 con 9400 jinetes del campo obregonista. En esa batalla, Villa mandó el ataque contra las trincheras enemigas con una carga de caballería de tres mil hombres al mando del general Rodolfo Fierro, pero fueron rechazados con el fuego nutrido de las ametralladoras. Dicen las crónicas que fue una carnicería, pues en menos de diez minutos mataron a 300 jinetes. Algunos que lograron saltar las vallas enemigas, fueron masacrados por la espalda con las mismas armas. Y es que como dijo un historiador, Villa nunca comprendió que era imposible enfrentar las cargas de caballería contra armas modernas como fueron en este caso las ametralladoras.

Las famosas cargas de caballería de los dorados dejaron de ser efectivas y en la batalla de La Trinidad aceptó su derrota y el triunfo del carrancismo. Después, con la promulgación de la Constitución de 1917 y la elección de Carranza como presidente, el poder y la fuerza militar de Francisco Villa se esfumó.

Fue en esos años de la revolución cuando también en Baja California Sur hubo un alzamiento armado apoyando a Carranza. En 1913, Félix Ortega Aguilar al frente de un puñado de seguidores inició la lucha contra las fuerzas que defendían el gobierno usurpador del general Victoriano Huerta. Y la mayoría de ellos fueron jinetes que lucharon en las regiones de El Triunfo, San Antonio, Miraflores, San José del Cabo y Todos Santos. Naturalmente nunca hubo cargas de caballería que pasaran a la historia.

lunes, 25 de febrero de 2019

Matrimonios dispares

Siempre se ha dicho que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer que por estar enamorados deciden unir sus vidas ante la ley y la iglesia. Desde luego toman en cuenta la afinidad de caracteres, los gustos y la manera cómo van a afrontar las obligaciones de cada uno. Además, contemplar el soporte para el sostenimiento del hogar.

Aunque como se repite el dicho de que “cuando hay amor con uno que coma basta”, lo cierto es que entre otras cosas, la solidez del matrimonio tiene relación estrecha con la situación económica de los consortes, o cuando menos el que se da a llamar “el jefe de la casa”. Aunque eso de jefe es un decir, pues es popular la expresión de un sufrido marido que expresó: “En la casa mando yo, pero se hace lo que mi mujer dice”.

Claro que hay matrimonios felices cuando no han tenido problemas de ninguna naturaleza, con el fuego inextinguible del amor entre los dos, que se trasmite a los hijos. Son los matrimonios que han respetado su sagrado vínculo y por eso pasan los años sin que nubarrones amenacen su felicidad. A ellos no podemos criticarlos so pena de cometer injusticias. En cambio otros…

Existen anécdotas de matrimonios dispares como aquel que después de una semana de haberlo contraído, el marido se presentó ante el juez para explicarle su deseo de anularlo. “¿Porqué —le preguntó el del Registro Civil— desea anularlo”. Y la respuesta llegó: “Es que cuando me casé mis lentes estaban mal graduados y ayer que me los corrigieron me di cuenta de lo fea que es mi mujer, y así no la quiero”. A lo cual el juez le contestó: “Pues te vas a tener que aguantar, es más para tu consuelo que los lentes te los dejen como antes estaban. Tu queja no justifica la anulación de tu matrimonio”.

Cosa contraria pasa cuando la mujer, al graduar sus lentes unos días después de casada, se dio cuenta de lo guapo que era su esposo. “Me saqué la lotería —exclamó— solo lamento no haberlos graduado antes, te hubiera dado el sí de inmediato”. Por eso es recomendable cuando se tienen defectos visuales, que corrijan sus lentes antes de contraer matrimonio, aunque muchos digan que el amor es ciego.

Esto último por hacer referencia a un célebre guerrillero de la Revolución Mexicana quien no distinguía entre bonitas o feas. Fue el caso de Francisco Villa que tuvo 19 esposas y a todas les cumplió; bueno, una por una. Cuenta la anécdota que además de valiente, audaz y sanguinario, era muy enamorado y a la ciudad o pueblo que llegaba con su ejército, bien porque las mujeres lo buscaban —por aquello de la fama— o él las procuraba, lo cierto es que luego luego les proponía matrimonio. Así tuvo esposas en Durango, Parral, Torreón, La Barca y otros lugares más del norte del país. Y de los hijos perdió la cuenta.

Tenía una manera muy singular al contraer matrimonio. Llegaba ante el juez del Registro Civil en uniforme y con pistola al cinto y le decía: “Vengo a casarme” y le señalaba a su futura esposa. Pero en una ocasión el juez lo reconoció por lo que lo interpeló, “Pero señor Villa usted ya vino en otra fecha anterior a hacer lo mismo, aquí tengo el libro de registros que lo comprueba”. De seguro el pretendiente no se acordaba pues pidió le mostrara la hoja del libro donde aparecía su nombre y el de su esposa. En efecto el juez tenía razón, pero como Villa era atrabancado y medio con un rápido ademán arrancó la hoja del registro, la arrugó y arrojó al suelo, mientras le ordenaba: “Ahora sí, cásenos”.

Bueno, pero los matrimonios dispares no solamente lo son por incompatibilidad de caracteres, sino también por diferencias físicas o temperamentales las que, justo es decirlo, no impiden una feliz y duradera vida conyugal. Muchos ejemplos existen de esas diferencias, como cuando se casa un hombre con una mujer extranjera o al revés; o bien una persona blanca con otra negra; un alto con una chaparra; una flaca con un gordo; un noble con una plebeya; un intelectual con una ignorante; un millonario con una pobre; una hermosa con uno feo.

Al respecto, la escritora argentina Olga Wornat, dice que no se explica como una mujer como Cristina Fernández se casó con Néstor Kirchner el que fue presidente de la Argentina. Ella, una mujer hermosísima, admirada por todos en la universidad y luchadora social; él “era feo, pero muy feo, flacucho, desgarbado y con lentes de vidrio grueso, vestido con una cazadora verde olivo que le llegaba a las rodillas”. Desde luego estas discrepancias eran comunes en las monarquías europeas, como el caso de Felipe III, rey de Francia, uno de los hombres más feos, con su nariz a lo pinocho y la cara larga de más. Pero por cuestiones políticas y de poder contrajo enlace con Eugenia, una de las mujeres más hermosas de España.

Casos como estos se dan en todas partes. Aquí en nuestro país tuvimos un presidente, Gustavo Díaz Ordaz, que no era un dechado de belleza: dientón, hocicón y miope, tuvo como amante a Irma Serrano, una belleza en su tiempo. Según ella lo llegó a querer porque en la intimidad era muy bueno y considerado. Aparte de que muy pródigo pues le hizo regalos muy costosos.


Y hablando del carácter y las diferencias físicas, un amigo las refería así: “Cuando me casé y con el paso de los años, me di cuenta lo distinto que éramos mi mujer y yo. Ella era güera y yo prieto; sus ojos eran verdes y los míos como capulines; siempre fui delgado y ella gorda; era muy resistente al frío y yo ninguna cobija me calentaba; del aseo personal se bañaba una o dos veces en el día, todo lo contrario de mí que respetaba el dicho «que nadie se muere por no bañarse»; era paciente y yo enojón, aunque a veces le salía lo leona; pero aún con estas diferencia hemos sido felices durante un titipuchal de años lo que me confirma que cuando hay amor lo demás sale sobrando”.

lunes, 18 de febrero de 2019

Bernardo de Gálvez

Virrey Bernardo de Gálvez
Uno de los personajes españoles que tuvo gran influencia en la época colonial de la Baja California fue José de Gálvez, Visitador del virreinato de la Nueva España. El rey Carlos III le dio ese nombramiento en 1765 con amplias facultades para corregir y hacer eficientes los aspectos administrativos y hacendarios, y también para pacificar y colonizar la región noroeste del país, incluyendo Sonora, Sinaloa, Chihuahua y las dos Californias, la Baja y la Alta.


A mediados de 1765, el buque Jasón navegaba con rumbo a Veracruz. Lo acompañaba un numeroso séquito, entre los que se encontraba un sobrino, hijo de su hermano Matías. Con el paso de los años, a este pariente al que le brindó toda su protección llegó a ser virrey interino de la Nueva España.

En el año de 1767, respaldado por el virrey Teodoro de Croix, puso en ejecución el destierro de los misioneros jesuitas de las colonias españolas. La orden afectó también a los religiosos establecidos en la Baja California quienes abandonaron la península al año siguiente. Fue también en ese año de 1768 cuando Gálvez llegó a la península a fin de llevar a cabo la organización del gobierno a fin de mejorar su economía y el desarrollo de la población. También cumplir con el encargo del rey de poblar la región de la Alta California amenazada por países extranjeros. Después de permanecer seis meses teniendo como base de operaciones el real de Santa Ana, regresó a la capital, con el fin de iniciar nuevas acciones.

Después de su regreso de California, en ese mismo año de 1768, José de Gálvez inició su campaña en Sonora con el fin de someter a las tribus indígenas. No obstante que contaba con una fuerza militar de mil hombres no le fue posible dominarlos y por más que hizo de pacificarlos no le fue posible. Quizá por ello fue que se enfermó y comenzó a tener alucinaciones. Sus desvaríos fueron tales que su sobrino de guarnición en ese entonces en Chihuahua fue por él y se lo llevó a México. Con el cambio de ambiente recobró la cordura recobrando el apoyo y la confianza del virrey de Croix.

Gálvez regresó a España en 1772 y dos años después al ganarse la confianza y reconocimiento del rey Carlos III, éste le dio el cargo de Ministro de Indias, un puesto de gran poder político, lo que le permitió ayudar a su familia en especial a su hermano Matías, quien llegó a ser virrey de la Nueva España. Y también a su sobrino Bernardo, hijo de Matías al que protegió en toda su carrera militar. La historia de este personaje es interesante.

Después de prestar su servicio en Chihuahua regresó a España participando en varias acciones militares y en 1775 el rey lo nombró Comandante militar de la Luisiana, una colonia en los Estados Unidos que pertenecía a España. En esos años ya se habían establecido las trece colonias norteamericanas dependientes de Inglaterra y había movimientos rebeldes para independizarse de ella. Bernardo simpatizaba con esa causa y de manera furtiva les proporcionaba armas, parque y alimentos.

Cuando el gobernador de Luisiana, Luis de Unzaga fue destinado a la Capitanía General de Venezuela, el rey dejó como interino a Bernardo y fue en esos años cuando Carlos III autorizó la guerra en contra de las fuerzas inglesas. La preparación del ejército se hizo en la Habana y por medio de una flota de numerosos barcos salieron para apoderarse del puerto de Pansacola, principal reducto de las fuerzas inglesas.

Los ingleses habían fortificado con cañones la entrada de la bahía de tal forma que era imposible que los barcos llegaran al puerto. Sin embargo, Bernardo se dio cuenta que los cañones apuntaban muy alto, por lo que se podía entrar sin peligro. Lo hizo del conocimiento del almirante de la flota pero este se negó aduciendo una posible derrota. Ante la negativa y para demostrar la seguridad de su plan, Gálvez tomó la decisión de internarse a bordo del Galveston, el bergantín insignia e izando la bandera española se internó en el estrecho bajo el fuego enemigo. Pero tenía razón pues los proyectiles pasaron por arriba y eso dio pauta para que el resto de los navíos se internaran haciendo fuego contra las defensas inglesas. Después de casi dos meses de combate lograron apoderarse del puerto.

Con ese gran triunfo militar, el rey lo felicitó a la par que le daba el grado de teniente general, el grado más alto en el ejército español. Dos años más tarde realizó otra campaña con el objeto de liberar a la isla de Jamaica del dominio inglés. Con los triunfos obtenidos, Carlos III lo nombró gobernador de la Luisiana y Florida, además de que le otorgó el título de Conde de Gálvez, un honor para un descendiente de plebeyos.

En tanto, en la ciudad de México, el virrey Matías de Gálvez había muerto después de una enfermedad que se caracterizó por calenturas, vómitos amarillos y verdes, náuseas y un sabor amargo en la boca. Se creyó en la posibilidad de que había sido envenenado. Su deceso fue a finales de 1784. Bernardo se enteró de su muerte estando en la Habana y porque recibió una carta del rey nombrándolo su sustituto. Resignado por la muerte de su padre, a mediados de 1785 llegó a México en su calidad de Virrey de la Nueva España.

Bernardo de Gálvez fue un gobernante apreciado por el pueblo por sus acciones en su beneficio. Dentro de las obras materiales introdujo el alumbrado público y continuó la construcción del Castillo de Chapultepec. Pero no obstante su preocupación por mejorar la vida de los habitantes de la Nueva España, fue acusado ante el rey de pretender independizar el virreinato del dominio español, aunque era completamente inocente. Quizá fue por ello que personas intrigantes tramaron quitarlo de en medio y no hallaron otra forma que envenenarlo. Al menos cuando enfermó, presentó los mismos síntomas que acabaron con su padre. Cuando murió, el 30 de noviembre de 1786, sus restos fueron trasladados al panteón de San Fernando, para que reposara al lado de su padre.

Por su parte su tío José de Gálvez perdió la confianza del rey, pues creyó la intriga del movimiento de independencia de la Nueva España. Destituido de sus cargos, acusado también de nepotismo pues dada su influencia ante el rey logró puestos y prebendas para su familia, se retiró a la vida privada muriendo en la ciudad de Aranjuez en 1787.

Lo raro fue que su enfermedad presentó los mismos síntomas que su hermano Matías y su sobrino Bernardo, por lo que se supuso que todos habían sido envenenados por orden del rey Carlos III, una medida muy en boga en esa época para quitarse los enemigos de en medio.

domingo, 17 de febrero de 2019

Una sorpresa inesperada



He asistido a muchas presentaciones de mis libros, tanto en el Archivo Histórico Pablo L. Martínez como en Museo de Antropología, pero ninguna tan inesperada como la de anoche, en que presenté mi nuevo libro Visión de Sudcalifornia, en la primera de estas instituciones culturales. Y vaya que estoy curado de espantos ante tantas presentaciones.

Cuando di a conocer mi libro Cancionero Popular Sudcaliforniano mi nieta Tania Edith nos deleitó cantando melodías como Paraíso Oculto, Puerto de Ilusión y Pescadorcito de Perlas. En otra ocasión que invité a mi buen amigo Francisco López Gutiérrez para que presentara mi libro Pasado y Presente de la Antigua California, llevó a cuatro alumnas de la Benemérita Escuela Normal Urbana quienes leyeron crónicas de mi obra.

Pero lo de anoche fue muy diferente y no tanto por el numeroso público que asistió a la presentación, o de la calidad de Rosa María Mendoza y Martha Reyes quienes hablaron de mi libro, sino más bien por lo que sucedió en el transcurso del acto.

Cuando llegué al Archivo Histórico lugar donde se desarrollaría la presentación acompañado de mi esposa, el recinto estaba a medio llenar —fue a las seis de la tarde— y poco a poco llegaron los invitados. Eso sí noté que entre ellos estaba gran parte de mi familia, tal como lo han hecho en otras ocasiones. Y ahí saludé a viejos amigos y algunos no tan viejos, como Simón Óscar Mendoza, Ernesto Adams Ruiz, Jorge Romero Zumaya, Francisco López, Víctor Ramos y Luis Domínguez Bareño. Y en especial a Marco de Jesús Roldán quien hizo viaje especial desde San José del Cabo a fin de estar conmigo en la presentación.

El evento se desarrollaba muy bien. Rosa María y Martha se refirieron a mi vida como escritor y mi inclinación por los temas sudcalifornianos, incluso Rosita leyó una de mis crónicas que titulé Otras decepción más, que hace alusión a utilizar el terminó Bajasur, en vez del nombre de nuestro estado que es Baja California Sur. Y que fuera un maestro y un alumno declamador los causantes de ese desacato.

Les decía que el acto iba muy bien, hasta que de pronto, cuando medio terminaba la presentación, dos bisnietos de siete años de edad, Romina y Damién se levantaron de sus asientos y pasando al frente leyeron con voz modulada y clara dos fragmentos de los artículos del libro. Lo inesperado causó sorpresa en el público presente y después admiración al ver y escuchar a dos niños que con sus vocecillas infantiles, rendían un tributo de amor a su bisabuelo. Y fue el primer golpe a mi envejecido corazón.

Cuando terminaron de leer, otra sorpresa. De pronto se levantaron de sus asientos todos mis bisnietos, no me había dado cuenta que ahí estaban, y en avalancha se dirigieron hacia mí para abrazarme a la par que me entregaban un hermoso ramo de flores. No son pocos, pues entre todos llegan a veinte, aunque en esta ocasión fueron por los menos doce, desde los más grandotes como Yatzel y Emmanuel hasta Nahomi y Frida convertidas ya en dos hermosas señoritas. Y hasta la más pequeña, María Ana, a la que tuve que tomarla en brazos para que me besara.

Pero eso no fue todo. Como me quedé firmando libros me perdí de lo mejor y fue otra sorpresa. Resulta que mis hijas y mis nietas, Sandra Luz, Virginia, Ana María, Martha Patricia, Tania Edith y Sandra Gabriela se responsabilizaron del brindis y en una mesa colocaron diversos bocadillos y vinos, entre ellos empanadas de frijol, dátiles rellenos que queso, burritos de machaca, panecillos y, por supuesto botellas de vino tinto regional y de damiana.

Cuando llegué a la mesa todavía alcancé dátiles y un vaso de vino, ¡ah! y también una copita de damiana la que, por causa extraña, le hicieron el feo. De la que se perdieron por aquello de sus efectos. Pero el vino regional se acabó en un dos por tres. Ramón, mi yerno, que adquirió esa bebida       solo alcanzó a decirme “pero yo sé en que tienda lo venden, por si se le ofrece”.

Ahora estoy en reposo después de las emociones de anoche. Pero me doy tiempo para exclamar: “¡Qué familia tengo y que buenos amigos me han brindado su amistad!” Para sorpresas no gana uno.

Febrero 16 de 2019

miércoles, 13 de febrero de 2019

El miedo no anda en burro

Han pasado muchos años pero cuando me acuerdo de lo ocurrido todavía me dan escalofríos. Y no fue por el peligro inminente, sino más bien por lo inesperado del suceso. Un suceso en el que participamos varios amigos, reunidos en calidad de asesores de un gobernador de nuestro Estado.

Fue en la década de los ochenta cuando, como dice el corrido “el caso sucedió”. En esos años con motivo del informe anual del mandatario, éste responsabilizaba al secretario general de gobierno a fin de que toda la información de los distintos funcionarios llegara a sus manos y se encargara de elaborar el documento respectivo. Desde luego era una tarea que a veces requería de tiempo ya que había que revisar el contenido de los informes y, muchas veces, solicitar aclaraciones o bien datos complementarios.

Quizá fue por anuencia del mandatario, lo cierto es que el segundo de a bordo integró un grupo de colaboradores que se encargaron de redactar el informe, dividiéndose el trabajo según los datos proporcionados por cada dependencia: tesorería, oficialía mayor, obras públicas, cultura, educación, etc.

Reunidos en una sala de un hotel del centro de la ciudad, acondicionada con una mesa de trabajo y sus correspondientes sillas, además de un servicio de cafetería, ocupábamos gran parte de las mañanas para darle contenido al informe. Las más de las veces nos acompañaba el gobernador y parte de sus colaboradores los que, documentos en la mano, abundaban algunos aspectos que, a juicio del mandatario no estaban muy claros. Exigía que no se ocultaran datos que debía conocer la población de la entidad.

En el último año de su administración repetimos el mismo trabajo, pero ahora con la preocupación de que el informe fuera un referente para próximo gobernante, sobre todo en el aspecto hacendario que es el talón de Aquiles de toda administración. Pero el tiempo corría y la demora en la entrega de documentos por parte de los funcionarios y la revisión exhaustiva de ellos nos llevó más tiempo de lo programado.

Fue por ello que en los últimos días nos reuníamos mañana y tarde con la natural tensión que se origina en estos casos, aunque la camaradería ayudaba a hacer más llevadero nuestro trabajo. Fue ahí, cuando uno de los integrantes de la comisión, ingeniero por más señas, nos aseguró que de todos los cítricos el que contenía más vitamina C era la mandarina. Eso dio motivo de que el servicio del hotel siempre nos tuviera una buena dotación de esa fruta. O cuando otro, al darse cuenta que eran pasadas las dos de la tarde sugirió la conveniencia de una botana y a solicitud del gobernador llegó un platón de mariscos los que desparecieron en un dos por tres.

Así las cosas y ante la premura del tiempo, una mañana recibí una llamada telefónica del secretario general quien me dijo “te espero en el aeropuerto, ya les hablé a los demás de la comisión. Nos vamos a Buenavista, a la casa del señor gobernador, pues quiere que en los dos días próximos quede listo el informe”. Primero porque era funcionario y segundo por el compromiso contraído, alisté un poco de ropa entre ella una chamarra —era los primeros meses del año— y acudí al llamado. Con todos presentes abordamos la avioneta propiedad del gobierno y en menos de 20 minutos llegamos al lugar indicado. Allí ya nos esperaba el mandatario.

Por supuesto, nos pusimos a trabajar de inmediato. Revisamos y leímos el contenido del informe y a cada aspecto el gobernador le iba dando el visto bueno. Total, como a las tres de la tarde terminamos y el documento quedó listo para la impresión. “Gracias amigos, por su ayuda”, nos dijo el mandatario, mientras nos levantábamos para dirigirnos al comedor. Pero dijo algo más “el doctor M me recetó unas inyecciones de vitaminas, me voy a poner una, ¿alguien quiere también hacerlo? Todos nos negamos, con excepción del secretario general, quien aceptó que lo inyectaran. Toda la tarde se quejó del dolor de las nalgas por culpa de la sustancia inyectada.

Después de la comida y ante la euforia de un compromiso cumplido, el gober nos invitó a saborear unas cervezas mientras comentábamos las incidencias del trabajo realizado. Y las horas transcurrían y la bebida no se acababa. Total, como a las 10 de la noche nos retiramos a dormir, eso sí con muchas cervezas en la panza. Lo mismo hizo el gobernador, aunque creo que sin estar nosotros presentes, continuó dándole gusto a las ambarinas. Fue por eso del suceso del que les hablé al principio.

Al día siguiente, como a las diez de la mañana, estábamos reunidos comentando lo bien que éramos atendidos, cuando hizo acto de presencia el mandamás que llevaba en sus manos un estuche de regular tamaño. Todavía se le notaban los estragos del exceso de la cerveza, pero no le dimos importancia. “Miren lo que traigo aquí”, nos dijo, a la vez que abría el estuche que contenía varias pistolas de diversos calibres. “Todas me las han regalado—continuó—aunque yo no soy afecto a ellas, pero algunas, como esta”, -- y mostraba una Beretta 9.o milímetros, reluciente,-- me gusta mucho”. Y comenzó a manipularla y cuando menos esperábamos jaló del gatillo y el ruido atronador de los disparos nos taladró los oídos. La reacción fue instantánea. Apresurados nos levantamos buscando un refugio, mientras él seguía disparando al aire.

El único que permaneció a su lado fue el secretario general, impávido ante el supuesto peligro que representaba la pistola en esos momentos. Poco después, cuando el gobernador se retiró, volvimos a reunirnos para comentar el suceso, y también para reconocer la valentía del secretario en ese inesperado percance. Aún recuerdo la respuesta que nos dio: “Valiente yo, ni madres, lo que pasó es que me paralicé por el miedo y aunque quise no pude moverme. Eso sí —pensé, hasta aquí llegué”.


Han pasado muchos años y cuando me encuentro con uno de los que estuvieron esos días en Buenavista siempre me dicen “el más miedoso fue fulano, pues ese mismo día por la mañana se regresó a La Paz murmurando “para sustos no gano”. Nosotros volvimos a reunirnos con el gober en plática amena y después de la comida regresamos a La Paz en la misma avioneta.

lunes, 11 de febrero de 2019

Las calles boludas de La Paz

No cabe duda, las lluvias son benéficas para el campo, pero no para nuestra ciudad. A veces nos ponemos a pensar que las autoridades le piden al dios Tláloc que no sea malo, que tenga compasión de este lugar donde vivimos, ya que de lo contrario no se la acaban con las airadas protestas de los que tienen necesidad de trasladarse de un lugar a otro en sus vehículos.

Que no sea malo, porque en sus presupuestos no tienen el suficiente dinero para el arreglo de las calles y avenidas, y mucho menos para encarpetarlas de nuevo. Que llueva sí, pero en el campo, para que los rancheros alimenten su ganado y puedan sobrevivir de la venta de la carne, la leche y de los chopitos. Y como allí no tienen vehículos para trasladarse, los aguaceros les viene como el viento a Juárez, pues las “bestias” transitan por veredas por más malas que estén.

Cuando La Paz era la ciudad provinciana de principios del siglo pasado, la mayoría de las calles no estaban pavimentadas y por eso las familias tenían la costumbre, todas las mañanas, de regar el frente de su casa e incluso barrerlas a fin de evitar el polvo. Pero cuando aparecieron las primeras calles pavimentadas, adiós la costumbre. Y de pilón también se olvidaron de barrer las banquetas.

Ahora la ciudad tiene las calles con pavimento en su mayor parte, algunas con concreto hidráulico y otras con eso que llaman asfalto. Cada gobierno sexenal ha puesto su parte aunque no compruebe sus resultados. Y es que recién inauguradas, están lisitas y hasta olorosas, pero pasado el tiempo y las malas artes de Tláloc, esas obras se deterioran rápidamente, sobre todo las que fueron construidas con el mentado asfalto mal aplicado, ya que es un material por lo común impermeableinmune a la penetración del agua de lluvia. En una administración anterior, el gobernador invirtió muchos millones de pesos en reconstruir varias calles del centro de la ciudad y se ufanó de su obra. Pero de todas ellas una dos o tres utilizaron concreto hidráulico y son las que permanecen en buen estado, las demás están para llorar. Dicen las lenguas viperinas que lástima de dinero invertido pues ahora constituyen un verdadero problema para los que transitan por ellas.

Cuando llueve en esa calles se forman hoyancos que como dijo un crítico ingenioso “parecen cráteres de la luna”. Y otro, con maligna intención, dio por colocar plantas de flores en cada uno de ellos. Lo cierto es que al pasar por algunas de esas calles el conductor la hace de torero aunque al último sale cornado, pues le hace la verónica a uno, pero cae en el otro. La única solución es ir a vuelta de rueda, pues de lo contrario adiós llantas, adiós la suspensión del vehículo. Y, confesión aparte, las mentadas a los responsables de esos malos trabajos.

Cierto, tanto los ayuntamientos como el gobierno del estado hacen lo posible por remediar el mal resanando las calles deterioradas, pero no bien lo hacen cuando otra lluvia, por leve que sea, origina nuevos hoyos. Total es un cuento de nunca acabar. Y lo peor no es eso, ahora con tanto material usado, en los hoyos tapados se ha formado bolas que ¿usted alguna vez ha montado a caballo? Se brinca sobre el lomo de la bestia tanto, que después de unas horas le duelen las asentaderas y no puede ni caminar. Bueno, pues así se zangolotean los vehículos cuando transitan por esas calles. Por eso muchos conductores ahora han bautizado algunas de ellas: la calle boluda de Félix Ortega, la calle boluda de Reforma; la calle 5 de Febrero frente la escuela secundaria, en fin…

Por eso, cuando un servidor tiene que ir al hospital del Seguro Social que está sobre la calle 5 de Febrero evita las calles boludas y transita por Héroes de la Independencia, una calle de concreto hidráulico que va de la Bravo hasta la Márquez de León. El que la construyó de seguro invirtió, en un rasgo de honestidad, el moche en ella, lo que es de felicitar.

Y, desde luego, no podemos dejar de reconocer lo que está haciendo el gobierno estatal al pavimentar las calles del Este de la ciudad con concreto hidráulico. Es un gusto transitar por ellas. Y en relación con las lluvias recuerdo al Güero de las Canoas cuando decía que las escuelas construidas de madera los moscorrones perforarían la madera en un dos por tres. Cuando las edificaron con materiales metálicos —las prefabricadas— le preguntaron ¿Y ahora, Güero? “Pues que van a batallar tantito”, contestó.

Febrero 09 de 2019

viernes, 8 de febrero de 2019

Bouchard, un corsario en California

Desde que California fue descubierta en 1533 por Fortún Jiménez, no hubo descanso para los
navegantes que llegaron a ella en busca de riquezas y también de exploradores que tenían el encargo de conocer bien a bien esa región del noroeste de nuestro país. Aunque pasados los años también los misioneros jesuitas, franciscanos y dominicos hicieron lo propio, pero en vez de la espada ofrecieron la cruz para llevar la religión a los pobladores indígenas que habitaban la península.

En todos los siglos XVI y XVIII, la California vio desfilar a capitanes de fragatas y veleros, como Hernán Cortés, Francisco de Ulloa, Juan Rodríguez Cabrillo, Francisco de Ortega, Sebastián Vizcaíno e Isidro de Atondo y Antillón, entre otros. Y de los primeros religiosos a Juan María de Salvatierra, Francisco María Píccolo, Juan de Ugarte, Jaime Bravo e Ignacio María Napoli que empezaron a llegar a partir del año de 1697 y fundaron la primera misión jesuita, la de Loreto.

Después, cuando estos religiosos abandonaron la península en 1768 llegaron los franciscanos encabezados por fray Junípero Serra, religiosos que por cierto fundaron muchas misiones en la Alta California, como la de San Diego, Santa Bárbara, San Juan Capistrano, Monterrey y San Francisco. Los últimos en llegar, los dominicos, atendieron durante años las misiones que fundaron los jesuitas, --Loreto, San Javier, Santa Rosalía de Mulegé, Santiago y San José del Cabo y otras más. Pero también fundaron varias misiones en lo que hoy es el estado de Baja California. A mediados del siglo XIX, los dominicos abandonaron la península y con ello se terminó la cruzada misionera.

Pero ese siglo XIX, de 1800 a 1900, registró acontecimientos que tuvieron mucha relación con la independencia de los países de América Latina, entre ellos México, Chile, Perú y Argentina. Los menciono porque sus movimientos independentistas fueron respaldados por flotas de corsarios, amparados por los gobiernos que luchaban por liberarse del yugo de España.

También hubo otros que amparados por la bandera inglesa se dedicaron a depredar los galeones que hacían la travesía de Manila a los puertos de Acapulco y San Blas, y los de Veracruz a Europa. Por ejemplo Francis Drake quien en sus barcos Pelican, Elizabeth y Marygold se apoderó de naves y sus riquezas a todo lo largo de las costas del océano Pacífico. En sus correrías llegó hasta la altura de lo que hoy la ciudad de San Francisco, California, en Estados Unidos, tomando posesión de esas tierras a las que le puso de nombre de Nueva Albión. Otro corsario inglés fue Thomas Cavendish que llegó a las costas de América en 1586 y el 4 de noviembre de 1588 se apoderó del galeón Santa Ana frente al poblado de San José del Cabo.

Sin embargo, fue en los años de 1800 en adelante cuando otros corsarios llegaron a la Baja y la Alta California, y amparados con las banderas de Argentina y Chile destruyeron poblados, los saquearon y les prendieron fuego. Tal fue el caso del corsario argentino Hipólito Bouchard quien en sus barcos La Argentina y la Santa Rosa llegó a la región norteña de continente con el fin de liberar a esa región del dominio español.

Sobre este singular personaje se tiene mucha información, sobre todo porque es considerado un héroe por sus hazañas navales en favor de la independencia de su patria adoptiva. Bouchard era francés de nacimiento. Aunque algunos libros escritos por historiadores norteamericanos lo consideran un vulgar pirata que asoló las indefensas misiones de la Alta California llevado tan solo de su afán de obtener botines a como diera lugar.

Bouchard salió de Buenos Aires en 1818, como capitán del barco La Argentina con permiso corso. Recorrió el océano Atlántico pasando por África hasta llegar a las islas de Oceanía y arribar a Manila. Durante ese trayecto tuvo enfrentamientos navales, uno de ellos con los sanguinarios piratas malayos, no obstante que la mayor parte de su tripulación estaba enferma debido al escorbuto. Cuenta su diario que cuando desembarcó en una isla, el médico de a bordo recomendó que a los enfermos los enterraran dejándoles sólo la cabeza de fuera, como un medio de abatir sus dolencias. El tratamiento no dio resultado y la mayoría murieron.

Al llegar al archipiélago de Hawái, en uno de los puertos encontró una fragata que resultó ser la Chacabuco también conocida como Santa Rosa, una nave argentina también con patente de corso. Como estaba incautada por el rey del lugar pagó por ella y ya con dos se dirigió a las costas de América adonde llegó en el mes de noviembre de 1818. Avisados con anticipación, las autoridades ordenaron que los víveres, ganado y cosas de valor se llevaran al interior de la región a la vez que se aprestaron a la defensa del lugar. Pero nada pudieron hacer ante la numerosa cantidad de los corsarios, por lo que éstos destruyeron el presidio y la misión de Monterrey.

En diciembre llegó a la misión e Santa Bárbara pero contra su costumbre solamente desembarcó e intercambió prisioneros y no hizo daños en la población. Días más tarde ancló en la bahía de San Juan Capistrano y al encontrar resistencia, hizo desembarcar a sus hombres, se apoderó de la misión y se dedicó al saqueo. No encontró dinero ni tesoros. Eso sí recogió víveres y botellas de vino pues en la región había muchos viñedos. Causó algunos destrozos y cuando se retiró tuvo que lidiar con los marinos ahogados de borrachos. Al menos así lo dicen las crónicas de ese entonces.

No del todo satisfecho con el botín obtenido las dos naves pusieron rumbo al sur hasta llegar a la isla de Cedros donde la tripulación descansó varias semanas cazando venados y lobos de mar para alimentarse. En su viaje al sur amagó las costas de México y al llegar a Acapulco, algunos historiadores dicen que se entrevistó con el caudillo insurgente Vicente Guerrero.

En su recorrido capturó varias naves españolas y asedió algunos puertos del sur del continente. Para su mala suerte cuando llegó a Valparaíso para ponerse a las órdenes de San Martín, quien luchaba por la independencia del Perú, fue aprehendido por Lord Thomas Cochrane, almirante en jefe de la armada chilena, acusándolo de pirata. Duró un año en prisión y sujeto a proceso que lo declaró inocente. Después, integrado a las fuerzas de San Martín y Simón Bolívar en su carácter de comandante de la escuadra chilena, participó en batallas contra los ejércitos realistas hasta lograr el triunfo y dejar libre al Perú y Colombia. Esto fue en el año de 1828.

En el mismo siglo XIX llegaron corsarios y filibusteros como lord Cochrane que en año de 1822, con el pretexto de ayudar en la independencia de México, con sus barcos Araucano y el Independencia llegó a la Baja California y saqueo los pueblos de San José del Cabo y Loreto. También en 1853 William Walker se apoderó de la ciudad de La Paz con el intento de fundar una nueva república, nomás que sus intentos no fructificaron.

En cuanto a Bouchard solo queda en la ciudad de Monterrey, California, una placa y un mástil en el lugar donde estaba el fuerte, en recuerdo del ataque de los corsarios chilenos. Para los habitantes de ese lugar predomina la creencia de que Bouchard fue un abominable pirata.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Los dos Joaquines

En el libro “Noticias del imperio” su autor Fernando del Paso hace reiteradas menciones de Joaquín Velázquez de León como uno de los mexicanos que acompañaron al austríaco Maximiliano de Habsburgo en su aventura como emperador de México, en los años de 1864 a 1867. Según la información histórica fue uno de los que integraron la comitiva de mexicanos que viajaron hasta el castillo de Miramar para pedirle que aceptara el trono junto con su esposa la princesa belga Carlota Amalia.


Después de muchas indecisiones y pedir los consejos del emperador de Francia Napoleón III y de su suegro el rey Leopoldo de Bélgica, el archiduque austríaco aceptó la invitación con la condición de que las tropas francesas, que desde 1862 se habían apoderado de nuestro país, lo protegieran y lo respaldaran en sus actos de gobierno.

Velázquez de León lo acompañó en su viaje a nuestro país sirviéndole como consejero y después como ministro en una dependencia del imperio, en la ciudad de México. Cuando las fuerzas liberales del presidente Juárez dieron fin al gobierno de Maximiliano y el fusilamiento de éste junto con los generales Miguel Miramón Y Tomás Mejía, en el cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro, el ingeniero Joaquín Velázquez de León tuvo que exiliarse rumbo a Francia. Fue en el año de 1867. Posteriormente regresó a México donde murió en el año de 1882.

Joaquín fue uno de los numerosos mexicanos que sirvieron al imperio en su calidad de científico pues era ingeniero en minas. Otros, como José Luis Blasio fue el secretario particular de Maximiliano, así como los intelectuales José Fernando Ramírez y José María Esteva. Por cierto, también ocupó un cargo menor Ulises Urbano Lassepas, quien residió varios años en la ciudad de La Paz en su carácter de ingeniero agrónomo y tuvo tiempo para escribir en el año de 1959 el libro “Historia de la colonización de la Baja California y Decreto del 10 de marzo de 1857”

Por razones quizá justificadas, ya que Velázquez de León aportó sus conocimientos en el ramo de la minería de nuestro país, en 1885 la Universidad Autónoma de Nuevo León publicó su biografía, aunque en ella no hace mención de los años que sirvió al imperio de Maximiliano.

Un caso diferente es el del otro Joaquín Velázquez de León también ingeniero en minas que llegó a la Baja California en 1768 acompañando al Visitador José de Gálvez, quien traía instrucciones de llevar a cabo diversas reformasen las que incluía las administrativas y las fiscales pero, sobre todo, tratar de fomentar la minería, la agricultura, el comercio y el poblamiento de esa lejana península.

En ese tiempo Velázquez era un destacado científico que estaba participando en las reformas modernizadoras del país y era una persona reconocida por las autoridades del gobierno virreinal. Fue por eso que Gálvez se fijó en él y lo invitó para que lo acompañara a California. Con el compromiso de atender el buen desarrollo de la minería y la comercialización de sus productos, el ingeniero duró dos años y medio en la península. Además, por sus conocimientos sobre astronomía, se dedicó a las observaciones sobre el paso de Venus por el sol, aprovechando los instrumentos que para el caso había llevado consigo.

Pero su estancia no trajo los beneficios proyectados para modernizar y hacer más productiva la minería de la región. Varias fueron las causas de ello, pero la principal fue la de no encontrar lugares apropiados para la extracción de metales como el oro y la plata. Además, las minas que explotaba anteriormente Manuel de Ocio en el real de Santa Ana, San Antonio y El Triunfo eran vetas reducidas y pobres que no daban para más. A tanto llegó la urgencia de lograr un mejor rendimiento minero que incluso se llevaron barreteros experimentados del centro del país. Pero ni así.

En lo que sí se distinguió don Joaquín fue su contribución en las mediciones astronómicas del paso del planeta Venus sobre el disco solar, coincidiendo con los experimentos del científico francés Chappe d´ Auteroche quien el 3 de junio de 1769 observó ese fenómeno en el pueblo de San José del Cabo. Las mediciones de Velázquez fueron tan exactas que el mismo Chappe lo felicitó, más cuando utilizó aparatos menos modernos que los suyos. A lo mejor fue por eso que al morir éste días después, sus instrumentos fueron adquiridos por el científico mexicano.

Pero la estancia de don Joaquín en la península no le fue del todo mal. A pesar del nulo éxito como experto minero, supo aprovechar su tiempo para pasarla bien en compañía de dos concubinas y jugar a los albures con personas acomodadas de la región. Dicen las crónicas que era un hombre con suerte porque seguido despelucaba a sus contrincantes. Lo acusaron de eso y de otros desmanes, pero su prestigio ante la corte virreinal lo salvó de ser enjuiciado.

Velázquez de León regreso a la ciudad de México a principios de 1770 para recuperar su cátedra en la universidad nacional. Continuó realizando trabajos sobre la minería y dejo varios escritos, entre ellos uno titulado “Descripción de la Antigua California, 1768” que fue reeditado por el II Ayuntamiento de La Paz, en 1975. Murió en la capital el 7 de marzo de 1786. 

lunes, 4 de febrero de 2019

El timbre de mi casa

Cuando construyeron mi casa hace unas décadas atrás, aprovechando la extensión del terreno,  la levantaron cinco metros adentro de la línea de la manzana, por lo que quedó un espacio entre ella y la barda que mi esposa lo utilizó como jardín. En este cultivó diversas plantas de ornato, desde las gladiolas y tulipanes hasta las rosas de diferentes colores. Todas han ido desapareciendo con el tiempo y ahora solamente atiende unas cuantas de flor del desierto, corona de cristo, buganvillas y amor de un rato. Y con esmero cuida de unas plantas de azucenas que florecen en el mes de mayo.

El maestro albañil hizo bien al construir la casa un tanto alejada de los ruidos de la calle. Hizo bien por un lado y por el otro no, pues se originó un problema con eso de las visitas y el aviso de su llegada. Como la barda tiene un pequeño portón metálico que a veces se cierra con llave, las personas se veían impedidas de llegar hasta la puerta de la casa y tenían que buscar la manera de hacer notar su presencia. A veces a gritos o haciendo ruido en los barrotes del portón trataban de que los dueños los atendieran.

En ocasiones, cuando el portón estaba abierto, se introducían con toda confianza, pero a mitad del camino tenían que inmovilizarse cuando nuestro perro, al escuchar el ruido del portón al abrirse, corría y le ladraba al visitante. No era un perro cualquiera. De raza Bull Terry imponía por sus grandes fauces y su mirada de pocos amigos. Lo que no sabían que el animal —una hembra— era como se dice un alma de Dios: Mansa, cariñosa, obediente y juguetona. Todo lo contrario de la fama de agresivos que tienen esa clase de animales.

Cuando la Terry, así se llamaba, ladraba, ya sabíamos que alguien estaba parado y lleno de susto a mitad del jardín. Tantas veces se repitió este suceso que opté por ponerle remedio. En una ocasión en que visité la ciudad de Guadalajara donde residen los familiares de una hermana mía, acudí al mercado de San Juan de Dios y entre otras cosas compré una pequeña campana de bronce de excelente sonoridad. “para colocarla en el portón” me dije y solucionar el problema de las visitas.

Cuando regresé a La Paz, coloqué la campana en el travesaño superior del portón asegurada con un pedazo de alambre convenientemente torcido. Y como prueba le di varias sacudidas para escuchar el sonido causado por el badajo cuando pegaba con las paredes del artefacto. Pero poco tiempo me duró el gusto, porque a los tres días la susodicha campana la robaron. Después de hacer el coraje de mi vida y mandar a los infiernos al ladrón, decidí sustituirla por un timbre eléctrico cuyo botón coloqué en la entrada de la barda y el reproductor del sonido en una de las paredes del interior de la casa. La chicharra sonaba fuerte y resolvió durante meses el aviso de los visitantes. Nomás que fue mi esposa la que puso fin al mencionado timbre.

—“A ver qué vas a hacer con ese timbre porque ya me tiene harta”, me dijo y su voz de enojo no tenía réplica. Resulta que a mí también  pero me hacía el disimulado. Y la causa era que muchos de los que pasaban frente a la casa por diversión o por mala leche oprimían el botón y entonces mi esposa se apresuraba a atender la llamada y cuando llegaba al portón no había nadie esperando. No una sino infinidad de veces ocurrió lo mismo y lo peor fue cuando a altas horas de la noche se escuchaba el timbre y teníamos que levantarnos para atender al supuesto visitante. Engaños como esos fueron los que motivaron el enojo de mi media naranja.

Y como en mi casa yo mando, pero se hace lo que mi mujer quiere, anda vete el odioso timbre y otra vez los sustos de las personas y nuestra perra Terry. Había que solucionar de algún modo el problema. “Pero ¿cómo? es la pregunta que me hice durante varios días. Y la solución me llegó de forma inesperada. Un domingo por la mañana…

Un domingo por la mañana con mi familia visitamos el rancho de un amigo, allá por el rumbo de San Antonio de la Sierra. Mientras mis hijos iban en busca de pitahayas, me quedé platicando con don Alfredo sobre cosas relacionadas con la vida cotidiana de ese lugar, especialmente del cuidado de los animales, de lo caro de los forrajes, de la producción de la carne y la leche y, por supuesto, de la manutención del ganado en tiempos de secas.

De todo eso hablamos mientras caía la tarde, acompañados de una taza rebosante de café de talega. Por cierto que cuando hicimos referencia al ganado nativo, el que habían traído los primeros colonizadores de la península, don Alfredo confirmó lo que ya sabía: que se habían adaptado bien a las condiciones de aridez de la tierra y sobrevivían de las semillas y las hojas de las plantas de la región como el mezquite, el mauto y el tojil. Y en casos extremos el nopal, la biznaga y la choya, aunque a esta última hay que quemarle las espinas para que puedan comerse.

“¿Y el ganado cebú? le pregunté, porque estaba enterado de que un gobernador años atrás lo introdujo con la intención de mejorar la raza. “Yo compré un semental y lo crucé con mis vacas criollas, pero los becerros cuando crecieron nunca se pudieron adaptar a las condiciones de la región”. Y entonces recordé una sentencia de mi estimado amigo Isidro Jordán cuando dijo:” a esos mentados cebús se los va a llevar la chingada, porque nunca podrán igualarse al ganado criollo que le llevó siglos de adaptación a nuestro medio natural”.

Caía la tarde y de pronto allá a lo lejos se escuchó el sonido de una campana. Extrañado puse atención ya que el sonido se escuchaba cada vez más cerca del rancho. Don Alfredo al notar mi interés me explicó: “Es el cencerro de la vaca caponera que viene a tomar agua al igual que las demás que vienen detrás de ella”. En efecto, al poco rato, fueron llegando un grupo de vacas, toretes y becerros que se apilaron en torno a la pila del agua. Y claro la pregunta era de rigor: “Oiga don Alfredo, y ese llamado cencerro ¿para qué sirve?”.

“Bueno —me contestó— en el rancho se lo ponemos a la vaca que hace de cabecilla de las demás y también para facilitar encontrarlas cuando se alejan en busca de comida. Es curioso, pero en la quietud del campo el sonido del cencerro se alcanza a escuchar aunque anden muy lejos. Vamos para que vea como lleva el cencerro el animal”. En efecto, cuando me acerqué a la vaca me di cuenta que la campana la llevaba amarrada alrededor del cuello con una tira de cuero. Como por lo común estos animales son mansos pude incluso hacer sonar el mentado cencerro. Hasta eso con una sonoridad bastante buena.

Cuando regresamos a la casa del rancho le platiqué a don Alfredo del problema que tenía con el timbre y la dificultad que teníamos cuando llegaban visitas. “Oiga —me dijo— ¿y un cencerro no le serviría?”. “A lo mejor es la solución”, le contesté. “Por aquí tengo uno que le quité hace unos días a otra caponera, se lo voy a regalar”. Y dicho y hecho. Cuando regresé a la ciudad llevaba conmigo el cencerro el que al día siguiente lo colgué en el portón.

De esto han pasado cerca de quince años y el despreciado pero eficaz cencerro sigue ahí tan campante. Estoy esperando que se lo roben para poner otro que un amigo, en serio y en broma, me regaló en Navidad.