Desde que California fue descubierta en 1533 por Fortún
Jiménez, no hubo descanso para los
navegantes que llegaron a ella en busca de
riquezas y también de exploradores que tenían el encargo de conocer bien a bien
esa región del noroeste de nuestro país. Aunque pasados los años también los
misioneros jesuitas, franciscanos y dominicos hicieron lo propio, pero en vez
de la espada ofrecieron la cruz para llevar la religión a los pobladores
indígenas que habitaban la península.
En todos los siglos XVI y XVIII,
la California vio desfilar a capitanes de fragatas y veleros, como Hernán
Cortés, Francisco de Ulloa, Juan Rodríguez Cabrillo, Francisco de Ortega,
Sebastián Vizcaíno e Isidro de Atondo y Antillón, entre otros. Y de los
primeros religiosos a Juan María de Salvatierra, Francisco María Píccolo, Juan
de Ugarte, Jaime Bravo e Ignacio María Napoli que empezaron a llegar a partir
del año de 1697 y fundaron la primera misión jesuita, la de Loreto.
Después, cuando estos religiosos
abandonaron la península en 1768 llegaron los franciscanos encabezados por fray
Junípero Serra, religiosos que por cierto fundaron muchas misiones en la Alta
California, como la de San Diego, Santa Bárbara, San Juan Capistrano, Monterrey
y San Francisco. Los últimos en llegar, los dominicos, atendieron durante años
las misiones que fundaron los jesuitas, --Loreto, San Javier, Santa Rosalía de
Mulegé, Santiago y San José del Cabo y otras más. Pero también fundaron varias
misiones en lo que hoy es el estado de Baja California. A mediados del siglo
XIX, los dominicos abandonaron la península y con ello se terminó la cruzada
misionera.
Pero ese siglo XIX, de 1800 a
1900, registró acontecimientos que tuvieron mucha relación con la independencia
de los países de América Latina, entre ellos México, Chile, Perú y Argentina.
Los menciono porque sus movimientos independentistas fueron respaldados por
flotas de corsarios, amparados por los gobiernos que luchaban por liberarse del
yugo de España.
También hubo otros que amparados
por la bandera inglesa se dedicaron a depredar los galeones que hacían la
travesía de Manila a los puertos de Acapulco y San Blas, y los de Veracruz a
Europa. Por ejemplo Francis Drake quien en sus barcos Pelican, Elizabeth y
Marygold se apoderó de naves y sus riquezas a todo lo largo de las costas del océano
Pacífico. En sus correrías llegó hasta la altura de lo que hoy la ciudad de San
Francisco, California, en Estados Unidos, tomando posesión de esas tierras a
las que le puso de nombre de Nueva Albión. Otro corsario inglés fue Thomas
Cavendish que llegó a las costas de América en 1586 y el 4 de noviembre de 1588
se apoderó del galeón Santa Ana frente al poblado de San José del Cabo.
Sin embargo, fue en los años de
1800 en adelante cuando otros corsarios llegaron a la Baja y la Alta
California, y amparados con las banderas de Argentina y Chile destruyeron
poblados, los saquearon y les prendieron fuego. Tal fue el caso del corsario
argentino Hipólito Bouchard quien en sus barcos La Argentina y la Santa Rosa
llegó a la región norteña de continente con el fin de liberar a esa región del
dominio español.
Sobre este singular personaje se
tiene mucha información, sobre todo porque es considerado un héroe por sus
hazañas navales en favor de la independencia de su patria adoptiva. Bouchard
era francés de nacimiento. Aunque algunos libros escritos por historiadores
norteamericanos lo consideran un vulgar pirata que asoló las indefensas misiones
de la Alta California llevado tan solo de su afán de obtener botines a como
diera lugar.
Bouchard salió de Buenos Aires
en 1818, como capitán del barco La Argentina con permiso corso. Recorrió el océano
Atlántico pasando por África hasta llegar a las islas de Oceanía y arribar a
Manila. Durante ese trayecto tuvo enfrentamientos navales, uno de ellos con los
sanguinarios piratas malayos, no obstante que la mayor parte de su tripulación
estaba enferma debido al escorbuto. Cuenta su diario que cuando desembarcó en
una isla, el médico de a bordo recomendó que a los enfermos los enterraran dejándoles
sólo la cabeza de fuera, como un medio de abatir sus dolencias. El tratamiento
no dio resultado y la mayoría murieron.
Al llegar al archipiélago de
Hawái, en uno de los puertos encontró una fragata que resultó ser la Chacabuco
también conocida como Santa Rosa, una nave argentina también con patente de
corso. Como estaba incautada por el rey del lugar pagó por ella y ya con dos se
dirigió a las costas de América adonde llegó en el mes de noviembre de 1818. Avisados
con anticipación, las autoridades ordenaron que los víveres, ganado y cosas de
valor se llevaran al interior de la región a la vez que se aprestaron a la
defensa del lugar. Pero nada pudieron hacer ante la numerosa cantidad de los
corsarios, por lo que éstos destruyeron el presidio y la misión de Monterrey.
En diciembre llegó a la misión e
Santa Bárbara pero contra su costumbre solamente desembarcó e intercambió
prisioneros y no hizo daños en la población. Días más tarde ancló en la bahía
de San Juan Capistrano y al encontrar resistencia, hizo desembarcar a sus
hombres, se apoderó de la misión y se dedicó al saqueo. No encontró dinero ni
tesoros. Eso sí recogió víveres y botellas de vino pues en la región había
muchos viñedos. Causó algunos destrozos y cuando se retiró tuvo que lidiar con
los marinos ahogados de borrachos. Al menos así lo dicen las crónicas de ese
entonces.
No del todo satisfecho con el
botín obtenido las dos naves pusieron rumbo al sur hasta llegar a la isla de
Cedros donde la tripulación descansó varias semanas cazando venados y lobos de
mar para alimentarse. En su viaje al sur amagó las costas de México y al llegar
a Acapulco, algunos historiadores dicen que se entrevistó con el caudillo
insurgente Vicente Guerrero.
En su recorrido capturó varias
naves españolas y asedió algunos puertos del sur del continente. Para su mala
suerte cuando llegó a Valparaíso para ponerse a las órdenes de San Martín,
quien luchaba por la independencia del Perú, fue aprehendido por Lord Thomas
Cochrane, almirante en jefe de la armada chilena, acusándolo de pirata. Duró un
año en prisión y sujeto a proceso que lo declaró inocente. Después, integrado a
las fuerzas de San Martín y Simón Bolívar en su carácter de comandante de la
escuadra chilena, participó en batallas contra los ejércitos realistas hasta lograr
el triunfo y dejar libre al Perú y Colombia. Esto fue en el año de 1828.
En el mismo siglo XIX llegaron
corsarios y filibusteros como lord Cochrane que en año de 1822, con el pretexto
de ayudar en la independencia de México, con sus barcos Araucano y el
Independencia llegó a la Baja California y saqueo los pueblos de San José del
Cabo y Loreto. También en 1853 William Walker se apoderó de la ciudad de La Paz
con el intento de fundar una nueva república, nomás que sus intentos no
fructificaron.
En cuanto a Bouchard solo queda en la ciudad de
Monterrey, California, una placa y un mástil en el lugar donde estaba el
fuerte, en recuerdo del ataque de los corsarios chilenos. Para los habitantes
de ese lugar predomina la creencia de que Bouchard fue un abominable pirata.