
Siempre se ha dicho que el
matrimonio es la unión de un hombre y una mujer que por estar enamorados
deciden unir sus vidas ante la ley y la iglesia. Desde luego toman en cuenta la
afinidad de caracteres, los gustos y la manera cómo van a afrontar las obligaciones
de cada uno. Además, contemplar el soporte para el sostenimiento del hogar.
Aunque como se repite el dicho
de que “cuando hay amor con uno que coma basta”, lo cierto es que entre otras
cosas, la solidez del matrimonio tiene relación estrecha con la situación
económica de los consortes, o cuando menos el que se da a llamar “el jefe de la
casa”. Aunque eso de jefe es un decir, pues es popular la expresión de un
sufrido marido que expresó: “En la casa mando yo, pero se hace lo que mi mujer
dice”.
Claro que hay matrimonios
felices cuando no han tenido problemas de ninguna naturaleza, con el fuego
inextinguible del amor entre los dos, que se trasmite a los hijos. Son los
matrimonios que han respetado su sagrado vínculo y por eso pasan los años sin
que nubarrones amenacen su felicidad. A ellos no podemos criticarlos so pena de
cometer injusticias. En cambio otros…
Existen anécdotas de matrimonios
dispares como aquel que después de una semana de haberlo contraído, el marido
se presentó ante el juez para explicarle su deseo de anularlo. “¿Porqué —le
preguntó el del Registro Civil— desea anularlo”. Y la respuesta llegó: “Es que
cuando me casé mis lentes estaban mal graduados y ayer que me los corrigieron
me di cuenta de lo fea que es mi mujer, y así no la quiero”. A lo cual el juez
le contestó: “Pues te vas a tener que aguantar, es más para tu consuelo que los
lentes te los dejen como antes estaban. Tu queja no justifica la anulación de
tu matrimonio”.
Cosa contraria pasa cuando la
mujer, al graduar sus lentes unos días después de casada, se dio cuenta de lo
guapo que era su esposo. “Me saqué la lotería —exclamó— solo lamento no
haberlos graduado antes, te hubiera dado el sí de inmediato”. Por eso es
recomendable cuando se tienen defectos visuales, que corrijan sus lentes antes
de contraer matrimonio, aunque muchos digan que el amor es ciego.
Esto último por hacer referencia
a un célebre guerrillero de la Revolución Mexicana quien no distinguía entre
bonitas o feas. Fue el caso de Francisco Villa que tuvo 19 esposas y a todas
les cumplió; bueno, una por una. Cuenta la anécdota que además de valiente,
audaz y sanguinario, era muy enamorado y a la ciudad o pueblo que llegaba con
su ejército, bien porque las mujeres lo buscaban —por aquello de la fama— o él
las procuraba, lo cierto es que luego luego les proponía matrimonio. Así tuvo
esposas en Durango, Parral, Torreón, La Barca y otros lugares más del norte del
país. Y de los hijos perdió la cuenta.
Tenía una manera muy singular al
contraer matrimonio. Llegaba ante el juez del Registro Civil en uniforme y con
pistola al cinto y le decía: “Vengo a casarme” y le señalaba a su futura esposa.
Pero en una ocasión el juez lo reconoció por lo que lo interpeló, “Pero señor
Villa usted ya vino en otra fecha anterior a hacer lo mismo, aquí tengo el
libro de registros que lo comprueba”. De seguro el pretendiente no se acordaba
pues pidió le mostrara la hoja del libro donde aparecía su nombre y el de su
esposa. En efecto el juez tenía razón, pero como Villa era atrabancado y medio
con un rápido ademán arrancó la hoja del registro, la arrugó y arrojó al suelo,
mientras le ordenaba: “Ahora sí, cásenos”.
Bueno, pero los matrimonios
dispares no solamente lo son por incompatibilidad de caracteres, sino también
por diferencias físicas o temperamentales las que, justo es decirlo, no impiden
una feliz y duradera vida conyugal. Muchos ejemplos existen de esas
diferencias, como cuando se casa un hombre con una mujer extranjera o al revés;
o bien una persona blanca con otra negra; un alto con una chaparra; una flaca
con un gordo; un noble con una plebeya; un intelectual con una ignorante; un
millonario con una pobre; una hermosa con uno feo.
Al respecto, la escritora
argentina Olga Wornat, dice que no se explica como una mujer como Cristina
Fernández se casó con Néstor Kirchner el que fue presidente de la Argentina.
Ella, una mujer hermosísima, admirada por todos en la universidad y luchadora
social; él “era feo, pero muy feo, flacucho, desgarbado y con lentes de vidrio
grueso, vestido con una cazadora verde olivo que le llegaba a las rodillas”.
Desde luego estas discrepancias eran comunes en las monarquías europeas, como
el caso de Felipe III, rey de Francia, uno de los hombres más feos, con su
nariz a lo pinocho y la cara larga de más. Pero por cuestiones políticas y de
poder contrajo enlace con Eugenia, una de las mujeres más hermosas de España.
Casos como estos se dan en todas
partes. Aquí en nuestro país tuvimos un presidente, Gustavo Díaz Ordaz, que no
era un dechado de belleza: dientón, hocicón y miope, tuvo como amante a Irma
Serrano, una belleza en su tiempo. Según ella lo llegó a querer porque en la
intimidad era muy bueno y considerado. Aparte de que muy pródigo pues le hizo
regalos muy costosos.
Y hablando del carácter y las
diferencias físicas, un amigo las refería así: “Cuando me casé y con el paso de
los años, me di cuenta lo distinto que éramos mi mujer y yo. Ella era güera y
yo prieto; sus ojos eran verdes y los míos como capulines; siempre fui delgado
y ella gorda; era muy resistente al frío y yo ninguna cobija me calentaba; del
aseo personal se bañaba una o dos veces en el día, todo lo contrario de mí que
respetaba el dicho «que nadie se muere por no bañarse»; era paciente y yo enojón,
aunque a veces le salía lo leona; pero aún con estas diferencia hemos sido
felices durante un titipuchal de años lo que me confirma que cuando hay amor lo
demás sale sobrando”.
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