Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

miércoles, 13 de febrero de 2019

El miedo no anda en burro

Han pasado muchos años pero cuando me acuerdo de lo ocurrido todavía me dan escalofríos. Y no fue por el peligro inminente, sino más bien por lo inesperado del suceso. Un suceso en el que participamos varios amigos, reunidos en calidad de asesores de un gobernador de nuestro Estado.

Fue en la década de los ochenta cuando, como dice el corrido “el caso sucedió”. En esos años con motivo del informe anual del mandatario, éste responsabilizaba al secretario general de gobierno a fin de que toda la información de los distintos funcionarios llegara a sus manos y se encargara de elaborar el documento respectivo. Desde luego era una tarea que a veces requería de tiempo ya que había que revisar el contenido de los informes y, muchas veces, solicitar aclaraciones o bien datos complementarios.

Quizá fue por anuencia del mandatario, lo cierto es que el segundo de a bordo integró un grupo de colaboradores que se encargaron de redactar el informe, dividiéndose el trabajo según los datos proporcionados por cada dependencia: tesorería, oficialía mayor, obras públicas, cultura, educación, etc.

Reunidos en una sala de un hotel del centro de la ciudad, acondicionada con una mesa de trabajo y sus correspondientes sillas, además de un servicio de cafetería, ocupábamos gran parte de las mañanas para darle contenido al informe. Las más de las veces nos acompañaba el gobernador y parte de sus colaboradores los que, documentos en la mano, abundaban algunos aspectos que, a juicio del mandatario no estaban muy claros. Exigía que no se ocultaran datos que debía conocer la población de la entidad.

En el último año de su administración repetimos el mismo trabajo, pero ahora con la preocupación de que el informe fuera un referente para próximo gobernante, sobre todo en el aspecto hacendario que es el talón de Aquiles de toda administración. Pero el tiempo corría y la demora en la entrega de documentos por parte de los funcionarios y la revisión exhaustiva de ellos nos llevó más tiempo de lo programado.

Fue por ello que en los últimos días nos reuníamos mañana y tarde con la natural tensión que se origina en estos casos, aunque la camaradería ayudaba a hacer más llevadero nuestro trabajo. Fue ahí, cuando uno de los integrantes de la comisión, ingeniero por más señas, nos aseguró que de todos los cítricos el que contenía más vitamina C era la mandarina. Eso dio motivo de que el servicio del hotel siempre nos tuviera una buena dotación de esa fruta. O cuando otro, al darse cuenta que eran pasadas las dos de la tarde sugirió la conveniencia de una botana y a solicitud del gobernador llegó un platón de mariscos los que desparecieron en un dos por tres.

Así las cosas y ante la premura del tiempo, una mañana recibí una llamada telefónica del secretario general quien me dijo “te espero en el aeropuerto, ya les hablé a los demás de la comisión. Nos vamos a Buenavista, a la casa del señor gobernador, pues quiere que en los dos días próximos quede listo el informe”. Primero porque era funcionario y segundo por el compromiso contraído, alisté un poco de ropa entre ella una chamarra —era los primeros meses del año— y acudí al llamado. Con todos presentes abordamos la avioneta propiedad del gobierno y en menos de 20 minutos llegamos al lugar indicado. Allí ya nos esperaba el mandatario.

Por supuesto, nos pusimos a trabajar de inmediato. Revisamos y leímos el contenido del informe y a cada aspecto el gobernador le iba dando el visto bueno. Total, como a las tres de la tarde terminamos y el documento quedó listo para la impresión. “Gracias amigos, por su ayuda”, nos dijo el mandatario, mientras nos levantábamos para dirigirnos al comedor. Pero dijo algo más “el doctor M me recetó unas inyecciones de vitaminas, me voy a poner una, ¿alguien quiere también hacerlo? Todos nos negamos, con excepción del secretario general, quien aceptó que lo inyectaran. Toda la tarde se quejó del dolor de las nalgas por culpa de la sustancia inyectada.

Después de la comida y ante la euforia de un compromiso cumplido, el gober nos invitó a saborear unas cervezas mientras comentábamos las incidencias del trabajo realizado. Y las horas transcurrían y la bebida no se acababa. Total, como a las 10 de la noche nos retiramos a dormir, eso sí con muchas cervezas en la panza. Lo mismo hizo el gobernador, aunque creo que sin estar nosotros presentes, continuó dándole gusto a las ambarinas. Fue por eso del suceso del que les hablé al principio.

Al día siguiente, como a las diez de la mañana, estábamos reunidos comentando lo bien que éramos atendidos, cuando hizo acto de presencia el mandamás que llevaba en sus manos un estuche de regular tamaño. Todavía se le notaban los estragos del exceso de la cerveza, pero no le dimos importancia. “Miren lo que traigo aquí”, nos dijo, a la vez que abría el estuche que contenía varias pistolas de diversos calibres. “Todas me las han regalado—continuó—aunque yo no soy afecto a ellas, pero algunas, como esta”, -- y mostraba una Beretta 9.o milímetros, reluciente,-- me gusta mucho”. Y comenzó a manipularla y cuando menos esperábamos jaló del gatillo y el ruido atronador de los disparos nos taladró los oídos. La reacción fue instantánea. Apresurados nos levantamos buscando un refugio, mientras él seguía disparando al aire.

El único que permaneció a su lado fue el secretario general, impávido ante el supuesto peligro que representaba la pistola en esos momentos. Poco después, cuando el gobernador se retiró, volvimos a reunirnos para comentar el suceso, y también para reconocer la valentía del secretario en ese inesperado percance. Aún recuerdo la respuesta que nos dio: “Valiente yo, ni madres, lo que pasó es que me paralicé por el miedo y aunque quise no pude moverme. Eso sí —pensé, hasta aquí llegué”.


Han pasado muchos años y cuando me encuentro con uno de los que estuvieron esos días en Buenavista siempre me dicen “el más miedoso fue fulano, pues ese mismo día por la mañana se regresó a La Paz murmurando “para sustos no gano”. Nosotros volvimos a reunirnos con el gober en plática amena y después de la comida regresamos a La Paz en la misma avioneta.

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