Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

lunes, 26 de diciembre de 2016

Amor a la tierra

Cuando escribí esta crónica me acordé de la novela de Pearl S. Buck conocida como “La Buena Tierra”, obra que, por cierto, la hizo merecedora al premio Pulitzer en 1932. Es el relato de una familia de campesinos chinos y de sus tenaces esfuerzos por conservar la tierra que le fue heredada.

En 1964, después de un movimiento popular que pedía un cambio en la gubernatura del entonces Territorio de Baja California Sur, el presidente Gustavo Díaz Ordaz designó al licenciado Hugo Cervantes del Río, a quien por sus dotes oratorias dicen que la gente de Todos Santos le endilgaron el sobrenombre de “El pico de oro”.

Hombre carismático, de gran experiencia política por haber ocupado altos cargos en la administración pública y civil por añadidura,  el nuevo gobernador realizó un intenso programa de trabajo durante los seis años que duró al frente de los destinos de la entidad.

Aunque se esforzó por hacer realidad la sentencia de que “la hora de Baja California Sur ha sonado”, lo cierto es que las limitaciones presupuestales y la falta de apoyo de las dependencias del gobierno federal, le impidieron lograr con más amplitud sus propósitos. Aún así, atendió en la medida de lo posible los servicios públicos; en su período se construyó el hospital Salvatierra y se terminaron los tramos carreteros La Paz-San José del Cabo y el de Ciudad Constitución-Loreto.

Las personas que integraron su equipo de trabajo lo catalogaron como un funcionario de recio carácter, no obstante su apariencia física y su tono amable al hablar. Uno de sus directores que sintió en carne propia los desfogues de sus enojos, opinó que salvo el uniforme, los civiles tenían iguales tamaños que los militares. Así debió haber sido la regañada.

Pero como lo que comienza tiene que terminar, llegó el día en que Cervantes del Río tuvo que despedirse del pueblo sudcaliforniano, para dar paso al nuevo gobernante ese sí, nativo de corazón, el ingeniero Félix Agramont Cota quien estuvo al frente de la entidad en los años de 1971   a 1975.

Cuentan que la despedida que le hicieron los agricultores del Valle de Santo Domingo fue emotiva, pero nada del otro mundo. Lo que le dio trascendencia y que quedó grabado en el recuerdo de lo anecdótico, es el regalo que casi a lo último le entregó don Isidro Rivera, viejo luchador por el desarrollo agrícola de esa zona.

Con modestas ropas de trabajo, en las manos rugosas su inseparable sombrero de palma y la sonrisa abierta para todos, don Isidro se acercó al hombre que se despedía y le entregó una pequeña caja de cartón, diciéndole:”Licenciado, a nombre de los campesinos de este valle, de los hombres y mujeres que luchan a diario por conservar y hacer producir esta región de México, le hacemos entrega de este regalo, para que nunca nos olvide…”.

Cervantes del Río lo abrazó, le dio brevemente las gracias y procedió de inmediato a abrir el modesto obsequio. Le llamó la atención el peso del mismo y se imaginó que eran frutas o algún tipo de semillas producidas en su rancho. Por eso, grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que la caja contenía solamente tierra, ese material común, que sin embargo es fuente generadora de vida, y para las familias de esa región, la razón primaria de su existencia.
Estos pensamientos cruzaron centelleantes por el cerebro del homenajeado y eso fue causa que, de pronto, sintiera como nunca antes, la identificación con esa masa de personas, con su lucha tenaz, desesperada a veces, pero siempre insistente en hacer producir la tierra como fuente de vida.

Era, en su más clara esencia, el amor a la tierra, la nuestra, la sudcaliforniana.

Diciembre 24 de 2016.

Una promesa de Año Nuevo

No se dio cuenta y de pronto Manuel ya se había convertido en un hombre que ingería bebidas embriagantes casi todos los días. Su oficio de mecánico automotriz le dejaba buenas ganancias que convertía en botes de cerveza o bien de las mentadas ballenas. Y así, conduciendo su vehículo, le gustaba llegar a los ranchos cercanos a la ciudad donde, en compañía de eventuales amigos, pasaba las horas en pláticas amenas hasta dar fin a las bebidas.

En su taller mecánico nunca faltaron los amigos los que, conociendo su gusto, le llevaban diversas marcas de la ambarina que disfrutaban en tanto Manuel arreglaba las descomposturas de los carros. Cuando terminaba el trabajo ya estaba a medio chiles y era común que siguiera por su cuenta la borrachera. Y así, día con día.

Entregado a su trabajo y a la dulce vita, era poco el interés que tenía por su familia. Vivía con sus padres y un hermano menor que cursaba sus estudios en una escuela preparatoria instalada en la periferia de la ciudad. De vez en cuando lo ayudaba para pagar la colegiatura y la adquisición de los libros de texto. Pero eso era todo.

En una ocasión, al llegar a la casa, saludó a su madre, pero al darse cuenta de que había llorado, le preguntó: ¿Qué te pasa, jefa? Por toda respuesta, las lágrimas  volvieron a asomar a sus ojos y con voz lastimera le confesó: “Fíjate Manuel que tu hermano anda metido con las drogas. Hoy en la mañana me robó el dinero que tenía guardado para pagar el gas y al revisar su cómoda, me encontré un sobrecito con una sustancia parecida a la harina. Tu papá me dijo que es cocaína.

—Hasta la borrachera se me quitó con la noticia— confesó después el Meño, como cariñosamente le decían. De pronto le dio mucho coraje y se propuso llamarle duro la atención a su hermano. Pero, pensó: “¿Qué le puedo decir si yo también soy un vicioso?  Tiene que haber una solución para que deje su adicción por las drogas”.

Así pasó una semana. Eran los últimos días del año y en su casa se notaba el ajetreo para preparar la cena del 31 y la compra de algunos licores propios de la estación invernal. Manuel, para no variar, llevó un cartón de 24 cervezas Modelo porque eran sus preferidas. Como a las diez de la noche comenzó el festejo, aunque ya antes Meño se había echado unas cuantas cervezas. Su hermano, arrinconado en un sillón de la sala, no participaba y se mostraba un tanto desesperado, quizá por la falta de la droga.

Llegaron las doce de la noche y entre los abrazos y deseos de bienaventuranza, la familia compartió la cena, mientras escuchaban las doce campanadas de la iglesia cercana y el tronar de los cohetes y uno que otro balazo disparado por personas irresponsables. Después de esos momentos de espontanea felicidad, Manuel se dirigió a su hermano y lo invitó a salir al patio, pues deseaba hacer un compromiso con él.

—Mira —le dijo— sé que andas metido en las drogas y eso te va a llevar a la perdición. Perderás tus estudios y no serás nada en la vida.

—Y tú —le respondió su hermano— también no dejas de emborracharte y quieres que yo deje mi vicio.

—Por eso, quiero hacer un compromiso contigo y ponemos a Dios por testigo. Vamos a tratar de que no caiga la desgracia a nuestra familia. Nuestros padres no lo merecen.

—¿Y de qué se trata?

— “Bueno, a partir de este día —era la una del Año Nuevo— tú y yo vamos a dejar el vicio. Yo dejaré de tomar y tú te alejarás definitivamente de consumir drogas”. Y dicho lo anterior le extendió la mano para sellar el pacto, de hermanos y de hombres. Después, abrazados, con la emoción reflejada en sus rostros, exclamaron: ¡Feliz Año Nuevo!

Ya han pasado veinte años y el compromiso sigue vigente. A fuerza de voluntad lograron cumplir su promesa. Y aunque hubo momentos de debilidad, los dos enderezaron su camino y hoy, como asegura Manuel, fue lo mejor que han hecho en su vida.

Diciembre 22 de 2016.

domingo, 18 de diciembre de 2016

La Paz, ciudad limpia

Para los que caminamos por las calles de nuestra ciudad nos da gusto observar a las brigadas de trabajadores del ayuntamiento los que, con escobas, rastrillos, palas y carretillas, se dedican a limpiar de escombros, basura y el zacate que nace en los intersticios de las banquetas, además de recoger las ramas que quedan después de la poda de los árboles.

Llevan un buen tiempo dedicados a esa tarea, pero los resultados son excelentes. Algunas calles por desidia de las personas que habitan en ella, no se mantienen limpias o bien porque es más fácil tirar la basura en la calle que guardarla para después depositarla en los botes que para ese propósito tienen en cada hogar.

Pero el problema es más serio en las esquinas donde las familias esperan el camión urbano. En ellas es común encontrar todo tipo de desperdicios: vasos de plástico, botellas de refrescos, envolturas de golosinas, restos de comida y diversas bolsas de plástico. Y ahí quedanpor días y semanas hasta que las brigadas de trabajadores los recoge.

Es increíble la cantidad de basura que existe en nuestra ciudad. Los camiones recolectores diariamente llevan cientos de toneladas al basurero municipal. Y creo que no se dan abasto. Y eso que muchos particulares ayudan a resolver el problema llevando la basura de sus hogares en sus carros particulares. Pero ni así.

Hace algunos días me dirigí a los “yonques” que se encuentran por la carretera que va a Los Planes. En uno de sus tramos ascendentes se encuentra un terraplén utilizado por los conductores para revisar sus vehículos. Bueno, lo usaban, porque personas inconscientes lo llenaron de basura, incluyendo restos de animales y diversos materiales. Al pasar por ese lugar teníamos que subir los vidrios por la pestilencia del lugar. Y claro, ni pensar que los automovilistas se detuvieran.

Ahora, gracias a una brigada de trabajadores, ese lugar se encuentra limpio, pero no tardará en estar sucio de nuevo. Como las calles y banquetas que han sido atendidas que no tardarán en estar como antes. Y ante este dilema, ¿cuál es la solución a este problema social?

Una solución elemental sería la de continuar con las brigadas e incluso aumentarlas. Pero desde el punto de vista económico no es posible. Sería un desgaste para el ayuntamiento que no se puede permitir. Colocar recipientes en las esquinas pudiera tener buenos resultados, siempre y cuando las personas se habituaran a ellos. Sin embargo la fuerza de la costumbre hará que los desperdicios se tiren dondequiera.

En una ocasión una hija mía iba detrás de un individuo que arrojó sobre la banqueta el envoltorio de una golosina que iba comiendo. Lo recogió, alcanzó al individuo y le dijo: “Señor, señor, se le cayó esto”. Seguro comprendió su falta pues se lo guardó en su bolsillo. Pero, me pregunto ¿cuántos de nosotros hacemos lo mismo cuando tiran la basura a la calle?

Y todo lo anterior tiene estrecha relación con los hábitos que se adquieren desde la infancia y que permanecen durante toda la vida. Y en ellos la familia y la educación juegan un papel importante. Pero, además, la adquisición de valores humanos como la solidaridad para las buenas obras y también, porque no, de amor por nuestra ciudad, una ciudad que es el reflejo de sus habitantes. Una ciudad ordenada, limpia, segura, con servicios públicos excelentes y con unos habitantes orgullosos del lugar donde viven.

17 de diciembre de 2016. 

domingo, 11 de diciembre de 2016

Una aventura intelectual

Diecisiete años no son cualquier cosa. En 1999, un reducido grupo de amigos con inclinaciones literarias fundamos una agrupación que recibió el nombre de Escritores Sudcalifornianos, con el carácter de asociación civil. Fue en el mes de abril de ese año y todos pensamos que iba a ser una aventura que no pasaría de unos pocos meses.

Pero no. Con el entusiasmo de tener un medio donde se podía dar a conocer la creatividad literaria de los socios el tiempo fue pasando, las reuniones se hicieron mensuales y las actividades culturales produjeron el reconocimiento de una parte importante de la población sudcaliforniana. Y lo mejor, la asociación fue reconocida por las instancias oficiales, en especial del Instituto Sudcaliforniano de Cultura que siempre nos ha brindado su apoyo incondicional.

A lo mejor fue por la calidad de nuestros compañeros escritores. A lo largo de esos 17 años, hemos tenido socios de gran relevancia en el mundo de las letras, como lo son, sin duda, Leonardo Varela, Omar Castro Cota, Fernando Vega Villasante, Alejandro Magallón Cosío, Raúl Antonio Cota y Juan Melgar Sánchez los que, por cierto, fueron socios fundadores de ESAC.

En los primeros años hicimos una atenta invitación a uno de nuestros mejores poetas, Néstor Agúndez Martínez para que formara parte activa de nuestra asociación, pero no aceptó, por lo que se le dio el nombramiento de Socio Honorio. Fue el mismo caso de Armando Trasviña Taylor, escritor de renombre internacional, que forma parte de ESAC.

No es cosa fácil mantener durante tantos años una asociación cultural como la nuestra. La cultura en cualquiera de sus manifestaciones, es un reflejo callado de las manifestaciones humanas que tiene que ver con las formas de ser y actuar de las personas o sociedades. Pero, por ello, es un pilar que identifica y le da sentido al desarrollo de los pueblos, como en su momento es la educación.

Las artes, cómo la literatura y otras afines, han acompañado a los mexicanos desde los tiempos antiguos, pasando por la época de la colonia, de la vida independiente y las etapas de la revolución. Netzahualcoyotl, Sor Juana Inés de la Cruz, Joaquín Fernández de Lizardi, Manuel Payno, Amado Nervo, Ramón López Velarde, Martín Luis Guzmán, Jaime Torres Bodet y Juan Rulfo, fueron poetas, novelistas y autores de cuentos que reflejan al México de todos los tiempos.

Y aquí, en Baja California Sur, aunque su historia no ha corrido pareja con el resto de la república, sí tenemos escritores de la talla de Leopoldo Ramos, Filemón C. Piñeda, Francisco Cota Moreno, José Alberto Peláez Trasviña, Guillermo Arambidez y Francisco Arámburo Salas.

Pero no todos los escritores sudcalifornianos se han dedicado al género literario. En la asociación tenemos historiadores de prestigio como Eligio Moisés Coronado y Gilberto Ibarra Rivera, cronistas como el que escribe, Rosa María Mendoza Salgado y Martín Avilés. Y tenemos también editores de revistas como en su tiempo Raúl Antonio Cota con La Cachora y en la actualidad Victaliano Sánchez con su revista digital “Puerto”.

Son muchos años los que ha vivido Escritores Sudcalifornianos, A. C. y de seguro serán muchos más si continúa el entusiasmo de sus integrantes. Ahora, con el aumento de su membresía, entre los que se cuentan noveles escritores como Juan Pablo Rochín, Jorge Chaleco, Raúl Cota Álvarez y Lourdes Anguiano y otros que tienen años en el ejercicio escritural como Boby García, Antonio Gil Flores, Elizabeth Acosta Mendía y Jesús Chávez Jiménez, ESAC continuará siendo parte de la gran cultura sudcaliforniana. Además el escritor y extraordinario promotor cultural, Rubén Sandoval, se integró recientemente como Socio Honorario.

Al menos por ahora, su dirigencia que está en manos de los compañeros Francisco López Gutiérrez, Víctor Ramos Pocoroba y Ernesto Adams Ruiz, su activismo permeará en la población de Baja California Sur.


10 de diciembre de 2016.

viernes, 2 de diciembre de 2016

La isla de Tenerife

Le debo las gracias al estimado amigo Luis Rosas Meza por sus atenciones al enviarme por internet la novela “El rey del Taoro”, escrita en 1941 por el novelista alemán Horst Uden. Es una novela histórica que recrea la conquista de la isla de Tenerife por el ejército español en el año de 1496.

Poblada por el grupo aborigen de los “guanches” desde tiempos remotos, siempre se habían opuesto a todo tipo de dominación hasta que, en 1494, el capitán general Alonso Fernández de Lugo, al mando de tres bergantines y un contingente de 2,660 castellanos trató de someterlos. Pero no contaban con la fuerza guerrera de los guanches los que, en una emboscada les mataron 2,300 de ellos. Esa derrota a manos de los indígenas la historia le ha llamado La batalla de Acentejo.

Resalta en la novela el personaje llamado Bencomo, el rey de los Guanches, quien siempre opuso una férrea resistencia a los invasores invocando a su dios Acorán. Pero, a pesar de sus esfuerzos, las tropas castellanas lograron someterlos y poner la isla a disposición de los reyes católicos Fernando e Isabel. Por supuesto, con la implantación de la religión católica y el olvido de sus dioses.

Tenerife forma parte del archipiélago de Las Canarias y desde mucho tiempo atrás fueron conocidas por los navegantes portugueses y españoles. Cristóbal Colón, en su primer viaje en busca de las indias —1492— recaló en esas islas antes de navegar rumbo a lo desconocido.

En uno de los capítulos de la novela se narra que el 3 de mayo de 1493, el capitán Fernández de Lugo clavó una cruz de madera en la playa al lado de un altar erigido adornado con flores y hierbas olorosas. Ese día se celebraba por primera vez en esa isla la fiesta de la Santa Cruz, después de mil cien años desde que Santa Elena, la madre de Constantino el Grande, encontró la cruz de Cristo en Jerusalén. Y fue así como, desde esos tiempos, el mundo se vio protegido con la más preciada de todas las reliquias.

En otro 3 de mayo, pero de 1535, otro navegante español, Hernán Cortés, llegó a la península de California y el lugar donde hoy se encuentra la ciudad de La Paz lo bautizó con el nombre de Puerto y Bahía de Santa Cruz. No se sabe, porque las crónicas no lo dicen, si los sacerdotes que lo acompañaban hayan colocado una cruz en el lugar del desembarco e incluso oficiando una misa en señal de gracias.

Lo que sí aseguran las crónicas es que el almirante don Isidro de Atondo y Antillón cuando arribó a la península en 1683, mandó levantar una cruz la que se colocó en lo alto de un pequeño cerro cercano a un lugar conocido como Santa Cruz. Ese sitio se encuentra frente a la isla de Cerralvo y todavía muchos años después la cruz permanecía en ese lugar.

Y existe otra coincidencia entre la novela que estamos comentando y la historia de nuestra entidad. El capitán general don Alonso Fernández de Lugo nació en la ciudad de Carmona de la provincia de Sevilla, España. El escudo de armas de la ciudad está conformado por “diez castillos en campo de gules y diez leones en campo de plata encierran el fondo azur de las armas, en cuyo centro luce una estrella de oro con la leyenda Sicut lucifer lucet, como el lucero de la mañana.

El escudo de armas de nuestro Estado tiene rasgos españoles pues contiene gules, plata, oro, azur y campos. Se ha dicho que nuestro escudo data de la época de la colonia, pero no existen referencias verídicas al respecto. Más bien creemos que ante la necesidad de una representación simbólica de la entidad, el artista plástico Diego Rivera, al estar adornado una de las paredes de la Secretaría de Educación Pública con los escudos de los Estados, al no contar con el nuestro lo inventó dándole las características de la heráldica española, allá por el año de 1923.

En la actualidad el escudo mencionado no tiene nada que ver con el significado de nuestra entidad. Vale la pena pensar en sustituirlo.

Diciembre 01 de 2016.

lunes, 21 de noviembre de 2016

La memoria del país en crisis

Dos buenos amigos, Francisco López y Carlos Lazcano, me han enviado por Facebook dos artículos referentes al proyecto de la nueva Ley General de Archivos que ya se encuentra para su aprobación en el Congreso de la Unión. Son artículos que revelan —en caso de que se autorice— el enorme peligro de prohibir la libertad de expresión y el acceso a la información.

Ahora, con la aprobación por la Cámara de Senadores de la Ley General de Datos Personales, que considera como confidencial todo documento que contenga datos de esta naturaleza, deben protegerse indefinidamente. Y aquí es donde la puerca torció el rabo, pues eso significa el impedimento de acudir a los archivos en busca de información mucha de ella relacionada con las personas que la originaron, habida cuenta que la ley ya no lo permitirá.

Así, por esa ley absurda, —dice un artículo— “nos arrebatarán la posibilidad de construir nuestro futuro sobre el conocimiento cierto del pasado, a través de documentos que generaciones de mexicanos ha dejado detrás a lo largo de siglos, resguardados en los archivos históricos…”.

La historia —dice el segundo artículo— requiere acceso a las fuentes primarias, cartas, circulares oficiales, documentos gubernamentales o de la sociedad civil, títulos de posesión, expedientes migratorios, inquisitoriales, etc. Sin este acceso será imposible hacer historia sobre fuentes originales, salvo las que se encuentran en archivos fuera de México…”.

Y vaya que algunas instituciones ya están poniendo en práctica esas disposiciones. Se comenta que a un estudiante que acudió a una hemeroteca en la Ciudad de México, le entregaron una copia del artículo solicitado con nombres y caras tachados. Por supuesto esta es una muestra de lo que puede suceder si se aprueba la ley en cuestión.

Muchas voces se han levantado en contra de esa absurda disposición, sobre todo de los historiadores y de las instituciones dedicadas a la investigación de nuestro pasado. Sería conveniente por no decir urgente, que los investigadores de la UABCS, de los que acuden a los archivos, entre ellos el Archivo Histórico Pablo L. Martínez, en busca de información, eleven una protesta ante el Congreso a fin de que esa ley no se apruebe y se formule una nueva más acorde con el momento actual que permita conocer lo que hemos sido en el pasado.

En nuestro existen varias instituciones archivísticas que contienen documentos importantes de la época de la colonia, la independencia y los regímenes revolucionarios. Aunque un poco desorganizados y la falta de personal, se cuenta con el de Santa Rosalía, en el municipio de Mulegé; con el de Loreto, en el municipio del mismo nombre; el general del municipio de La Paz y, con una organización excelente y edificio moderno y funcional, el archivo histórico Pablo L. Martínez.

El archivo general municipal de nuestra ciudad tiene ocho años de fundado, pero por falta de un local adecuado no ha podido cumplir sus funciones ni terminar con los inventarios, catalogación y depuración de documentos, muchos con más de 40 años de antigüedad. En su acervo resguarda lo que se ha generado por las administraciones de los ayuntamientos a partir de 1993.

Pero tanto los unos como los otros, estarán impedidos de proporcionar información sobre los datos personales que aparecen en los documentos, debido a la Ley General de Archivos que esperamos no sea aprobada. Aunque, en honor a la verdad, serán pocas las instituciones que cumplan esas normas, sobre todo las que dependen de los gobiernos de los estados y de los municipios debido a que pueden ejercer su soberanía y continuar ofreciendo sus servicios como lo han hecho hasta la fecha. El pueblo de Baja California Sur no puede echar en el pozo del olvido su pasado.

Noviembre 22 de 2016.

viernes, 18 de noviembre de 2016

No estamos solos

El lunes pasado tuve la oportunidad de saludar a Vico Caballero, poeta y promotor cultural de la región de Los Cabos. Tiene una librería en la segunda planta del centro comercial Walmart en Cabo San Lucas. Por varios años fue el director de cultura de esa delegación municipal.

En este año de 2016, el Instituto Sudcaliforniano de Cultura le publicó su poemario “Al cabo canto” que es una elegía al pueblo que le ha dado cobijo en los últimos años. Aunque, con mucha razón, su prologuista Leonardo Varela, dice que esta obra poética es “antes que otra cosa un registro de las tensiones y asimetrías monstruosas entre una sociedad extraviada y el individuo que busca su camino…” Y Varela afirma: --“Vico Caballero utiliza un lenguaje directo que sirve a la intención de reflejar crudamente los sentimientos encontrados de quien se descubre extranjero en su propia tierra…”.

Caballero participó en una antología de escritores de Los Cabos en la que incluyó fragmentos de su poemario, un cuento y un artículo titulado “Los Miserables”. En éste, narra la visita de una familia a esta región y su estancia en un condominio contratado con anticipación. Pero cuando sus hijos utilizaban la alberca, un turista gringo les llamó la atención diciéndoles que estaba prohibida bañarse en ella porque era exclusiva de los extranjeros. 

Extrañado por esa prohibición, el padre le pidió explicaciones al gringo en cuestión, quien le afirmó que esos condominios sólo podían ocuparlos los turistas de otros países. Y para colmo, una francesa que se acercó también puso su granito de sal diciendo: --“ni perros, ni mexicanos, ni gatous…”. Total, la familia buscó otro alojamiento donde no había discriminación. 

De unos años acá somos muchos los que hemos alertado sobre la invasión silenciosa a nuestra tierra por extranjeros, sobre todo norteamericanos. Y de capitalistas mexicanos asociados a inversionistas de otros países llevados por el afán de lucro. Todos ellos han construido hoteles de lujo, condominios, centros comerciales y, no conformes con eso, han adquirido grandes extensiones de tierra muchas de ellas junto a las playas. Y claro, también se ha convertido en agentes inmobiliarios revendiendo las propiedades de sudcalifornianos que adquirieron a bajo precio.

Por eso nos parece oportuno escuchar la voz de un poeta que no teme decir la verdad. Hoy, ante la amenaza constante del capitalismo extranjero y la transculturación que lentamente debilita la identidad de los habitantes de la región de Los Cabos—y de otras regiones—es urgente iniciar una campaña de reivindicación de lo nuestro comenzando por prohibir el uso del término BajaSur para denominar a nuestra entidad.

El gobierno del estado tiene en sus manos la solución. Basta con que se aplique con rigor lo establecido en el decreto vigente y que no sabemos porque causas no se ha ejercido. Y que sean las autoridades municipales, sobre todo las del ayuntamiento de Los Cabos, las que defiendan el nombre correcto de nuestra entidad: Baja California Sur.

En cada municipio existen personas valiosas como los responsables de la cultura, los cronistas, los historiadores, los escritores, los periodistas, los maestros, que en un frente común exijan y publiciten los derechos de los sudcalifornianos para preservar lo que las pasadas generaciones les heredaron. Y no me refiero solamente a la propiedad de la tierra, sino también a sus costumbres, a sus tradiciones, a todo aquello que los identifica y les da derecho a vivir en esta tierra generosa que tiene que seguir siendo genuinamente mexicana.

Noviembre 17 de 2016.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Los árboles de la India

Huracán de 1959.
Ahora, con eso de la remodelación del malecón por el gobierno y la iniciativa privada, un buen amigo me preguntó de los árboles de la India que embellecían buena parte del paseo Obregón y los que, supuestamente por las anteriores remodelaciones, han desaparecido. Hube de explicarle que todavía en la década de los cincuenta del siglo pasado formaban parte del malecón.

No sé a ciencia cierta quien los sembró, aunque es probable que haya sido durante el gobierno de Carlos M. Esquerro cuando en 1926 se inauguró el malecón. Aunque, por otro lado, existen fotografías de principios del siglo donde se observan esta clase de árboles, sobre todo en la antigua calle Comercio la que actualmente lleva el nombre de ese gobernante.

En el año de 1959 un ciclón causó severos daños en algunos estados de la costa de Pacífico y la muerte de 1,500 personas, además del hundimiento de 150 barcos. Y cuando llegó a nuestra entidad, sobre todo en La Paz, causó bastantes destrozos, aunque no hubo víctimas. Pero algunas de las embarcaciones que se encontraban en la bahía, la fuerza del viento y el oleaje las arrojó a la playa. Una de ellas fue El Arturo que quedó enterrada en la arena a varios metros de la orilla.

El malecón quedó destrozado en varias partes y de las palmeras que adornaban la calzada muchas de ellas solamente les quedó el tallo, pues sus hojas fueron arrancadas por la fuerza del viento. Los cauces de los arroyos que cruzan la ciudad rebosantes de agua, causaron daños irreparables como fue el caso de la empresa INALAPA dedicada a empacar y procesar el algodón proveniente del Valle de Santo Domingo.

Fue tal la fuerza del viento originado por el ciclón de 1959, aunado a la lluvia que reblandeció la tierra alrededor de los árboles de la India, que casi los arrancó, por lo que las autoridades optaron por quitarlos de la calzada. Fue muy triste presenciar a esos frondosos árboles ladeados y con sus raíces a flor de tierra. Desde la calle 16 de Septiembre hasta el entronque con el muelle fiscal fueron no menos de quince los que desaparecieron debido a ese fenómeno meteorológico.

Y también —eso nos lo recuerda Elino Villanueva en su libro “El ciclón Liza”— por causa del ciclón los ocho grandes álamos que adornaban el paseo en el tramo comprendido del muelle a la calle Manuel Márquez de León fueron derribados, impotentes ante la fuerza incontenible del viento. Ellos, al igual que los árboles de la india fueron destruidos por las autoridades de ese tiempo.

Después ya no se reforestó el paseo Álvaro Obregón. Con el paso de los años y en forma paulatina fueron despareciendo los llamados también laureles de la India, sobre todo los que estaban en el centro de la ciudad, por las calles 16 de septiembre, Carlos M. Esquerro y varios tramos del malecón. Hoy esos espacios los ocupan banquetas de cemento muy a tono con el grado de desarrollo de nuestra capital. Pero se añoran esos hermosos árboles.

Ya no se han vuelto a sembrar esos laureles. En su lugar, en muchas calles de la ciudad se ha esparcido otra clase también originaria de la India conocida como “Min”. Estos árboles tienen la ventaja de que crecen muy rápido y con una fronda que da cobijo en los meses de verano. Además se tiene la creencia que sus hojas son un buen antídoto contra los zancudos.

En el presente, cuando recorra la ciudad, encontrará de pronto algunos árboles de la India, como aquellos que en épocas pasadas adornaban el malecón de nuestra ciudad.

Noviembre 12 de 2016.

jueves, 3 de noviembre de 2016

El catrín de la fachenda

Acompañado de mi nieta Marta, su esposo Carlos y de su hija Romina, el día primero de este mes visité por la tarde noche los altares de muerto que se exhibían en la explanada del Teatro de la Ciudad y presencié una parte de las actuaciones artísticas que el Instituto Sudcaliforniano de Cultura había preparado esa víspera del Día de Muertos.

Ante un numeroso público sentado y de pie, los grupos de danza folclórica interpretaron los bailables tradicionales de nuestra tierra y de otras regiones del país. Y ya más tarde se presentaron las catrinas luciendo sus hermosas vestimentas, maquilladas tal como la imaginó José Guadalupe Posada, el artista grabador de principios del siglo pasado.

¿Por qué les llaman catrinas? me preguntó Romina. ¿Y por qué su cara parece una calavera? En esos momentos no le pude contestar dado el ambiente que reinaba en el lugar debido a la música que se escuchaba y la voz de los conductores del festival. Y como después ya no tuve oportunidad de hacerlo, aproveché este medio escrito para hacerle llegar mi respuesta.

A fines del siglo XVIII y principios del XIX (1776-1827) vivió en la ciudad de México un periodista y escritor llamado José Joaquín Fernández de Lizardi. Escribió dos libros sobre las costumbres pintorescas de esa época a los que llamó “El periquillo sarniento” y “El catrín de la fachenda”. De este último se ha dicho que tiene mucho de su vida.

Le dio el nombre de catrín a un personaje que siempre estaba muy bien vestido, elegante de pies a cabeza que surgió en la época del porfiriato. El mismo presidente Díaz daba una imagen de lo que era el catrín. Usaba un traje a rayas, su imprescindible bastón y en su cabeza el bombín. Y le llamó de la fachenda por vanidoso y orgulloso.

Por cierto, uno de los juegos más populares, la lotería, incluye en sus cartas una imagen del catrín el que, cuando aparece , lo identifican gritando: “aquí viene con garbo y galanura… el Catrín. Es más, el conjunto musical Café Tacuba tiene una canción dedicada a este personaje que empieza así: “Caminando por la calle va el Catrín / estampa de lotería gritada en juego…”.

¿Cómo nació La Catrina? En la segunda mitad del siglo XIX vivió un artista que se especializó en los grabados y en las caricaturas, llamado José Guadalupe Posada. Por medio de calaveras y esqueletos impresos en papel o cartulina y con mensajes, criticó la vida social de esa época, sus lacras y miserias. Nada se le escapó. Y para burlarse de la clase acomodada de los tiempos del porfiriato, no halló otra manera que inventar a la catrina la que, por cierto, le llamó inicialmente “la calavera garbancera”.

Muchos años después, el gran pintor mexicano Diego Rivera incluyó a la catrina vestida con elegancia en un gran mural, misma que es representada el día de muertos. Esa es la catrina que todos conocemos, la que personificaron más de una treintena de mujeres paceñas, entre ellas varias niñas, en la pasada conmemoración del Día de Muertos.

Pasan los años pero el interés por la tradición mexicana no decae, antes al contrario creo que se ha incrementado. Al menos así lo demostró Romina —iba maquillada con rasgos de calavera— cuando le pidió a su papá la fotografiara a un lado de las catrinas que iban llegando al evento cultural. Con ese interés no dudamos que dentro de algunos años ella sea una de las catrinas más atrayentes que se presenten en esa ocasión. Y claro para recordar a los que hicieron posible esa tradición: José Joaquín Fernández de Lizardi y Diego Rivera.


Noviembre 03 de 2016

lunes, 24 de octubre de 2016

El malecón de La Paz

¿Qué tanto sabes de la historia de nuestro malecón? Me preguntó hace días un amigo. Tenía interés por el anuncio de las autoridades de que próximamente lo volverían a remodelar. Y si se podía conocer el proyecto y el costo del mismo.

Le contesté que en mi libro “Calles y monumentos de la ciudad de La Paz” publicado en el año de 2001 estaba una crónica sobre el malecón y el paseo Álvaro Obregón. Y como el libro ya no se conseguía que abriera mi blog y ahí lo encontraría. ¿Y cómo abro tu blog? Bueno…

Según referencias históricas el malecón se construyó durante el gobierno de Carlos M. Esquerro y fue inaugurado el 16 de septiembre de 1926. Era un muro de piedra de un poco más de un kilómetro de longitud suficiente para impedir el acceso del mar a la zona habitada.

Pero nunca se pensó en las corrientes de agua que bajaban de la sierra cuando llovía y que se encauzaban por los arroyos que atravesaban la ciudad. Fue por eso que durante un copioso aguacero, las corrientes destrozaron parte del malecón y hubo que reconstruirlo. Al siguiente gobernador, general Amado Aguirre le tocó la tarea de reforzar conveniente el muro con varillas y cemento, además de colocar alcantarillas con su desfogue al mar.

Pero no fue todo. A todo lo largo del malecón se colocaron arbotantes de cemento armado con alma de tubo de seis pulgadas y en la parte superior focos de 200 bujías que iluminaron, no solamente la orilla de la playa sino también las calles aledañas. Debió haber quedado muy bien la remodelación del malecón ya que el gobernante se jactó de que era uno de los mejores del país.

Debió haber sido cierto porque los siguientes gobernadores hasta el mandato del general Agustín Olachea Avilés, nomás le dieron una manita de gato. En 1957, después que Olachea le puso mano al malecón, un observador dijo: “El malecón que circunda las playas en torno a la bahía es el mejor de la costa del Pacífico; tiene una dimensión de cuatro kilómetros y está sombreado con palmas reales. Su alumbrado es modernísimo, de luz mercurial, con arbotantes metálicos contribuyen al ornato y belleza del paseo.

De 1975 en adelante, el malecón y el paseo Álvaro Obregón fueron motivo de atenciones. Se colocó concreto hidráulico a todo lo largo de la avenida, se sustituyó el alumbrado, el kiosco volvió a construirse y se reforestaron varios tramos del malecón, se ganó terreno al mar para crear una playa artificial frente al hotel “Perla” en fin, de una u otra manera tanto el gobierno estatal como el municipal, siempre se han preocupado por mantener en óptimas condiciones nuestro paseo y el malecón.

Durante el gobierno del licenciado Ángel César Mendoza Arámburo se tuvo la idea de hacer de dos carriles el paseo, pero por falta de recursos no fue posible. Su sucesor Alberto Alvarado pretendió lo mismo, aunque se conformó con el tramo que va del Molinito al Coromuel.

Ahora que el gobierno y la iniciativa privada renuevan su interés por el malecón, independientemente de lo que se pretenda con la remodelación, no debe perderse de vista que el proyecto debe relacionarse con el espacio que ocupa el Centro Histórico de la ciudad lo que, si en verdad se tienen esos nobles propósitos, deben procurar matar dos pájaros de una pedrada. ¿O no lo ves así, Tito Piñeda?


Octubre 24 de 2016.

Nota del editor.
Si desea descargar el libro "Calles y monumentos de la ciudad de La Paz" y algún otro textos del profesor Reyes Silva, por favor, toque el siguiente enlace. (También puede compartirlo)

viernes, 21 de octubre de 2016

Un viejo matrimonio

Ayer ella cumplió 78 años y 60 al lado de su esposo. Con seis hijos vivos, muchos nietos y bisnietos, ha buscado en la vida los mejores momentos para ser feliz, aunque estos no han estado exentos de apremios y desalientos, de angustias y sufrimientos, de desazones y dudas.

Descendiente de una familia de rancheros, su infancia estuvo rodeada de años felices, tanto como puede serlo la vida en el campo, compartiendo su tiempo con las aves y los paseos a caballo con su padre. Con edad suficiente se dio cuenta de las faenas propias del rancho, las usuales como alimentar a las gallinas, cabras y, sobre todo, al ganado vacuno que en grandes cantidades existía en ese lugar.

Y hubiera continuado ahí, si no es que su padre aquejado de una enfermedad no pudo recuperarse y falleció. Su madre, incapaz de atender las labores propias del rancho, optó por venderlo y trasladarse a un pueblo donde uno de sus hijos se convirtió en ejidatario. Sus hijos mayores se casaron; solo quedaba la última la que ayer festejó su cumpleaños.

Cuando cumplía los catorce años se convirtió en madre adoptiva. Una señora del lugar impedida de mantener a su hija de tres meses de nacida la abandonó a la orilla de un arroyo cercano, eso sí bajo la sombra de un mezquite, y la joven que oyó su llanto la recogió y con ella llegó a su casa. Investigando supieron el nombre de la madre quien les dijo que si la querían se las regalaba.--¿Mamá me puedo quedar con ella?

Al cumplir dieciséis años se casó con un profesor que trabajaba en la escuela primaria del poblado. Él tenía veinticuatro. De tez blanca, menudita y de bellos ojos verdes, la joven señora inició su vida de casada y con el paso de los años madre de tres hijos. No fue fácil su estancia en el poblado, aunque las carencias las superó con el amor de su esposo y la dedicación a sus retoños. Y claro, con el apoyo de la madre y sus hermanos.

Así las cosas, un día al profesor lo cambiaron a la capital de la entidad y allá se fue junto con su esposa y los hijos. Lejos de su familia, supo adaptarse a las nuevas condiciones y más cuando encontró protección en los padres de su marido. Era un matrimonio hasta cierto modo feliz hasta que un malhadado día recibió una infausta noticia: su madre, junto con un hermano y uno de sus cuñados habían muerto en un accidente de carretera.

Nunca pude comprender como pudo superar esa terrible tragedia. Quizá fue refugio de su dolor el amor de su esposo quien compartió día con día su sufrimiento. Y así pasaron los años. Los hijos crecieron y el primero de ellos, luego de terminar la preparatoria, decidió matricularse en el Heroico Colegio Militar de la ciudad de México. Cuando terminó sus estudios obtuvo el grado de subteniente y pocos años después ascendió a teniente.

En esa época se casó con una joven oriunda de la ciudad de Toluca y procrearon dos niñas. Y otra vez, la tragedia ensombreció el hogar de los padres del militar. En la búsqueda de un narcotraficante en un pueblo del estado de Nayarit, frente a su casa, fueron recibidos a tiros a resultas de lo cual el teniente fue herido de muerte. Un escueto telegrama de la zona militar se recibió una mañana dando cuenta de lo sucedido.

Otra vez el sufrimiento y el ahogo por el hijo querido. Pero con valor todo se supera en esta vida. Y con resignación. Hoy sus restos descansan por siempre en el panteón de los San Juanes de la ciudad. Y cada vez que visitamos la sepultura las lágrimas de la madre fecundan el recuerdo del hijo que se fue.

Han pasado ya muchos años. Presenció con estoicismo la muerte de dos de sus hermanos, los mayores, y compartió la pena de su esposo por el fallecimiento de sus padres, sobre todo de ella que tanto la quiso. Pero la vida sigue. Hoy, a sus 78 años, agobiada por malestares propios de la edad que la obligan a ser muy cuidadosa en su alimentación, todavía tiene arrestos para atender su hogar y, a pesar de los años transcurridos, el amor del esposo y de sus hijos le da el abrigo necesario para ser feliz.

Octubre 21 de 2016.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Presentar libros, un dilema

Al menos en mi caso. Tengo por costumbre, cuando leo el libro que voy a presentar, enterarme muy bien de su contenido y relacionarlo con otros anteriormente escritos que tienen ciertas semejanzas con los temas que tratan. Y esto, por supuesto, me hace meterme en honduras y dedicarle más tiempo a preparar lo que voy a decir en la presentación.

Esto es lo que me pasó cuando me invitaron a comentar el volumen de las obras del doctor Celestino Núñez Mata en un evento a efectuarse el 13 del presente mes de octubre en la Alianza Francesa. Oportunamente tuve en mis manos un ejemplar de esa obra, obsequiada por el autor y créanme, su contenido me pareció muy interesante.

De momento pensé en la corriente literaria originada en el siglo pasado conocida como realismo mágico, atribuida a escritores como Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Juan Rulfo y otros de origen latinoamericano. Si, y también a otros que siendo doctores, incursionaron en las letras para solazarnos con sus novelas y cuentos, como Somerset Mahugam, Axel Munthe y Archibald J. Cronin.

Y recordé que hace dos meses asistimos a la presentación del libro del doctor Alejandro Gallo Castro titulado “Más allá del mar y otros cuentos”• en donde los presentadores hicieron mención de los médicos sudcalifornianos que han combinado su profesión con el gusto por la literatura, entre ellos Alejandro Magallón Cosío y Francisco Javier Carballo.

Para convencerme de que el doctor Celestino efectivamente echó mano del realismo mágico consulté —releí mejor dicho— los libros Cien años de soledad de García Márquez, Pedro Páramo de Rulfo y El reino de este mundo de Carpentier. Como dice el dicho los desempolvé y pasé horas agradables leyéndolos. Pero no fue todo.

Me acordé que Axel Munthe tiene una novela—muchos dicen que es una autobiografía—que describe su vida y los años que pasó en un castillo construido por él en un monte cercano a la isla de Capri. Al leerlo comprendí un poco más de las vivencias que animan a esta clase de escritores, sobre todo porque Munthe era psiquiatra.

Pero cuando perdí verdaderamente el tiempo fue cuando leí el relato del doctor Núñez Mata al que llamó “Sinfonía de amor para Adán y Eva”, porque resulta que ahí narra su noviazgo con una novicia y su posterior matrimonio no sin antes pasar por etapas de incertidumbre, desesperación y resignación al no lograr sus propósitos. Una novicia—me dije—y recordé de inmediato al escritor José Zorrilla con su Juan Tenorio, al mismo Munthel  y a nuestro paisano Omar Castro con su libro “La cicuta, el veneno de la pasión”.

Desde luego, volví a recrearme con el famoso galán y su apuesta para robarse una novicia lo que logra esa misma noche. Ante el azoro de doña Inés, don Juan le declama el verso inmortal que ha llegado hasta nosotros: “Inés del alma mía, no es verdad que en esta apartada orilla más bella la luna brilla y se respira mejor. No es verdad ángel de amor…”.

Y me quedaba pendiente leer el libro de Omar Castro, porque no lo tenía en mi modesta biblioteca. Así que le pedí me lo hiciera llegar. Hasta eso que fue muy atento y al día siguiente me lo obsequió debidamente dedicado. Parte del libro trata de un seminarista enamorado de una novicia y las estratagemas de que se vale para conquistarla. Y no digo más porque para enterarse de estos amores hay que adquirir un ejemplar. Publicidad aparte.

Ya faltan dos días para la presentación y tengo que escribir algo sobre ella. Lo haré con gusto dado que los textos del doctor Celestino van más allá de lo meramente regional, trascienden a lo universal.

Octubre 11 de 2016. 

domingo, 2 de octubre de 2016

LUZ DAVIS Y EL CICLÓN LIZA

En el año de 2009, el 30 de septiembre, el periodista Fernando Amaya Guerrero publicó en El Sudcaliforniano la entrevista que le hizo a la señora Luz Davis de Mendoza, esposa del ex gobernador Ángel César Mendoza Arámburo. Fue con motivo del ciclón Liza que devastó nuestra ciudad en ese día, pero de 1976.

Al frente del DIF estatal le tocó afrontar el difícil problema de atender a las familias afectadas por el ciclón que a causa del meteoro perdieron sus casas, pertenencias y parte de sus seres queridos. Con un equipo de voluntarias, se dedicó a la distribución de víveres a las personas desamparadas, muchas de ellas refugiadas en albergues improvisados.

Fue una tarea agotadora pero necesaria que duró muchas semanas. Gracias a la ayuda del DIF nacional, de la cooperación de algunos estados de la república y sobre todo, de la señora María Esther Zuno, esposa del presidente Luis Echeverría. Con la participación solidaria del ejército y de la marina atendieron la alimentación de centenares de damnificados.

Cuando fue necesaria la reinstalación de las familias en un nuevo asentamiento —la actual colonia 8 de Octubre— Luz y su equipo de voluntarias les llevaron día tras días las provisiones necesarias para su mantenimiento, así como ropa y atención médica. En tanto, siguieron con la distribución de despensas en las zonas más afectadas por el ciclón.

En cuanto a la colaboración desinteresada de muchas personas, la entrevistada cuenta la anécdota de una brigada con 15 camionetas que llegaron a la entidad con el fin de iniciar una campaña contra la garrapata. Al enterarse de la tragedia, pusieron a su disposición los vehículos y el personal. Y así, con la ayuda de todos, lograron solucionar en parte los graves daños ocasionados en las familias que vivían en esa zona de la ciudad, arrasada por el ciclón Liza.

Fueron muchos los hechos dramáticos que se vivieron en esos días. Doña Luz recuerda el caso de un niño de escasos cuatro años que le llevaron al DIF, supuestamente sobreviviente al que no reclamaron. Cuando lo estaban atendiendo, llegaron con otra niña un poco mayor en las mismas condiciones. Pero, al verla, el primero corrió a abrazarla llamándola por su nombre: ¡Susanita, Susanita! —Era su hermana.

Con la tragedia, se creyó que muchos niños habían quedado huérfanos, pero no fue así. Ante esa creencia varias familias ofrecieron adoptar algunos de ellos. Tal fue el caso de una señora de Loreto —prima de doña Luz— quien solicitó la adopción de los dos niños. Y en eso estaban cuando apareció el padre quien no sufrió daño porque pernoctó en otra casa del centro de la ciudad. Total, se hizo cargo de ellos ya que su mamá había fallecido.

Han pasado muchos años y doña Luz todavía recuerda a esos pequeñitos, de su desamparo y tristeza. ¿Qué fue de ellos? —se pregunta. Quizá si se hubieran quedado con su pariente, ahora fueran dos hijos, con todas las comodidades de una excelente familia. Pero así son las cosas.

Escribe Amaya Guerrero que doña Luz le confesó atribulada. “El día 29 de septiembre anduve de gira por varias colonias de esa zona, con un grupo de señoras. Hubo mucha gente a la que atendimos, con la que platicamos y disfrutamos. ¡El día treinta, NADA!

En efecto, nada quedó. La avalancha de agua proveniente del represo que se rompió, arrasó con las casas que se encontraban en el lecho del arroyo y en sus orillas, junto con sus habitantes. La parte oficial dijo que fueron 600 las personas fallecidas, entre ellas muchos niños, pero siempre se ha creído que fueron miles los que perecieron ese día. 

Fue una tragedia que jamás se olvidará. Como la participación de la población de La Paz que se solidarizó en esos días de angustia y sufrimiento. Por eso, recuerdos como el de la señora Luz Davis, deben permitir que la historia no se repita.

Octubre 1º de 2016.

viernes, 30 de septiembre de 2016

LA CASA DEL ESTUDIANTE EN MÉXICO

Hace unos días un amigo me preguntó si sabía desde cuando se estableció la Casa del Estudiante en la Ciudad de México. Le contesté que el profesor Jesús Castro Agúndez escribió un folleto en el año de 1970 en el que explica el origen de la primera casa que albergó a los estudiantes originarios de nuestra entidad. 

El 18 de noviembre de 1920 un grupo de jóvenes salieron de la ciudad de La Paz rumbo a la capital de la república a fin de realizar sus estudios en las diversas instituciones educativas de la ciudad de México. Fue un compromiso del gobernador Agustín Arriola Martínez cuando hacía su campaña electoral.
Los integrantes de ese grupo fueron once —ver mi libro “Tres hombres ilustres de Sudcalifornia” (2008) donde hablo de la vida y la obra de Arriola— procedentes de La Paz, El Triunfo y San José del Cabo. Al llegar a la capital encontraron alojamiento en el pueblo de Mixcoac en la casa con el número 47 de la calle Zaragoza. Con ellos vivió el profesor Arturo Oropeza quien iba al frente del grupo, su esposa Jovita Meza y su hija América.

A principios de 1922, ocuparon la segunda casa localizada en la calle Violeta No. 73, de la colonia Guerrero. Era más amplia pues ya habían llegado otro grupo de jóvenes y con ellos el profesor Domingo Carballo Félix que sustituyó a Oropeza en la dirección de la casa. Por cierto, la renta de la casa era de 250 pesos mensuales y la beca para los estudiantes era de 75 pesos.

Cuando en 1924 el gobierno del territorio pasó por una difícil situación económica, se vio obligado a buscar una casa más barata y fue por eso que se cambiaron a la calle Héroes de la misma colonia Guerrero. Y como los problemas financieros continuaron ocuparon otra casa en la calle Valenzuela y posteriormente en la calle Regina.
Naturalmente estos cambios originaron molestias entre los estudiantes, quienes culpaban a los administradores de la casa de esa situación. Total, el caso se agravó de tal forma que el gobernador Agustín Olachea Aviles la clausuró en 1946 y a partir de ese año se otorgaron becas a los alumnos que desearan estudiar en la capital.
Pero como la casa del estudiante era una necesidad, algunos de ellos rentaron un local primero, en Ajusco 7 de la colonia Roma, después en la calle Sur 74 de la colonia Viaducto Piedad y por último en la calzada Santa Anita, de la misma colonia.

Así pasó el tiempo. En 1965, el gobernador Hugo Cervantes del Río apoyó la apertura de una nueva casa que se localizó en la calle Yácatas No. 169, de la colonia Narvarte. Al mismo tiempo se proyectó la compra de una casa que tendría un costo de 800 mil pesos, capaz de albergar a 70 estudiantes.

Tengo entendido, a reserva de confirmarlo, que el ingeniero Félix Agramont Cota, gobernador en los años de 1970 a 1975, adquirió una casa en la calle Cádiz 49, de la colonia Álamos. Allí estuvieron muchos jóvenes sudcalifornianos los que, convertidos en profesionistas, han contribuido a elevar los niveles de vida de esta entidad.

Por lo demás, la existencia de la Casa del Estudiante Sudcaliforniano en la ciudad de México forma parte ya del imaginario colectivo de nuestro pueblo como lo son los albergues escolares establecidos hace más de sesenta años en nuestro estado. En su momento, no sé si en la actualidad, vinieron a resolver un problema relacionado con la educación de niños y jóvenes.

Tengo entendido que la casa del estudiante se sostiene económicamente a través de un Patronato y que éste como tal, procura los recursos para las becas de los jóvenes y su estancia en la Ciudad de México. Es por eso de la rifa anual que lleva a cabo y a la cual todos debemos participar, ya que de ello depende la existencia de ese albergue fundado en el año de 1920.

Septiembre 25 de 2016.

Si desea tener el libro "Tres hombres ilustres de Sudcalifornia", del profesor Leonardop Reyes Salva, puede acceder a él y a otros títulos a través del siguiente enlace:
https://drive.google.com/folderview?id=0BxYWdR7T4Rp0flA1cDQ2b2FZR1puWjVON3pKTWhzajFPeHFkeDhWU3RtNEI5aEtzU2ViYzQ&usp=sharing

miércoles, 14 de septiembre de 2016

El mundo de los gigantes

El libro se llama CODEX y su autor es el arquitecto Santiago Martínez Concha, de nacionalidad colombiana. En él hace referencia a los Nefilim, una raza de gigantes que dejaron sus huellas en todos los continentes y que eran seres poderosos los cuales, gracias a su naturaleza y origen divino, realizaron hazañas no comprendidas aún por los humanos de esta época.

El escritor relaciona a los gigantes con el descubrimiento de la Atlántida, el mundo antediluviano y su relación con el planeta Marte. Con citas históricas relacionadas con la Biblia y apoyado en fuentes científicas, recrea la existencia de los atlantes y de su desaparición como castigo divino. En un libro anterior titulado La Conexión Atlante hace referencia a este continente y las causas que motivaron su desaparición.

Respecto a los gigantes fundamenta su existencia en el Génesis 6 de la Biblia donde se lee que “había gigantes en la tierra en esos días y también después que entraron los hijos de Dios a las hijas de los hombres…”. Pero esos seres nacidos de las fuentes divinas y mortales realizaron malas acciones que obligaron al creador a desaparecerlos mediante el diluvio universal.

Y las huellas de esos gigantes —dice el autor— se encuentran dispersos en todos los continentes, incluyendo el americano. En su investigación relata que dos científicos encontraron en la región de Santa Elena, en el Ecuador, restos fosilizados de un hombre que vivió hace más de cien millones de años. Tan sólo un enorme fémur daba la idea de que vivieron gigantes en esa región los cuales, según la tradición, habían llegado de Asia por mar en embarcaciones de gran tamaño.

El libro de Martínez Concha me hizo recordar el viaje alrededor del mundo de Fernando de Magallanes en el año de 1519. Al sur del continente americano a la altura del río de La Plata, cuando arribaron a una bahía, encontraron a un nativo tan alto que un hombre común le llegaba a la cintura. Lo embarcaron para llevarlo a España, pero se les murió en el camino.

Por otro lado, en Baja California Sur existe un sitio de pinturas rupestres en la sierra de San Borjitas, cerca del pueblo de Mulegé, donde algunas de ellas están a una altura de cinco metros, lo que motivó que el padre jesuita Joseph Rothea cuando las descubrió dijera “a la verdad las que vi me convencen; porque tantas en tanta altura, sin andamios ni otros instrumentos aptos para el efecto, solo hombres gigantes las pueden haber pintado”.

Y según los antiguos habitantes de la península —los cochimíes principalmente— afirmaban que “los gigantes eran tan grandes, que cuando pintaban el cielo raso de la cueva, estaban tendidos de espaldas en el suelo de ella, y que aun así alcanzaban a pintar lo más alto” Rothea es el mismo misionero que escuchó de labios de un indio como de treinta años de edad, que cuando era niño, junto con otro, encontraron en el monte un esqueleto de hombre muy grande. Cuando el padre visitó el lugar sólo encontró fragmentos del cráneo y costillas, pero recuperó “una canilla del cuadril”, por lo que midiendo el lugar donde se encontraba el esqueleto, calculó que debía tener de tres a cuatro metros de largo. 

Ahora, con estos dos libros de Santiago Martínez se ponen en tela de juicio muchas de las teorías sobre el origen del hombre y también muchas verdades ocultas que la ciencia no logra comprender. Hace algún tiempo un amigo me mostró una fotografía propiedad de la NASA en la que aparece un astronauta al lado de un esqueleto humano de no menos de diez metros de estatura. Ignoramos el lugar donde fue tomada, pero afirma la creencia de que, en efecto, hace millones de años existieron gigantes en la Tierra que hacían compañía a los dinosaurios. 

Vale la pena leer los dos libros de Martínez Concha porque, como él dice, a lo mejor tiene razón la Biblia cuando habla de ellos.

Septiembre 14 de 2016.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Rafael López Green, el cronista

A Rafael lo conocí cuando era cronista del municipio de Los Cabos, allá por el año de 2002 cuando era presidente del ayuntamiento el contador Ulises Omar Ceseña Montaño. Desde entonces mantuvimos una cercana amistad por el hecho de que yo también tenía el mismo cargo, pero del municipio de La Paz.

Fue en esa época cuando hicimos el intento de organizar la asociación de cronistas del estado de Baja California Sur por lo que hicimos reuniones en Loreto, La Paz y Los Cabos, siempre contando con el apoyo de las autoridades municipales. A esas reuniones de consulta y planeación de actividades asistimos el licenciado José Andrés Cota Sandoval, de Mulegé; el doctor, Estanislao Collins Cota, de Loreto; Alejandro Atamoros Domínguez, de Comondú, Sergio Morales Polo, cronista del Estado; Rafael López Green, de Los Cabos y el que escribe, por La Paz.

Por angas o por mangas lo cierto es que la asociación nunca pudo tener carácter legal, aunque ya se contaba con un  proyecto de estatutos aprobado por los cronistas en ejercicio. En el mismo se establecía que se formarían los Consejos de la Crónica en cada uno de los municipios y que se harían las gestiones para que la crónica, como parte importante de los ayuntamientos, fuera una más de las dependencias en el organigrama oficial, para lo cual era menester que los cabildos emitieran los acuerdos correspondientes.

Rafael fue uno de los más entusiasmados y fue por eso que en dos ocasiones estuvimos en San José del Cabo, donde recibimos las atenciones de las autoridades que nos proporcionaron alimentación y hospedaje por dos días. En esas reuniones, Rafael nos hablaba de las crónicas que semanalmente escribía y se publicaban en un periódico de la localidad.

Esas crónicas se referían a la vida y la obra de personajes cabeños como Fernando I. Cota Sández que fue diputado constituyente; de la maestra Concepción Olachea Montejano; del comerciante Valerio González Canseco; del héroe Mauricio Castro Cota…

Escribía también sobre las costumbres de los habitantes de esa región, de su anecdotario, de los grupos musicales como Los Pérez, de los trapiches y de la calle ancha. Tuvo tiempo también para escribir crónicas relacionadas con la historia sudcaliforniana, en especial de las misiones jesuitas.

Unos meses antes de su fallecimiento, había reunido la mayor parte de sus crónicas —cerca de 150— con el fin de publicarlas en un libro que supuestamente iba a editar el ayuntamiento. Confiado en mi amistad me envió una fotocopia de ellas a fin de que las revisara y le diera mi opinión sobre su importancia. Desde luego lo felicité por su excelente trabajo y quedé en espera de la publicación de la obra.

Su muerte prematura lo impidió. Pero queda para siempre su interés por las cosas de su tierra; de su gran esfuerzo por dar a conocer la historia y las tradiciones de esa región; de servir de ejemplo para todos aquellos que deseen convertirse en cronistas, con toda la responsabilidad que ello conlleva.

Ahora que un nuevo ayuntamiento está a cargo del municipio de Los Cabos y existe mucho interés por la cultura y las artes, quizá sea posible publicar las crónicas de Rafael López Green y que ese libro pueda ser distribuido en todo el estado. Será un póstumo homenaje para un distinguido sudcaliforniano.

Septiembre 09 de 2016.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Chary y sus maestros

--Ahora que vas a ingresar a sexto año serán seis maestros los que se han encargado de tu educación— le dije a mi bisnieta Chary cuando se preparaba para dirigirse a la escuela Simón Bolívar. Pero la contestación me dejó asombrado: “Son solo dos, abuelo”.

Me le quedé mirando extrañado y entonces me explicó: “Es que del primero al tercer año la misma maestra nos dio clases y otro maestro de cuarto a sexto”. La aclaración no me dejó satisfecho, pues es tradicional que sean seis o por lo menos tres encargados de primero y segundo, tercero y cuarto y quinto y sexto. Pero, ¿dos?

Chary amplió su explicación: “Tuvimos la misma maestra en primero y segundo, pero como nos dimos cuenta que con ella aprendimos mucho, todo el grupo fue con el director de la escuela y le solicitamos que nos diera clases en el tercer año. Después, cuando pasamos a cuarto sucedió lo mismo, dado que el maestro era muy bueno para enseñar. Volvimos a pedirle al director nos lo dejara en el quinto y después en el sexto. Y es por eso de los dos maestros”.

--“Ah, caray, —me dije— esto tiene que ver con la calidad de la educación que pretende el gobierno de la república, que ha insistido en la preparación y desempeño del magisterio nacional. Y qué mejor que sean los alumnos los que confirmen esa calidad”

La preocupación por elevar la calidad de la educación de nuestro país no es de ahora. Ya a principios del siglo pasado hubo educadores que se preocuparon por una educación de calidad, entre ellos Carlos A. Carrillo, Enrique C. Rébsamen y Gregorio Torres Quintero. Y a través de las reformas llevadas a cabo por la SEP, se ha hecho el intento de mejorar en todos los órdenes la educación básica, media superior y superior.

Existen muchas justificaciones para estas reformas, sobre todo la última. Gilberto Guevara Niebla, un estudioso de la situación actual de la educación en nuestro país ha dicho que “la expansión de la escolaridad mexicana ha sido una hazaña cuantitativa, pero una «catástrofe silenciosa» en el aspecto cualitativo” Y se pregunta: “¿Qué debe aprender la gente en la escuela? La gente debe aprender en la escuela lo que necesita para resolver su vida”.

En esto coincide el Banco Mundial cuando afirma que los objetivos de los sistemas educativos deben adaptarse a las nuevas realidades. Ahora el eje se coloca en la adquisición de competencias y no solo en la simple acumulación de conocimientos. 

En el 2002, un análisis sobre la situación de la educación en México expuso la necesidad de la aplicación de un sistema de evaluación que no fue aceptada por el magisterio nacional ni por la burocracia educativa. Proponía tres cosas: una evaluación pública maestro por maestro, escuela por escuela; aumentar el ingreso de los mentores y de los presupuestos a los planteles; dar a los padres la oportunidad de escoger la escuela donde quiera enviar a sus hijos, según su rendimiento educativo. Y esto es lo que pretende la actual reforma educativa.

La familia de Chary vive lejos de la escuela donde estudia su hija. Pero no le importa la distancia porque sabe que es un centro educativo de excelencia, gracias a la calidad de su planta docente. Así deben ser todos los maestros encargados de la educación sudcaliforniana. Y lo son porque los índices de su preparación académica lo demuestran. Con ellos como ejemplo, bien puede la reforma educativa de nuestro país cumplir con sus objetivos.

Septiembre 01 de 2016.